9. REFERENCIAS AL PROCESO

         He creído pertinente dedicar un punto separado a las menciones que Alarcón hace de las instituciones procesales (sobre todo penales), algunas de ellas de modo directo, y otras con mero carácter metafórico.

         Entre las primeras, destaca una de las propuestas maliciosas que Ramiro destila a los oídos inmorales del Rey en Los pechos privilegiados. Con la crudeza que lo inviste, el privado intenta convencer al pérfido monarca para que arrase con las más supinas garantías rituales:

 

         "¿No era mejor, pues viniste,

         señor, a prender tú mismo

         a Rodrigo, receloso

         de que pierda a tus ministros

         el respeto, y se declare

         desleal y vengativo,

         en su poder y el del Conde

         confiado y atrevido,

         ejecutarlo primero?" [346]

 

         También es seria la cuestión en No hay mal que por bien no venga. A consecuencia de los turbios proyectos del Príncipe rebelde, se acusa a inocentes de un supuesto homicidio. El cadáver no aparece (porque, en realidad, no hay muerto alguno). El Príncipe, que es el que juzga, sabe la verdad, pero no puede develarla, porque es él mismo quien tiene preso al presunto occiso, en secreto. Eso lo sabe el público que, en consecuencia, lee entre líneas el mensaje de injusticia y prepotencia principesca.

 

         "Nuño: Y así, pues tantos convencen

         a don Juan que él le dio

         la muerte, y de que el cadáver

         oculta con intención

         de ocultar el homicidio,

         os suplicamos, señor,

         que le obliguéis a sacarnos

         de tan triste confusión.

         Príncipe: Con lo que habéis escuchado

         sólo os puedo decir yo

         que os pongáis en mi lugar,

         y os juzguéis vos mismo a vos.

         Con indicios tan vehementes,

         que casi evidentes son,

         mal guardará la justicia

         privilegios al amor;

         y así mientras la verdad

         no se averigüe, en prisión

         es fuerza, don Juan, estéis"[347].

 

         Es decir: si bien no ha aparecido el cadáver, hay indicios "vehementes" de la materialidad del homicidio y la autoría de los culpados, y en consecuencia corresponde mantenerlo en prisión, en tanto se sustancia la investigación.

         También tocan a materia de pruebas las palabras del Duque (aún disfrazado de cochero) a la protagonista de Las paredes oyen, cuyo cuerpo y honra él y su compañero acaban de salvar de un intento de ultraje. No obstante, la alta calidad del atacante hace dudar a la mujer del futuro que aguarde, ante los tribunales, a sus defensores. Y el Duque la tranquiliza: 

 

         "Por nosotros no temáis:

         quietad el hermoso pecho;

         pues, con probar la violencia

         que intentó aquel caballero,

         en nuestro favor espero

         que tendremos la sentencia"[348].

 

         En realidad, el público podía hacer otra lectura, más realista y menos idílica: como los supuestos cocheros son en realidad caballeros nobles, y uno de ellos ni más ni menos que un Duque (y eso los espectadores lo sabían), pueden estar bien tranquilos, que tendrán el peso suficiente para hacer valer sus argumentos. Tal vez fuera muy distinta la situación si se tratase de verdaderos cocheros.

         En Ganar amigos, Don Diego, agradecido al Marqués, se deshace de unos papeles que tenía guardados para presentarlos como prueba en contra suya:

 

“Pues porque os muestre mi pecho

Cuanto de ella se confía,

Estos testigos tenía

Del daño que me habéis hecho...

         (saca unos papeles y dáselos)

Tomadlos: no quiera Dios,

Si a vuestro valor me obligo,

Que quiera yo más testigo

Que a vos mismo, contra vos”[349].

 

         Más adelante, el Marqués, acusado de violación, es detenido, y trata de esbozar un descargo ante el Rey, pero éste lo refrena:

 

“Marqués, callad.

En juicio vos le acusad[350]:

Vos en juicio os defended.

Guardias: ¿Qué mandáis?

Rey: Vaya el Marqués

Preso al cuarto de la torre”[351].

 

En razón de su alta condición, el Marqués no va a dar con sus huesos en el calabozo, sino a la estancia fuerte destinada a los presos importantes. Teniendo en cuenta que se hallaban en plena vigencia las Siete Partidas, pues Pedro I es posterior al Ordenamiento de Alcalá de Henares, el Marqués pudo haber rogado “que lo lleven a su casa”, aduciendo “que alguna cosa ha de decir a su compañía”, pues entonces, por ser él “de buena fama, o de buena nombradía”, y entonces lo hubieran debido “llevar a ella [la casa] primeramente, guardándolo de manera que no pueda huir, ni encerrar en la iglesia, ni en otro lugar”[352]. Del diálogo se desprende la función cautelar del encierro, para preservar al acusado hasta el momento del juicio, aspecto que bien ha resaltado, entre otros, LEVAGGI[353].

La escena sucesiva es violenta. El Marqués grita: “Ella está loca”, refiriéndose a Doña Ana, su acusadora, y ésta responde: “Él se fía en su poder”. “Brevemente haré mi verdad patente”, promete el noble, mientras se entrega. “Y yo probaré la mía”, retruca la mujer[354]. Sin embargo, ni uno ni otro consiguen acreditar sus dichos, y entonces el Rey, aplicando su ya referida teoría de que “contra los poderosos los indicios son probanza”[355], condena a muerte al Marqués, y exclama, satisfecho: “Esto es justicia”. A lo que su Secretario responde:

 

“Señor,

¿Por indicios solamente

Ha de morir un pariente

Vuestro de tanto valor?”[356]

 

Pero el verdadero culpable, Don Diego, es incitado por otro galán a entregarse...

 

“Y más cuando ya ocultar

No es posible vuestro exceso,

Pues está ya Encinas[357] preso,

Y al fin lo ha de confesar”.

 

Y entonces Don Diego se sume en cavilaciones:

 

“¿Qué he de hacer? La culpa es grave,

Noble y mujer la ofendida,

Justiciero el Rey... Perdida

Miro esta mísera nave

Entre fieras tempestades

E inevitables bajíos”[358].

 

De modo que no se entrega, y entonces la situación del inocente Marqués se complica mucho, y su ejecución se torna inminente. Desesperado por salvarlo, Don Pedro, que le debe favores y es poderoso, se presenta en la torre y lo incita a escaparse, para lo cual ha aparejado los medios. Sobreviene una situación de reminiscencias socráticas. El Marqués se niega:

 

“Demás que estoy confiado

De que al fin ha de librarme

Mi inocencia, y ausentarme

Es confesarme culpado.

[...] Pues decidme vos, ¿qué traza

Del Rey me puede librar?

¿No ha de volver a prenderme,

y de esta culpa tendréis

la pena, sin que logréis

el fin de favorecerme?

 

Pero Don Pedro replica:

 

“¿Pues no hay, marqués don Fadrique,

Otros reinos? Y está claro

Que alegre os dará su amparo

El infante don Enrique”[359].

 

Porque no hemos de olvidar que la acción está ubicada en pleno decurso de la insurrección Trastámara, y el odio del rebelde bastardo es tal, que aún siendo el Marqués reo de un delito tan infame, “alegre le dará su amparo”, con tal de incorporar a semejante noble en sus alzadas filas. La referencia a los “otros reinos” tenía, en cambio, plena vigencia en tiempos alarconianos, cuando los perseguidos por la justicia en España eran protegidos más allá del Pirineo.

En El desdichado en fingir, el malvado Persio se jacta de su impunidad con una mención al eterno problema de los costos forenses, y la incidencia de éstos en impedir el acceso a una defensa eficaz. Él se ha hecho pasar por el ausente Arnesto. Su criado Tristán inquiere entonces, preocupado, sobre la posibilidad de que el verdadero Arnesto regresara y quisiera litigar para recuperar su nombre y patrimonio. Pero Persio lo tranquiliza:

 

“Al poder mío

Pienso que no se opusiera;

Porque, ¿de dónde tendría

El dinero que conviene

Para el pleito, si el que tiene

Su padre está a cuenta mía?

Pues no teniéndolo, ¿cuya,

Tristán, la victoria fuera?”[360] 

 

Y en la misma obra hay un juego de palabras gracioso, que hace el criado Perea en base a la situación de Arseno, que se halla preso y esposado, al ser interrogado por Celia, a quien el caballero dio palabra de matrimonio:

 

“Celia: ¿Hase casado?

Perea: No más que con dos esposas.

C: ¿Dos?

P: Y está con ellas preso.

C: Luego no soy sola yo

A la que Arseno engañó?”[361]

 

         En No hay mal que por bien no venga, como viéramos, Don Juan, a pesar de sus negros antecedentes, es inocente del asesinato que se le endilga, y su libertad (o su cabeza) están en juego. Por eso, implora al Príncipe juez:

 

         "Como disteis un oído

         a la culpa, dad, señor,

         otro al descargo"[362].

 

         Hasta aquí las referencias directas a instituciones procesales. Pero Alarcón, el jurista dramaturgo, recurría naturalmente a las metáforas del mundo del Derecho, y muchas de ellas atañen a la defensa en juicio. Son imágenes traídas a colación en materias muy alejadas del foro, generalmente en cuestiones de amores. Así, el diálogo de don Mendo y Lucrecia en Las paredes oyen, repleto de términos jurídicos, es en realidad una simple disputa de enamorados:

 

         "Don Mendo: Pues ¿qué quieres?, ¿condenarme,

         sin oír satisfacción,

         por sola una presunción?

         Lucrecia: ¿Qué disculpa puedes darme?

         ¿Presunción, llamas, traidor,

         esta tan clara probanza

         de mi agravio y tu mudanza?" [363]

 

         El sustrato es muy claro, y es de Derecho: no puede condenarse a un acusado habiendo sólo una presunción en su contra, y sin antes haber escuchado su descargo. En otro punto de la misma pieza, se vuelve sobre esa metáfora. Don Juan lee una nota que dice:

 

         "«El que sin oír condena,

         oyendo ha de condenar,

         y esto me obliga a pensar

         que es sin remedio mi pena.

         Ya que el cielo así lo ordena,

         dadme sólo un rato oído,

         que, si culpado lo pido,

         para más pena ha de ser;

         sino que os daña saber

         que jamás os he ofendido»"[364].

 

         Y ante semejantes trasposiciones de lo jurídico a lo cortesano, la interesada sólo puede asumir el lugar que en lógica le corresponde. Esto es, el de juez. Por eso, dicta al fin sentencia doña Ana:

 

         "Don Mendo, yo te confieso

         que tu descargo es muy llano,

         y que con darme la mano

         puede cerrarse el proceso"[365].

 

         Es semejante el nivel metafórico de la queja de Anarda, en Los favores del mundo:

 

"Que condenarme a liviana

con tanta resolución,

por sola la información

de una conjetura vana"[366].

 

         Es decir: no debe condenarse a alguien, y menos "con tanta resolución", en base sólo a informaciones que derivan en conjeturas. Y obsérvese esta referencia simpática de un gracioso, en El examen de maridos, a la aparición del hecho nuevo, y la posibilidad consecuente de reabrir una causa cerrada:

 

"Uno de dos

en dificultad tan nueva:

recibid la causa a prueba,

o encomendárselo a Dios"[367].

 

         En esa misma obra, también se expresa, con intención cómica, en términos rebuscadamente jurídicos el Marqués, refiriéndose a su propia enunciación de meritorias cualidades personales para marido, que acaba de hacer a su pretendida:

 

"Decirlas yo es proponer,

es relación, no alabanza;

alegación, no probanza

que esa vos la habéis de hacer"[368].

 

         El pretendiente asume el carácter de parte. "Propone" los hechos a probarse. "Alega" (si bien antes de término), pero no le corresponde a él producir las probanzas, sino a su amada, constituída en juez. Esa metáfora procesal, que viéramos ya antes en Las paredes oyen, era sin dudas grata al jurista Alarcón: los aspirantes como litigantes, su elección como trámite judicial, y la niña deseada como magistrada. Cuando, por ejemplo, en Mudarse por mejorarse, Otavio interroga al marqués si fue o no elegido por la dama, le inquiere: "¿Salió en favor la sentencia, Marqués?"[369]

         De allí que resulte extraña la asunción por Leonor, en esa misma obra, del lugar de parte (y no de juez) con una pregunta que trae la reminiscencia del rechazo a la declaración contra sí mismo: "¿Yo misma contra mí seré testigo?"[370]

 

 

         El uso de expresiones jurídicas sin finalidad cómica, y al parecer sin ninguna intención especial, sino sólo porque eran las que naturalmente afluían a la pluma de Alarcón, también se observa en sus obras. Por ejemplo, así relata su antepasado el modo como perdonó la vida a su rival cuando, ya caído éste en el duelo, estaba a punto de rematarlo:

 

"¡Válgame la Virgen! dice:

Valga, digo; y la sentencia

revoco en el mismo instante

que al golpe empezado resta" [371]

 

         No faltan, finalmente, abordajes irónicos, como la frase, que a pesar de ser desesperada, sonaría a graciosa en los oídos del público, vertida por el pobre viejo Beltrán en La verdad sospechosa, al percatarse de que su incorregible vástago lo ha hecho víctima de sus interminables mentiras:

 

         "Y, ¿qué juez se recelara

         que el mismo ladrón le robe,

         de cuyo castigo trata?"[372]

 

         Y en Ganar amigos, esta expresión del Marqués, refiriéndose a la situación personal que se le ha planteado con el homicida de su hermano:

 

“Que entre los dos brevemente

La causa aquí sustanciada,

O la perdone culpada,

O la disculpe inocente”[373].

 

         Donde ha de entenderse que, como están fuera de cuestión tanto el homicidio como que el delincuente no ha de ser castigado, lo que ha de considerarse es si éste es culpable (en cuyo caso será perdonado) o inocente (y entonces, se lo absolverá). Claro que la “causa” será “sustanciada brevemente”, entre el auto-erigido juez (el Marqués) y el acusado, y no ante los tribunales de Derecho, como corresponde, por haber interés público en la sanción de esta ofensa.

         Una última mención en este punto la haremos a una interesante referencia metafórica, no estrictamente vinculada con el Derecho Procesal. En efecto, este comentario de Leonor, en Mudarse por mejorarse, trae reminiscencias de las conductas inherentes al acatamiento de resoluciones, tan en boga en las Indias natales de Alarcón, involucrando una imagen simpática del recurso de súplica:

 

"El papel de vuestra merced puse descubierto sobre

mi cabeza, y con la misma reverencia respondo"[374].

 

 

10. REFERENCIAS A LA RELACIÓN DE SERVICIO

         Numerosas son las menciones alarconianas a la relación que se traba entre amo y criado, o entre un noble y su vasallo. Algunas, como las vinculadas con la trama esencial de Los pechos privilegiados, ya las hemos visto, y no es el caso de reiterarlas aquí. Pero sí creo interesante traer a colación otras, más laterales a los asuntos respectivos.

         Así, por ejemplo, responde el príncipe voluble de Los favores del mundo al antepasado de Alarcón, que le agradece por haberlo tomado a su servicio:

 

"El servirme de vos es

para vos merced muy poca,

porque es mi propio interés.

Y yo no pretendo hacer

De esto premio o beneficio;

porque el cargo ni el oficio

no premia al que ha menester

el rey para su servicio"[375].

 

         No deja de ser un criterio muy actual el del príncipe: no me des gracias por darte trabajo, si te lo estoy dando es porque lo necesito. En suma, el servicio no es una gracia del patrón: es un acuerdo en mutuo beneficio.

 

"Pues, ¿qué merced habrá sido

la que a mí nada me cuesta,

y vos habéis merecido?" [376]

 

         Sin embargo, el vínculo consecuente era concebido como de una estrechez más ligada a la Edad Media que a los tiempos modernos. No sólo da pruebas de ello el exceso del referido antepasado de Alarcón, que ya comenté más arriba. En la misma obra, dice la criada Inés:

 

"Y al mismo rey me atreviera,

si tanta ocasión me diera.

Quien por su dueño responde

se atreve muy justamente" [377]

 

         No es un vínculo de origen contractual, en cambio, el que se traba entre Don Juan y Don García, sino un nexo mucho más fuerte, atávico y profundo, pues deriva de que el segundo le ha perdonado la vida al primero, que exclama:

 

"Cuando a merced vuestra vivo,

nada deberle podéis

por ley a vuestro cautivo"[378].

 

         Más simpática y grotesca es la situación del gracioso pero traidor criado Chichón, que en un momento, preso su patrón, el tejedor de Segovia, resuelve pasarse al servicio del peor enemigo de éste, que es quien lo ha detenido:

 

"Chichón: Yo, por no serle infiel,

aquí me despido de él,

y al Conde empiezo a servir.

Fineo: Y yo en su nombre, Chichón,

te recibo"[379].

 

         Aparece, bien que en un marco satírico, el acto de disrupción de una relación de trabajo, y la subsiguiente contratación de otra nueva. Obviamente, no se busca el acuerdo del primer patrón, que está en la cárcel, y ni siquiera se entera del asunto. El segundo conchabo se celebra con Fineo, otro sirviente del flamante amo, quien obra "en nombre" de éste.

         Más adelante, sin embargo, al encontrarse Chichón con el tejedor, pretenderá explicar su pase y, al mismo tiempo, nos regalará Alarcón con esa excusa un hermoso ejemplo de rendición final de cuentas entre patrón y criado, con valores monetarios y todo, al estilo prolijo de nuestro autor:

 

"Yo, señor, que a nadie he muerto,

y me hallo bien en Segovia,

y entré contigo a aprender,

de tus manos tejedoras,

a gobernar lanzaderas,

y no lanzas, quiero ahora

hacer cuentas. Tú me has dado

tres ducados, que esto montan

tres meses que te he servido:

hete quebrado una olla,

dos platos y un orinal;

para esto compré a mi costa

los cordeles y el martillo"[380].

 

         Con lo que las cuentas están saldadas, y nadie se debe nada. Y, ya que estamos en el tema de las retribuciones, justamente a él hace referencia este tramo de Los favores del mundo, donde el príncipe compensa a sus criados por los males que de servirlo se les han derivado, dándoles anillos con joyas:

 

"Príncipe (dando una sortija): Alégrete este rubí,

si por mi causa estás triste.

Y tú, pues que me sufriste

lo que sin razón reñí,

con este diamante, Octavio,

publica tu sufrimiento"[381].

 

         En el capítulo dedicado al honor, ya hemos tenido oportunidad de observar algunas muestras de la peculiar (y no siempre coherente) actitud de Alarcón para con los sirvientes desde el punto de vista de su consideración social. Pocos tramos tan elocuentes al respecto como este discurso del criado Encinas de Ganar amigos, tras haber aceptado (no sin algunas gracias, como viéramos antes[382]) el “pasar a la clandestinidad” (diríamos hoy) disfrazado de monje, con riesgo de su vida y despreciando la ofrecida recompensa, para así encubrir a su amo, prófugo de la justicia real: 

 

“Señor,

Tienen los pobres criados

Opinión de interesados,

De poco peso y valor.

¡Pese a quien lo piensa! ¿andamos

De cabeza los sirvientes?

¿Tienen almas diferentes

En especie nuestros amos?

Muchos criados, ¿no han sido

Tan nobles como sus dueños?

El ser grandes o pequeños,

El servir o ser servido,

En más o menos riqueza

Consiste sin duda alguna,

Y es distancia de fortuna,

Que no de naturaleza”[383].

 

         ¿Ideas sinceras del taxqueño, expresadas por boca del sufrido Encinas con tanta elocuencia y convicción (sin dudas, éste era el clímax del personaje)? ¿Simples recursos del autor para congraciarse con la parte servil del auditorio (que no sería poca), y tal vez hasta arrancar un aplauso, o siquiera bocas abiertas en elogio, del sector humilde del público? Piénsese lo que se quiera. Pero el texto allí está, y es muy rico y profundo, y ex extremo coherente con la cosmovisión compleja del siglo XVII español. Y concluye su arenga el orgulloso fámulo:

 

“Hoy han de ser restaurados

En su opinión, por mi fe,

Los que sirven; hoy seré

Un Pelayo de criados”[384].

 

Encinas es un gracioso, y aún en medio de este momento sublime no puede evitar la referencia divertida al héroe inicial de la Reconquista. Como si él, con su encendido alegato, fuese a dar inicio –cual Pelayo en Covadonga- a una rebelión de sirvientes, que acabara poniendo las cosas al revés. Así como los cristianos, partiendo de la humilde Cangas, habían terminado señores de la Península y “más allá”, y expulsados los descendientes de sus moros conquistadores, los criados, tras las banderas desplegadas por Encinas, podrían derrotar a la patronil calaña, siquiera recuperando su buen nombre. No deja de ser notable la elección del “espadario” de Asturias, por su carácter belicoso y revolucionario. Y es obvio que Alarcón lo escogió muy deliberadamente, y no por casualidad.

A las relaciones estrechas que generaba el vínculo entre amo y sirviente, hace referencia este trozo que dice el caballero Don Juan, en La prueba de las promesas:  

 

“Sólo mis secretos fío

[...] De este criado que veis,

Que desde mi tierna edad,

En Salamanca estudiante,

Y en otras partes después,

De graves sucesos es

Un sepulcro de diamante”[385].

 

         Pero amo y sirviente no son vistos como iguales en general. Por lo menos, no en conocimientos. El noble caballero Don Enrique, en esta misma obra, lo deja claro al advertir:

 

“No examine (que es error)

Ni el criado a su señor,

Ni al que sabe el ignorante”[386].

 

 

11. REFERENCIAS AL ASILO DIPLOMÁTICO

         Reiteradamente aparecen en Alarcón menciones a los fueros de los embajadores extranjeros, la inmunidad de cuyas casas permitía ya entonces el pedir refugio en ellas. Así previene el tejedor de Segovia a su criado, antes de fugarse de prisión:

 

"Calla, necio.

Tráeme tú

dos cordeles y un martillo

que en casa del Embajador

he de amanecer contigo"[387].

 

         Si bien no era este asilo para todos los reos, como explica a su vez, en la misma obra, el gracioso Chichón:

 

"¡Bien hayan, amén,

los primeros inventores

de casas de embajadores

para bellacos de bien!" [388]

 

         Los refugiados son normalmente "bellacos de bien", y el embajador preferido el de Inglaterra:

 

"En casa del embajador

de Inglaterra te espero,

con mis joyas y dinero

ponte en salvo"[389].

 

         Claro que el asilo estaría sometido a las concretas presiones del poder político, especialmente si el refugiado, como en el caso del tejedor de Segovia, no era un hombre poderoso. Él lo sabía muy bien:

 

"Y aunque nos parezca estar

seguros aquí, pues gozan

las casas de embajadores

exenciones tan notorias,

suelen por razón de estado,

cuando la quietud importa,

ellos mismos dar licencia

de que estos fueros les rompan;

y más siendo mi contrario

del Rey la privanza toda,

a quien el Embajador

hará mayores lisonjas"[390].

 

         La contrapartida, en efecto, de este asilo es la solicitud de captura y juicio o extradición de los delincuentes que se han fugado al extranjero (incluso, a sus propios países de origen). Tal sucede en El desdichado en fingir, cuando el Príncipe de Bohemia lee un correo que le acaba de llegar del Cardenal Coloma, que se lo envía desde la corte pontificia, en Roma:

 

“La noticia que en todos los reinos hay del justiciero valor de vuestra alteza, me da confianza para suplicarle me haga justicia. Arnesto, hijo de Justino, cortesano de vuestra alteza, dio muerte a un sobrino mío, de lo cual lleva el portador los recados. Prospere Dios los años de vuestra alteza, etc.”[391] 

 

[346] Las paredes..., p 86

[347] No hay mal..., pp 317/318

[348] Las paredes..., p 207

[349] Ganar amigos, p 269

[350] A la mujer aducidamente violada.

[351] Ganar amigos, p 300

[352] Partida 7a, Título 31, Ley 4ª.

[353] Levaggi, Abelardo, Las cárceles argentinas de antaño (Siglos XVIII y XIX). Teoría y realidad, Bs.As., Ad-Hoc, 2002, pp 22-26, y los autores allí citados.

[354] Ganar amigos, p 301

[355] ver texto citado en nota 119.

[356] Ganar amigos, p 310

[357] Criado y cómplice del reo.

[358] Ganar amigos, p 315

[359] Ganar amigos, p 320

[360] El desdichado..., p 387

[361] El desdichado..., p 372

[362] No hay mal..., p318

[363] Las paredes..., p166

[364] Las paredes..., p 229

[365] Las paredes..., p 232

[366] Los favores..., p 129

[367] El examen..., p 361

[368] El examen..., pp 388/389

[369] Mudarse..., p 282

[370] Mudarse..., p 291

[371] Los favores..., pp 139/140

[372] La verdad..., p129

[373] Ganar amigos, p 253

[374] Mudarse..., p 323

[375] Los favores..., p 142

[376] Los favores..., p 143

[377] Los favores..., p 148

[378] Los favores..., p 143

[379] El tejedor..., p 33

[380] El tejedor..., p 37

[381] Los favores..., p 207

[382] Ver texto citado en nota 325

[383] Ganar amigos, p 305

[384] Ganar amigos, p 306
[385] La prueba..., p 470

[386] La prueba..., p 489

[387] El tejedor..., p 18

[388] El tejedor..., p 15

[389] Los favores..., p 125

[390] El tejedor..., p 35

[391] El desdichado..., p 428