Señor Director:

Asistimos en La Plata  a un congreso de minería, en el cual se intentó por todos los medios, demostrar cuánto nos beneficia la explotación del oro. Representantes de empresas mineras y varios expositores, pasaron filminas de los caminos que construyen, las fuentes de trabajo que crean, las ambulancias que donan y las verduras que les compran a las comunidades cercanas a las minas.

Se cuidaron muy bien de hablar de los volúmenes de cianuro que manejan, de la cantidad de agua que requiere el proceso de lixiviación, (mezcla íntima del mineral reducido a polvo con una solución acuosa de cianuro) y de las consecuencias que se van difundiendo, día a día, sobre el daño ecológico producido en aquellos lugares donde han trabajado.

Recordemos que hay minas ubicadas en lugares tan inhóspitos, que las consecuencias sobre la ecología no son perceptibles inmediatamente  y para muestra, les cuento algo sobre la explotación llamada Cerro Vanguardia, ubicada en la provincia de Santa Cruz, 150 km tierra adentro del puerto de San Julián, llevada a cabo por la compañía llamada Anglogold Ashanti, desde 1998. Están obteniendo 330.000 onzas de oro por año ( a 400 dólares la onza), procesando casi un millón de toneladas de mineral para obtener 7 toneladas de oro y 67 toneladas de plata. La vida útil de la mina, a ese ritmo desenfrenado, será de solo 8 años. El mineral sale en barras de "bullón", con  10% de oro y 90% de plata, que se exporta para ser refinado en el exterior.

En esa zona, el daño ecológico no se percibe en el acto, pues la vida vegetal y animal, aunque existente, es escasa y recién al cabo de varios años, cuando ya la compañía se haya retirado, se empezarán a ver las consecuencias negativas de haber utilizado una tecnología tan riesgosa para la explotación. Recordemos que los restos de ese millón  de toneladas procesado, reducido a polvo y mezclado en agua con restos de cianuro (pues en el proceso el 10% del cianuro no se recupera y queda en el polvo), ese casi millón de toneladas decía, se acumula en los llamados “diques de cola”, que son los lugares adonde va a parar el resultado del proceso.

Esa mezcla de roca molida y agua con cianuro, queda allí, por los siglos de los siglos, escurriendo o evaporando el agua y secándose lentamente, para que el polvo resultante, cual una película de paisaje lunar, sea trasladado por los vientos, eternamente. No es esto lo que queremos para nuestra montaña. No es esto lo que traerá turistas de todo el mundo a visitar nuestras bellezas naturales. No es esto lo que debemos dejar a las generaciones venideras. 

Ojalá podamos contribuir a difundir lo que está pasando; es la única forma de evitar que después lloremos sobre la leche derramada.

Ingeniero Alberto Lucero,
Miembro de la Comisión Directiva de la Unión Comercial e Industrial de Mendoza