Editorial

 

 

VOTE SI O NO AL ABORTO,
o la insondable banalidad
de nuestra civilización actual

 

         Soy lector del diario La Nación, no por convicción ni por simpatía de ideas, sino porque me parece lo más aséptico y confiable de que disponemos en Buenos Aires (escribí varios años en La Prensa, que bajo la dirección de Máximo Gainza era un verdadero oasis de libertad, tanto que los autores debatíamos entre nosotros, a veces con dureza, desde las mismas páginas, pero después del desastre económico -que tal vez tuvo que ver, justamente, con que Gainza estaba más preocupado por la calidad que por las cuentas- las cosas fueron cambiando, hasta que al final ya no me gustó, y dejé de intervenir en La Prensa, y de recibirla).

            Como lector movedizo, me gusta cada tanto escribir cartas al diario, máxime ahora, que puede hacerse tal cosa por vía electrónica. Soy plenamente consciente, en mi carácter de director de un medio periodístico, del derecho inalienable y absoluto que cabe al mando de toda publicación privada de resolver qué misivas difunde y cuáles otras descarta. Nadie puede exigir motivaciones para esa decisión, ni sentirse ofendido o agraviado por ella. Quien así lo hiciera, mostraría un temperamento agresivo y autoritario digno del peor fascismo, y un supino desconocimiento de las reglas del juego de la prensa. Por eso, cuando una carta mía sale, me alegro, y cuando no sale, me aguanto y no me enojo.

            Pero eso no quita mi derecho de publicar por mi parte las cartas que fueran desestimadas, con la debida mención de tal rechazo. A tal fin, sería un crimen que no aprovechara esta oportunidad que me da el consabido Editorial con que torturo a los pacientes y resignados lectores de PERSONA todos los meses (lectores que, dicho sea muy de paso, están creciendo en número de un modo alarmante, tendencia que se está incrementando más allá de nuestras posibilidades -o deseos- de control, en estos últimos números; tanto que nos hemos animado, sin dejar de ser un medio gratuito y carente de fines de lucro, a pagarnos un alojamiento propio en la red).

            Quisiera, pues, compartir con ustedes una carta electrónica que envié a La Nación hace algunas semanas. Sin embargo, como la mandé empleando directamente el formulario que el diario ofrece en su sitio telemático, y no tomé la previsión de conservar una copia, y mi memoria es notoriamente volátil (un don de Dios), no estaré en condiciones de volcar el texto estricto, ni aproximado, aunque sí la idea, porque la sigo teniendo. Pero antes voy a permitirme poner en antecedentes a los lectores no argentinos, que seguramente desconocen estos hechos.

            Sucede que en los últimos años, una silenciosa comisión se estuvo reuniendo en el Ministerio de Justicia de la Nación, en forma dudosamente oficial (a juzgar por los comentarios vertidos por el titular de esa cartera), con la misión de estudiar una reforma al Código Penal que rige sobre nuestra federación. Es un texto que lleva décadas vigente, y ciertamente ofrece muchas antiguallas, aunque ha sido objeto de reiteradas modificaciones a los largo de tanto tiempo. Sin embargo, ahora se trata de crear un cuerpo nuevo, que tenga como base metodológica al actual.

            Dicha comisión, pequeña si las hay, entregó su dictamen este año al Ministerio, y éste, con buen criterio, lo dio a conocer y lo dejó expuesto, en su sitio telemático, a las críticas y comentarios de los argentinos con acceso a Internet (los otros, que en un país con la mitad de la población por debajo de límite de pobreza no son pocos, también parece suponerse que no tienen nada interesante que decir, quizás porque muchos de ellos tampoco saben leer ni escribir, aunque por cierto son los que más fácilmente caen bajo la égida del sistema penal, y más difícilmente salen de ella).

            Entre numerosas propuestas cuya lectura no se sugiere en un lugar donde hayan moscas, porque la boca queda irremediablemente abierta por considerable lapso, algunas de las cuales parecen redactadas en esa ciudad, imaginada por la fértil mente de Jonathan Swift, que flotaba entre las nubes, aparece la despenalización, en términos muy amplios, del aborto realizado por médicos. Si otras sugerencias llamaron la atención, ésta movió francamente a pasmo, por ir en contra, y de lleno, de la reciente reforma de la Constitución (1994), de los términos del Código Civil, de las convenciones y tratados internacionales a los que la Argentina reconoció "jerarquía constitucional", y de la línea sustentada por el país en los foros internacionales.

            Como era de esperarse, se alzó un gran movimiento de opiniones. Mientras algunos se felicitaban alborozados, porque avizoraban la tan ansiada entrada de la Argentina en ese mundo bonito donde las leyes matan gente, por el simple expediente de no considerarla gente, como con maestría lo plantea Philip K. Dick, en esa joya que es su cuento Las pre-personas (1974), otros se pellizcaban porque creían estar inmersos en la peor de las pesadillas. ¿Argentina con aborto libre? Más impensable que Argentina sin carne, o la pampa sin ombúes, o el Golfo Nuevo sin ballenas. E infinitamente más triste...

               En medio del revuelo, el diario La Nación, que suele convocar a sus lectores a participar de esos sondeos telemáticos de doble opción, no tuvo mejor idea que preguntar "¿Usted está de acuerdo con la despenalización del aborto?" De inmediato, entidades y personas se dieron a enviar mensajes electrónicos invitando a "votar" (generalmente, por la negativa). Mi rechazada carta al diario tuvo por motivación esa situación, y mi absoluta negativa a intervenir en ella.

                Considero que la facilidad de los plebiscitos telemáticos, con ese saborcito (completamente falso) de consulta popular automática, al estilo de la ciencia ficción francesa de la década del '60, puede hacer que se conviertan en juguetes rabiosos, que nos hagan perder sutilmente la noción de los límites, y nos convenzan de que todo, sin excepciones, puede ser preguntado. Incluso las decisiones jurídicas que involucran temas de vida y muerte.

                Se produce así un desliz, por usar términos de la gran Hannah Arendt, hacia la banalidad del mal. Cuando cosas tan terribles como el aborto humano son llevadas al nivel de presionar una tecla, en forma ignota y distante, donde, como diría Cervantes, "tantas letras tiene un sí como un no", esas cuestiones se desacralizan, pierden la entidad que naturalmente les es propia, se tornan un juego, aséptico y veloz, distante años luz de la tragedia de la mujer embarazada que no desea a su hijo, y del niño en crecimiento dentro de una madre que quiere matarlo. La sangre, la insondable tristeza, las lágrimas, los dilemas de dimensiones cósmicas, reducidos grotescamente al solo apretar un dedo en un ratón o un teclado...

                Sin, por supuesto, ninguna seriedad. Un niño, por error, podría "votar" en esta encuesta. Una misma persona, puede hacerlo varias veces. O emitir opinión en un sentido, y luego en el contrario. Puede creer que la "despenalización del aborto" significa castigarlo, porque no es una palabra tan sencilla. Pueden ingresar personas de otros países, incluso quienes odien a la Argentina o a su pueblo, o les resulte indiferente, o desconozcan en absoluto su cultura. Un perro con patas pequeñas, podría presionar las teclas también. ¿Qué validez puede tener este sondeo? Nula. Entonces, ¿por qué se hace? Es lúdico. Pero, ¿estamos jugando con el aborto? ¿Hay falta de respeto mayor que esa? Quienes defienden la despenalización, deben ser los más asqueados. Ellos destacan siempre, y con sobrada razón, el padecimiento atroz que una gestación indeseada conlleva, el dolor magno de la mujer en esos casos... ¿Cómo, entonces, podrían consentir que se lo banalice de ese modo? Sin dudas, están tan indignados como yo, o tal vez aún más.

                  Que se deba discutir el asunto, ponerlo en mesa de debate, en todos los sectores de la sociedad, creo que eso es inatacable. Pero no tiene nada que ver con las encuestitas telemáticas. El debate debe priorizar el escuchar los fundamentos de cada una de las partes, con respeto, partiendo del principio de que ambos obran de buena voluntad, y que puede llegar a tener razón el otro, y uno estar equivocado. Lo que importa, justamente, son esos basamentos, mucho más que la posición final, el "sí" o el "no". ¿Y dónde están esas motivaciones en las encuestas de Internet? En ningún lado.

                     Habría que leer más a Bertolt Brecht, me parece. ¡Con qué facilidad banalizamos el mal que no nos concierne directamente! Con la misma tranquilidad con que cerramos la ventana cuando vienen a llevarse a los comunistas, y nosotros no lo somos. Pero no hemos de engañarnos. Una vez desacralizada la humanidad, todo se vuelve simple. Es una virginidad que, tras ser perdida, da lugar a la mayor concupiscencia. Entronizada la necrofilia, como advertía Erich Fromm, el corazón del hombre ya no reconoce a su congénere, y está puesta la mesa para el festín de sangre. ¿Qué encuesta será la próxima? ¿Acepta usted la despenalización del homicidio si la víctima es un gitano? Responda: "sí" o "no". ¿Cree usted que sucedió el Holocausto? Responda: "sí" o "no". ¿Le parece adecuada la apropiación de niños nacidos en cautiverio durante el régimen militar de 1976? Responda: "sí" o "no".

                     Removidos los límites, perdida la sacralidad de lo humano, banalizado el mal, todo, absolutamente todo, se vuelve posible. 

 

  Ricardo D. Rabinovich-Berkman