Sr. Director:

 

            Como es de público y notorio conocimiento, se ha juzgado a Cristian Von Wernick, sacerdote católico, por su participación en la última dictadura militar, acusándoselo por delitos de lesa humanidad.

            En el transcurso de dicho juicio, se procesó por falso testimonio a Pedro Traveset por entender el tribunal que el testigo (ofrecido por la APDH y demás organizaciones de derechos humanos) había incurrido en contradicciones en sus declaraciones y exhibía reticencia a prestar información relevante para la causa.  Traveset, también es cura y se desempeña como párroco de la localidad bonaerense de Trenque Lauquen.

En tanto autor de estas insignificantes líneas e hijo de Trenque Lauquen (si bien residiendo fuera desde hace ya mucho tiempo), no puedo dejar de manifestar el profundo dolor por lo que le ha sucedido al p. Pedro Traveset, un hombre de bien y decente que me honra con su amistad desde hace más de 15 años.  De ahí, entonces, que esta nota diste de encaminarse en la senda del análisis académico de la cuestión, más no por ello constituye una mera y desdeñable yuxtaposición de argumentos emotivos.  ¡De ningún modo puedo dejar que encarcelen a mi amigo en silencio!

Antes de avanzar en el comentario, quede bien en claro que considero impostergable la efectivización de sanciones ejemplares y el consecuente público repudio a quienes perpetraron las atrocidades del último régimen dictatorial y a quienes procuraron instalar otro, igualmente nefasto, empleando exactamente los mismos métodos; salvando debidamente las distancias entre ambos y sin comprar en bloque el argumento de la guerra civil.  Adelante, pues, con los castigos a los culpables. 

Por otro lado, Sr. Director, y sin ánimo de faltar al decoro que exige la exteriorización de las ideas, debo confesar que, por momentos, tengo una mezcla de asco y bronca adentro.  Me explico. 

En 1983, con la vuelta a la democracia, el entonces presidente Alfonsín llevó al banquillo a los jerarcas de la última dictadura militar y, a la misma vez, el Congreso Federal sancionó las leyes de "obediencia debida y punto final".  En el gobierno constitucional inmediatamente siguiente, el presidente Menem decide indultar a todos los enjuiciados y encarcelados.  Ahora, otra vez: derogación de las leyes de obediencia debida y punto final, inconstitucionalidad de los indultos menemistas... 

Es el momento de recordar que en el párrafo anterior dije enfáticamente: ¡Castigo a los culpables!  Pero ahora agrego: ¡Castigo a los culpables, de una vez y para siempre, y basta, basta, por favor, de pisotear la institucionalidad!  Que te meto, que te saco, que te llevo, que te vuelvo a meter, que si, que no, que puede ser, que a lo mejor, que mañana vemos...  Señor Director, ¿todo en este país es 'lo atamo con alambre'?  Siento indignación al vernos tan incapaces de resolver con madurez lo que sucedió hace más de tres décadas.  Es el momento que los argentinos nos demos nuestro propio "Pacto de la Moncloa", que en modo alguno es olvido: Es justicia con el pasado, es verdad en el presente y es proyección sana hacia el futuro con justicia, con verdad y con memoria.

Ojalá me equivoque, Señor Director, y no quiero jugar a la futurología, pero vamos a lamentar, y mucho, la saturación que inevitablemente genera el disloque institucional.  Vamos a terminar por infundir en las nuevas generaciones mayor desinterés e hibridez frente a uno de los capítulos más negros de la Argentina.  Pasaremos de ser reconocidos en el mundo entero por haber llevado a juicio a "las Juntas" (basta ver los diarios de la época) a ser un sinfin de payasos que no han estado a la altura de las circunstancias, confirmando que el progresismo "mediopelista" jauretchiano es muy poco lo que aporta.

No tengo dudas que el “Caso Traveset” se inscribe entre los emergentes de una demencial pulseada del gobierno con la jerarquía eclesiástica; y nótese que no hablo de Iglesia y Estado, sino de hombres inescrupulosos con ambiciones desmedidas de poder que, encumbrados en sillones sagrados, se proyectan con halos de superioridad sobre el común de sus congéneres.  A mi juicio, sa definición cuadra para todo aquel que haga propio lo que concienzudamente no le pertenece.

A lo largo de los siglos, el mimetismo de “esa iglesia” y “ese estado” constituyó un romance que ojala algún día termine, dejando a salvo a los terceros de los mutuos pases de facturas. 

Se exige de “esa iglesia” (poderosa, por cierto, muy poderosa) un mea culpa por sus silencios, cuando no por su complicidad, más no conviene hacerlo movidos por deseos irrefrenables de venganza, de querer hacer 'besar el polvo'.  Eso encarniza.

Llegada esta instancia del discurso conviene decir que si bien no ejerzo la profesión de abogado, como hombre del derecho, de ningún modo podría, so pena de faltar a la ética profesional, opinar sobre un proceso judicial sin haber tenido el debido acceso al expediente; no obstante, tengo para mi que si el pedido del Señor Agente Fiscal de procesar al p. Pedro por falso testimonio se funda en el careo que se televisó, entonces estamos ante un nuevo "perejilazo" ("pedrojilazo", en este caso). 

De antemano dejo establecido que no tengo por qué presumir la mala fe de ninguno de los presentes ese día en la Sala de Audiencias, pero la pregunta del Dr. Carlos Rozanski, Presidente del Tribunal Oral Federal 1: "¿Sabe Ud. si Lugones fallecíó?", o algo por el estilo, evidencia que El p. Traveset quedó preso del lenguaje.  Es lo mismo que si le hubiesen preguntado: "¿Sabe Ud. que a Juan Pablo I lo envenenó con un te la curia romana por sus ideas para realizar el Concilio Vaticano II?"  ¡¿Quién no escuchó esa historia, pero quién podría decir que "lo sabe"?!  ‘Saber', es una cosa.  'Saber en el marco de un expediente', es otra.  ¡¿Quién puede decir que "sabe" qué sucedió con tantas personas brutalmente desaparecidas!  Sólo lo 'saben' los que las desaparecieron, y Pedro no está entre ellos.  Más todavía, ni la ley se anima a decir que 'sabe' el fallecimiento, sino que se anima apenas a permitir que el aplicador conjeture la ausencia y presuma la muerte del ausente (Cfr. Ley 14.394).

Tal como lo mostraron los canales de televisión, el cura fue a declarar con la transparencia que lo caracteriza y lo hace ser la persona que es.  Su espontaneidad fue tan  inocultable como su predisposición a recordar, su voluntad a colaborar y su presteza a estrujar su memoria; ¡tal es así que a medida que rememoraba lo decía!

Pedro es noble como pocas personas he conocido en mi vida, con un pasado mucho más limpio y con un presente mucho más comprometido que el de muchos funcionarios actuales.  No merece que lo califiquen ni de reticente ni de mentiroso.  Señor Director, de una vez y para siempre, nunca más.

 

Elian Pregno, agnóstico

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