FAMILIA—ESCUELA—TRABAJO:
Tres causas fundamentales en las
etapas de desarrollo,
formación, educación y madurez de la
persona
Juan Patricio Avaca*.
El presente trabajo está articulado
en TRES CUADROS BIEN DEFINIDOS: El
primero de ellos, presenta un DIAGNÓSTICO de las conductas de los menores
(realizado sobre la base de una comparación entre las conductas de los menores
en el pasado y las conductas de los menores en el presente, seguido de una
valoración crítica) que nos permite conocer
—mediante la observación de signos sensibles— lo más medular de la naturaleza
de los problemas de conducta que hoy presentan los menores de nuestra sociedad.
Ahora bien, si la más elemental filosofía nos
ha enseñado que “los efectos están contenidos en las causas”, debemos afirmar
que las malas conductas que hoy presentan los menores de nuestra sociedad, son los
efectos actuales de causas concretas y remotas que las han originado; y,
consecuentemente con ello, cualquier proyecto que intente remediar esas malas
conductas, será eficaz y duradero en la medida que sean indagadas las causas
últimas que han originado aquellos comportamientos. Y es en las causas —estoy
firmemente convencido— donde se deben aplicar los remedios.
El
segundo cuadro constituye el NUDO de esta
exposición porque allí voy a reflexionar detenidamente sobre algunas causas —las
que considero capitales por ser las más importantes— que podrían revertir las
conductas de los más jóvenes de nuestra sociedad. Me referiré a la influencia
positiva que la familia, la escuela y el trabajo juegan como causas de madurez efectiva
en las etapas de la vida de toda persona humana. Sin embargo —es necesario
reconocer, también— esas causas irán produciendo efectos positivos en el
crecimiento humano de las personas en la medida que, cada una de ellas, este
bien constituida e íntimamente integradas entre sí. Y aquí se impone destacar
el rol y el lugar que debe tener el principio de subsidiariedad por ser el
principio social que garantiza el justo y sano equilibrio de las relaciones
humanas en el ejercicio libre de sus derechos y correlativos deberes.
Y, el
desenlace final, marcado en una conclusión valorativa, es lo que vendrá a
constituir el último cuadro de esta
exposición.
I.
DIAGNÓSTICO.
1.1. LOS MENORES EN EL PASADO.
—Los menores, hasta una edad
bastante avanzada (aproximadamente, los 14 o 15 años) se comportaban como
niños;
—No estaban mucho tiempo a solas
en sus hogares, puesto que la mayoría de las madres pasaban gran parte del día
con sus hijos, mientras sus esposos trabajaban;
—Tenían acceso a muy contados
objetos peligrosos porque era mayor la vigilancia que sus padres y abuelos
realizaban sobre ellos;
—Recibían en sus hogares una
educación orientada a amar la verdad, la lealtad, el respeto a las personas, el
sentido de la justicia, la fidelidad a la palabra dada, etc.; es decir, se
hacía mucho hincapié en los valores humanos. Por ejemplo, la obediencia, el
orden y la sinceridad son valores que los menores están capacitados de
asimilarlos antes de los 8 años.
—Recibían una educación en la escuela que luego era
continuada en el hogar;
—Recibían de sus familias una marcada educación en la verdadera
compasión, la coherencia de vida, la perseverancia; y, en el equilibrio de
juicio y comportamiento; porque, como sabiamente referían los antiguos, “quien
no vive como piensa terminará pensando como vive”. Lo que quiero destacar es
que se insistía en la asimilación de hábitos naturales como la fortaleza,
perseverancia, responsabilidad, paciencia, laboriosidad, generosidad, etc.,
valores que —según prestigiosos profesionales— deberían ser asimilados por los
menores entre los 8 y 12 años de edad.
—Eran severamente corregidos por sus faltas cometidas,
siempre que no adecuaran la conducta con la enseñanza recibida.
—Tenían acceso a
escasos medios de comunicación en los que los comunicadores sociales, no sólo cuidaban
mucho la forma de expresión, sin no también el contenido de lo que se transmitía;
—Eran educados en
la fe, puesto que la
religión cristiana tenía mucho peso y una enorme grey de fieles. Antes, los
ministros de la religión católica se caracterizaban por llevar una vida
intachable, misionera y de predicación de la verdad con absoluta claridad y sin
ambages ni medias tintas.
—Se divertían en
torno a grupos familiares. No existían patotas ni grupos juveniles violentos. La drogadicción y el alcoholismo eran
un problema menor y acotado a ciertos grupos sociales;
—Eran sujetos de daños que no
iban más allá de una ventana rota con la pelota o un pequeño accidente en la
calle con la bicicleta. Por ello, hasta bien entrado el siglo XX, el problema
de los daños causados por menores era un tema, jurídico, casi curioso
1.2. LOS MENORES EN EL PRESENTE.
—Desde muy temprana edad se
comportan como adultos, realizando actos que antiguamente eran impensables
hasta los 20 años.
—Están frecuentemente solos en
sus hogares, puesto que ambos progenitores tienen, en el mejor de los casos, la
imperiosa necesidad de trabajar. Lo que quiero destacar aquí es que los padres
pierden una oportunidad temporal maravillosa de educar a sus hijos en una etapa
calve de sus vidas.
—La vida se ha tecnificado tanto
que la mayoría de los menores tienen acceso a una multitud de elementos que
(aunque buenos en sí mismos) son peligrosos y hasta pueden resultar lesivos
para ellos, por el mal uso que éstos le dan;
—Son víctimas de una falta de
educación y formación de valores porque la presencia de los padres está
notablemente resentida y casi anulada; o bien, no existe o es más que relativa;
—Reciben una
educación en la escuela que después no es continuada en el hogar; o al revés,
la buena educación recibida en la familia, se ve menoscabada por el contacto
con otros menores sin educación;
—Son víctimas de
la cultura light donde no existe nada duradero ni valores asentados y la
vida se torna cada vez más laxa y permeable;
—Sufren la falta
de corrección fraternal, maternal o paternal; e incluso, muchas veces ni
siquiera se les da la posibilidad de negarles nada de lo que ellos quieren;
—Tienen acceso a
una multitud de medios de
comunicación, incluso marginales, donde muchos de los comunicadores sociales no
cuidan la forma de expresión; y, con frecuencia, el contenido de lo que
transmiten roza la pornografía, la instigación al delito, cuando no configuran
el tipo penal, ante la pasividad de los organismos de control[1];
—Son víctimas de un ateísmo práctico que les da una visión
lisa y llanamente natural y materialista de la realidad, donde la formación de
la conciencia no existe y Dios no tiene lugar en sus vidas. Lamentablemente se
está afincando cada vez más esa idea de que al menor hay que dejarlo que él
decida libremente, ya siendo mayor de edad, si va a recibir o no la fe. Respeto
a quines piensan así, pero no puedo compartir tal manera de pensar por tratarse
de una actitud que se reciente en sus propias bases por falsa e irreal. Yo me
pregunto: ¿por qué privar a los menores de esta herramienta sobrenatural
maravillosa a la que ellos podrían recurrir, cuando la vida los ponga de frente
a problemas y obstáculos humanamente insuperables?
—Forman parte de grupos juveniles
violentos donde la drogadicción, el alcoholismo, tabaquismo, prostitución es
algo casi normal. El vandalismo juvenil es un problema serio y un verdadero
reto para la sociedad. Hoy tenemos la globalización cultural, tribus urbanas,
jóvenes pintados como Pokemón que
conviven en el aula;
— Son sujetos de numerosos delitos (ya
sea contra las personas; contra la integridad sexual; contra la libertad;
contra la propiedad; etc. )[2].
1.3. RESULTADO CRÍTICO-VALORATIVO.
Ahora bien, ¿cuál es la causa
última que está desarticulando cada vez más el tejido humano de nuestra
sociedad?
A mi modo de ver, no hay una
única causa; por el contrario, son muchas y variadas las causas productoras de
los efectos críticos y lamentables que acabamos de enunciar. Pensemos, por
ejemplo, en las siguientes:
—No existen líderes, hombres y
mujeres (ya sean padres de familia, docentes o religiosos) que encarnen valores
y virtudes que, como tales, se conviertan en modelos positivos para los menores
y jóvenes. Todo lo contrario, cada vez crece más la corrupción de menores por
parte de aquellos que están llamados a liderar, a educar, y a formar a los más
chicos;
—A esa falta de ejemplos humanos,
debemos sumar el creciente y descontrolado consumismo y permisivismo sociales
que han puesto en crisis muchos de los valores humanos de los menores;
—Un alto porcentaje de padres de
familia, están ausentes en la vida y en los problemas de sus hijos.
Actualmente, son muchos los niños, adolescentes y jóvenes que —en medio de las
contrariedades de la vida, que no son pocas— no tienen un pecho paterno o
materno dónde reclinar sus cabezas, dónde depositar sus penas, dónde consultar
sus dudas, porque el padre o la madre —entre otras opciones— ha optado por
satisfacer intereses egoístas o su satisfacción personal al margen de la
familia. Hoy los padres de familia se han empeñado en la búsqueda egoísta de su
propia felicidad olvidándose de la felicidad de sus hijos;
—Muchos padres de familia han
puesto más el acento en sus derechos que en los deberes para con sus cónyuges e
hijos. Se han olvidado que constituir una familia supone, primordialmente,
afrontar responsabilidades o deberes más que reclamar derechos.
—Aumenta el número de madres
solteras y, evidentemente, el padre estará ausente en el proceso de crecimiento
humano de ese niño.
—Los abortos realizados en niñas
menores, adolescentes y jovencitas es una realidad que deja numerosas secuelas
físicas y psicológicas en el alma de aquellas.
—Actualmente crece el número de
hogares donde conviven bajo el mismo techo hijos de diferentes relaciones y
hasta, incluso, de distintas generaciones.
—Las separaciones matrimoniales y
los consiguientes padrastros, madrastras y hermanos postizos es un dato que va in crescendo y las estadísticas
confirman que esto no es positivo para la madurez afectiva de los menores.
—La equiparación del matrimonio
auténtico con la “pareja estable” para efectos de procreación.
—La difusión cada vez mayor del
concubinato. La ley ve con disfavor al concubinato y nuestro Código Civil no
legisla sobre este tipo de uniones. Es que “desde el punto de vista sociológico
se presenta como un hecho grave en razón de la libertad sin límites que
confiere a los concubinos una situación fuera del derecho. Esta libertad
extrema es incompatible con la seguridad y solidez de la familia que crean. Es
contraria al verdadero interés de los mismos compañeros (…). Es contraria al
interés de los hijos (…). Es contraria al interés del Estado”[3].
—Y, ahora, no sólo se quiere
equiparar al matrimonio con las uniones civiles de personas del mismo sexo sino
que intentan otorgarle, de a poco, las características de una institución. No
sería raro que después se pida la enmienda del Código Civil y se pretenda darle
la naturaleza jurídica que tiene el matrimonio. Vale la pena recordar aquí, que
“la ley ha formulado una clara distinción entre nulidad e inexistencia;
ésta se encuentra prevista y reglamentada en el Art. 172; aquélla, en los Arts.
219 y ss. La propia norma ha precisado la más importante de las consecuencias
legales, al disponer que los matrimonios inexistentes no producen efecto
alguno, aunque sean contraídos de buena fe, mientras que los nulos, en esa
misma hipótesis, los producen y muy importantes”[4].
—Es notable, también, que la
escuela en este momento no está preparada para garantizar la cohesión social y
no está a la altura de la nueva cultura juvenil que le da mucha importancia a
la imagen, el cuerpo, la tecnología y que pone mucho énfasis en el presente.
—La escuela secundaria argentina
padece una crisis de identidad que le impide dar respuesta a las nuevas
expresiones de la cultura juvenil que hoy puebla las aulas.
—De hecho, sólo el 48,5 por
ciento de los jóvenes argentinos logra terminar la secundaria, mientras el 38 por
ciento de ellos lo hace con sobreedad[5].
—Después, la desocupación y la
exclusión social son el segundo y el tercer problema de los jóvenes argentinos.
Según
II.
EL ASPECTO POSITIVO DE TRES CAUSAS
FUNDAMENTALES
EN LAS ETAPAS DE FORMACIÓN, EDUCACIÓN Y MADUREZ HUMANA DE
Sin embargo, considero que entre
esas varias causas enumeradas, hay tres de ellas que tienen un influjo particular
en el proceso de madurez humana de una persona. De manera que la ausencia de
esas causas produce una profunda e insanable crisis social. Ellas son,
A continuación explicaremos cada
una de ellas, sobre la base de un presupuesto fundamental: La opción firme y
decidida por una posición antropológica[6] y jurídica[7], realista y objetiva que
reconoce a
2.1.
Y, es en
EN
EN
En
EN
La familia da el BIENSER a la persona humana en el ámbito
natural.
2.2.
Nuestra Constitución nacional,
por un lado, exige que las provincias garanticen y aseguren la educación
primaria[13];
y, por otro, manda al Legislador a sancionar las leyes de organización y de
base de la educación[14]. Por ello el Congreso de
En
EN
En la escuela los
maestros y profesores tienen el deber de acompañar a sus alumnos para que estos
desarrollen lo que es propiamente cultural.
En la
escuela PODEMOS CONSEGUIR QUE LAS PERSONAS DESARROLLEN SU CAPACIDAD INTELECTUAL
MOTIVADAS POR
La escuela da el
BIENSER a la persona humana en el quehacer cultural,
Recapitulando todo lo que hemos
dicho hasta este momento diremos que sólo
una FAMILIA bien constituida y una ESCUELA bien organizada, le podrán dar y
procurar el BIENSER a la persona humana.
Ahora bien, aquí surge la
necesidad de detenernos en la consideración de un principio fundamental que
sustenta el orden social; y, en el caso particular que estamos tratando, entre
la familia y la escuela, hace de nexo indispensable para que el hilo formativo
y educativo de la persona no se corte, interrumpa, ni pierda continuidad. Me
refiero al PRINCIPIO DE SUBSIDIARIEDAD[17]. Un principio social que
hoy está totalmente desarticulado y cuya inexistencia podría ser una de las
causas de los desórdenes humanos que los docentes sufren en las aulas de las
escuelas donde trabajan.
2.3. PRINCIPIO DE SUBSIDIARIEDAD.
El principio de subsidiariedad garantiza el justo y sano
equilibrio de las relaciones humanas, en el ejercicio libre de los derechos y
deberes sociales. Se
apoya en la obligación solidaria de las personas de prestarse subsidio,
subvención y suplencia. Mueve a la sociedad y al Estado a socorrer y ayudar a
los ciudadanos, para que se haga posible que cada uno pueda asumir realmente
sus propias facultades y responsabilidades. “De este modo, el Estado —más que
sometido al Derecho, en el sentido de sometimiento a la ley— se encuentra
vinculado a la justicia, en sus diferentes especies, sin poner exclusivamente
el acento en la justicia distributiva (como aconteció durante la etapa del
llamado Estado de bienestar o Estado social) y asignándole una mayor
potencialidad y trascendencia al cumplimiento efectivo de las funciones
estatales básicas. En síntesis —si el bien común que constituye el fin o causa
final del Estado posee naturaleza subsidiaria y se encuentra subordinado al
mantenimiento y al desarrollo de la dignidad de las personas que forman parte de
la sociedad civil— el Estado no puede absorber y acaparar todas las iniciativas
individuales y colectivas que se generan en el seno de aquélla. En otros
términos, que la subsidiariedad es una obligada consecuencia de la propia
naturaleza de la finalidad que el Estado persigue y el presupuesto
indispensable para el ejercicio de la libertades del hombre”[18].
¿Y de qué modo se aplica, dentro
del tema que estamos considerando, el principio de subsidiariedad? Se debe
aplicar, dando siempre preferencia a los grupos sociales intermedios, de menor
a mayor, y respetando el ámbito propio de cada comunidad natural y de cada
asociación libre. Por ejemplo, lo que pueda hacer
Y Así en todos los órdenes de la
actividad humana: lo que pueda hacer la empresa privada no lo hará la empresa
pública; lo que pueda hacer el municipio no lo hará la provincia y lo que pueda
hacer la provincia no lo hará el gobierno central de la nación. De tal modo que
se garantice tanta sociedad como sea posible y tanto estado como sea necesario[19].
Hasta acá hemos meditado —muy
someramente— sobre la familia y la escuela como instituciones unidas por el
principio de subsidiariedad[20]. Y hemos concluido que
esa es la plataforma que le otorga el BIENSER a la persona humana. Y ahora
corresponde preguntarse si ello es bastante para la formación, educación y
madurez humana integrales de una persona. Rápidamente debemos responder que no.
Efectivamente, ello sería
suficiente si el hombre fuera sólo alma humana. Pero, sabemos que el hombre
tiene un cuerpo humano. De aquí que la persona necesita unas condiciones
materiales adecuadas respecto al bienestar suyo. Y aquí acabamos de incorporar
la palabra BIENESTAR. Parecería, entonces, que al BIENSER le sigue el
BIENESTAR.
La familia necesita un ingreso
mínimo, para procurarse una adecuada alimentación, necesitan una casa donde
vivir, un ambiente material digno que les permita desarrollar una vida sana y
saludable, ropa, luz, cosas materiales, etc. Pero no es éste el punto de vista
desde dónde quiero desarrollar la idea del BENESTAR.
Quiero que traslademos la mirada al
BIENESTAR como la etapa que se convierte en el desenlace del BIENSER. Lo que
quiero demostrar es que, llegado el tiempo oportuno, los niños, adolescentes y
jóvenes de nuestras escuelas que habiendo terminado de estudiar, necesitarán trabajar.
Y este es el otro punto que vamos a considerar a continuación.
2.4. EL TRABAJO.
El reconocimiento del derecho al
trabajo aparece en casi todas las Declaraciones y Constituciones modernas de
los países occidentales. El derecho al trabajo se plantea de la forma
siguiente: Es solamente un derecho moral que, por consiguiente, no es necesario
proclamar; o, por el contrario, es un verdadero derecho positivo, jurídicamente
reconocido. Entre nosotros, el trabajo no sólo es un derecho moral, sino también
un verdadero derecho positivo. Nuestra Constitución habla del derecho “de
trabajar y ejercer toda industria lícita” (Art. 14).
El derecho de trabajar es el que
toda persona tiene de elegir la actividad que va a desarrollar como medio de
subsistencia. No es un derecho absoluto sino relativo, porque debe ser ejercido
“conforme a las leyes que reglamenten su ejercicio” (Art. 14).
Por ello, el hombre, después de
una determinada edad y habiendo adquirido una cierta madurez humana y cultural,
tiene el derecho a TRABAJAR. El trabajo, según
El TRABAJO, entendido como una
fuente laboral bien organizada, digna y estable jugará en el ámbito del tejido
humano como una causa óptima y favorable para el desarrollo de valores humanos.
Y aquí entra en escena el rol subsidiario del Estado, llamado a “proveer lo
conducente al desarrollo humano (…), a la generación de empleo, a la formación
profesional de los trabajadores (…), a la investigación y al desarrollo
científico y tecnológico, su difusión y aprovechamiento”[21].
Esto es así, porque el trabajo
constituye para el hombre una de las dimensiones fundamentales de su existencia
y es un instrumento de perfección del hombre. El hombre, mediante el trabajo,
no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino
que se realiza a sí mismo como hombre[22].
Recientemente, Laura Hojman, DyN,
manifestaba la imperiosa demanda de los jóvenes: el pedido por una educación de
calidad seguido del trabajo decente. Y, citando a Dana Borzese —investigadora
de SES[23]— refiere que en
“Hoy, las estadísticas muestran
claramente que los jóvenes continúan liderando las más adversas realidades en
lo que hace a condiciones socioeconómicas, educativas y laborales. En Argentina
viven aproximadamente 11 millones de jóvenes; de los cuales, la mitad se
encuentra en una verdadera situación de pobreza; más del 20 % está excluido del
sistema educativo formal; y el 15 %, no estudia ni trabaja[24].
Recientemente, el Ministro de
Educación, Juan Carlos Tudesco, destacaba que “la obligatoriedad del nivel
medio sólo se sostendrá con una distribución equitativa de la riqueza, que
permita a todas las familias enviar a sus hijos a la escuela y garantizar que
no tengan que enviarlos a trabajar prematuramente (…). Una sociedad que declara
la obligatoriedad de la educación secundaria necesita niveles de equidad…”[25].
III.
CONCLUSIÓN VALORATIVA.
Lamentablemente, el poder
político en
En efecto, el poder político,
deliberadamente, ha abandonado a los niños, a los jóvenes, a los padres y a los
docentes. Y mientras los primeros, son el futuro y el porvenir de la sociedad; los
segundos son los encargados de transmitir la formación, educación y
conocimientos al porvenir.
Alguien dijo que “la experiencia
es una luz que los mayores llevan en sus espaldas”. Esto es cierto y maravilloso
para ilustrar lo que debería ser el camino de padres, madres y docentes recorriendo
el camino de la vida con una luz que va iluminando el camino del porvenir de
los más pequeños. Creo que, en este sentido, es lícito hacer de padres y
docentes, los sujetos de aquella expresión de Jesucristo: “Ustedes son la luz…” (Mt. V, 14)[26].
Sin embargo, muchos de nuestros
gobiernos no han generado políticas sociales de ingreso ciudadano para la
niñez, los jóvenes, las familias y los docentes. No han pensado, ni piensan en
una política que genere proyectos donde esté presente la redistribución que
implique mayor desarrollo educativo.
El contenido de todo lo que
acabamos de reflexionar, nos ha ofrecido luz suficiente para darnos cuenta qué
distinta sería la situación y el panorama social reflejado en nuestros niños y
jóvenes si todos éstos provinieran del seno de familias bien constituidas,
donde exista una fuerte, amorosa y eficaz presencia de padres y madres
generosos cumpliendo, eficazmente, cada uno de ellos el rol insustituible e
indelegable en la formación y educación de sus hijos dentro del marco natural
de la institución familiar y a la luz del principio de subsidiariedad.
De este modo no se vería
menoscabado el rol que debe desempeñar la escuela como institución cultural. Estas
dos causas surtirán como efecto el BIENSER de la persona humana. Y si a esto le
sumamos el BIENESTAR alcanzado por el trabajo como fuente laboral digna,
estable y en la que el hombre se realiza humanamente, entonces el ambiente que
se respiraría en el interior de nuestra sociedad sería otro.
Por nuestra parte, no permitamos
que la persecución de nuestra felicidad nos haga olvidar del cumplimiento de
nuestros DEBERES.
Enseñémosle a nuestros hijos y a
los menores en las escuelas que construir una familia supone, sobre todo,
afrontar responsabilidades y deberes. Insistamos en afirmar que nadie tiene el
derecho a pensar que el matrimonio sólo se trata de un ensayo de felicidad.
Nuestros hijos deben aprender que
* Graduado en Filosofía y Teología (Pontificia
Universidad «San Anselmo», Roma, Italia). Licenciado en Teología Dogmática
(Idem).
[1] Si bien es cierto que, según
[2] La base fundamental del diagnóstico
está inspirada en las consideraciones jurídicas realizadas por LÓPEZ MESA M. J., Responsabilidad de los padres: Historia, fundamento y naturaleza;
requisitos, alcance de la presunción, exención; en: IDEM., Curso de derecho de las obligaciones.
Tomo III (Buenos Aires 2002) pp.147-148. Allí el
[3]
[4]
[5] Así se expresaba
[6]
[7] El Estado debe actuar con arreglo al
ordenamiento jurídico, comprendiendo en esta última expresión no sólo a la ley
en sentido formal —es decir al acto estatal, general o particular, emitido por
el Congreso de acuerdo con el procedimiento previsto para la formación y
sanción de las leyes— sino también al sistema jurídico entendido como unidad.
Desde esta perspectiva —dice el Dr. Comadira— parece más preciso, terminológica
y conceptualmente, referirse no a la legalidad
sino a la juridicidad en tanto locución que, por su carácter genérico, describe
mejor el fenómeno que se intenta aprehender. Así, el principio de
juridicidad implica que las Autoridades estatales deben actuar con sujeción a
los principios generales del derecho —aquellos que derivan de la dignidad de la
persona y de la naturaleza objetiva de las cosas— a
[8] CONSTITUCIÓN
NACIONAL, Art. 14 bis. Ni el texto original de nuestra Constitución ni las
reformas que se produjeron durante el siglo XIX se refirieron a la familia.
Esto cambió con el advenimiento del Constitucionalismo Social. En efecto, la
reforma de 1949 había establecido que la familia es “el núcleo primario y
fundamental de la sociedad”, que “será objeto de preferente protección por
parte del Estado, el que reconoce sus derechos en lo que respecta a su
constitución, defensa y cumplimiento de sus fines”. Más adelante, con motivo de
la reforma constitucional de 1957, se incorporó el Artículo 14 bis, con el que
se enriqueció a nuestro régimen constitucional al incluir normas
definitivamente inspiradas en el constitucionalismo social. Tales normas
significaron el reconocimiento de los derechos sociales —también llamados
derechos de segunda generación— atribuyendo al Estado —que desde entonces fue
llamado “Estado Social” o “Estado de Bienestar”— un rol de mayor actividad en
la regulación de la sociedad.
[9] Recordemos que toda
vocación humana (considerada ésta, in
genere, sin distinciones) exige “entrega” y “donación”.
[10] La palabra virtud tiene su origen en el vocablo latino virtus,
-ūtis y éste de la voz,
también latina, vis, que significa fuerza, vigor. Primero se usó la
palabra para significar la fuerza física; después, para ilustrar la fortaleza o
el valor; y, finalmente, para significar “todo hábito moral bueno”. De aquí que
todo hábito bien orientado se llame “virtud”, mientras que los hábitos mal
orientados se llaman “vicios”.
[11] Para Aristóteles las virtudes se
dividían en dianoéticas y éticas. Santo Tomás de Aquino tomó esta
división aristotélica al afirmar que “toda virtud humana es o intelectual o
moral”. La virtud intelectual más importante es la prudencia y la virtud
práctica principal es la justicia.
[12] Para la ilustración
[13] Cf. Art. 5.
[14] Cf. Art. 75, inc. 19.
[15] Por eso el Art. 31 de
[16] Cf. ISAACS D., El valor
permanente de la familia, en: IDEM., o.c.,
pp. 17-36.
[17] Fue la doctrina social
[18] CASSAGNE
J. C., El principio de subsidiariedad;
en: IDEM., Derecho Administrativo.
Tomo I (Buenos Aires 71998) p. 72-73.
[19] Cf. CIPRIANI THORNE J. L., Subsidiariedad;
en: IDEM., Solidaridad, respuesta al
problema social (Lima 1989) p. 7.
[20] Llegados a este punto hubiera sido
oportuno destacar la necesidad de que los hijos aprendan desde sus primeros
años a conocer, a sentir y a adorar a Dios y amar al prójimo según la fe
recibida en el bautismo. Porque el BIENSER se integra, también, con la
satisfacción de esa necesidad natural que tiene toda persona humana de
relacionarse con Dios. De hecho, la “religiosidad” es una constante que se
verifica en las culturas de todos los hombres de todos los tiempos. Cf.
[21] CONSTITUCIÓN
NACIONAL, Art. 75, inc. 19. La expresión “desarrollo humano”, incorporada al texto constitucional después de
la reforma de 1994 figura también en los Artículos 41; 75, inc. 17; 125. La
expresión hace referencia al crecimiento —incluso económico— que implique
mejorar la calidad de vida del hombre, incrementando sus posibilidades
culturales y fortaleciendo aquellos valores éticos y sociales que favorezcan la
convivencia humana. El desarrollo humano, así entendido, desecha el crecimiento
exclusivamente material y consumista, egoísta y despiadado con los careciente y
alienantes.
[22] Cf. AAVV., El trabajo humano,
en: IIDEM., Doctrina Social de
[23] Fundación Sustentabilidad, Educación y Solidaridad (=SES)
[24] HOJMAN L., Las demandas de los jóvenes; en: El Diario de
[25] Así se expresaba en Ministro de Educación
en el Acto de apertura del Seminario Internacional “Educación secundaria: Derecho, inclusión y desarrollo”, organizado
por UNICEF (miércoles 3 de septiembre de 2008).
[26] Recordemos que las dos figuras de la sal y la de la luz,
fueron usadas por Jesucristo para ilustrar el deber que tienen los hombres de
preservarse de la corrupción y dar buen ejemplo. Cf. STRAUBINGER J., La santa
Biblia. Tomo II (Buenos Aires 1986) p. 21 del comentario al nuevo
testamento.