Gherardi, Carlos R.

Vida y muerte en
terapia intensiva

Buenos Aires, Biblos, 2007, 173 pp

Cuando uno escucha que algunos antiguos decían "nihil novum sub sole", se pregunta seriamente si eran idiotas, holgazanes, distraídos, o si realmente vivían en culturas donde no pasaba nada distinto, sometidos a un tedio que a nosotros, corrompidos hasta el hartazgo por la urgencia de novedades, se nos figura tan insoportable cuanto eterno. Es que en nuestros días son tantas las cosas que aparecen debajo del sol, y tan diferentes y susceptibles de cambiarlo todo, que nos hemos vuelto casi impermeables a la lluvia de mudanzas. Hemos desarrollado una capacidad de adaptación impresionante. Y sin embargo, ¿a qué precio?

Quizás al precio de perder profundidad. De acostumbrarnos a un ritmo, a una velocidad, incompatibles con la reflexión, con ese pensar tranquilo y descansado, único en cuyas cavernas insondables germina la filosofía, madre de la ética. Y a fuer de ese vértigo, a menudo se nos pasa desapercibido que aquellos cambios no nos resultan tan externos. Que, en realidad, lo cambiado no es el mundo, sino nosotros. Y muy íntimamente. Ya no somos engendrados como antes, ni nacemos como antes, ni vivimos como antes. Pero... y esto es muy notable... ¡ya tampoco morimos como moríamos antes!

Porque una de las grandes novedades bajo el sol, es la terapia intensiva. Ese sitio terrible, del que la mayoría de los humanos prefiere ni hablar, porque es paisaje de sus peores pesadillas. Ese imperio opaco de sonidos monótonos, reiterativos y punzantes, de insólitos tubos y cables, que se introducen en cavidades recónditas de cuerpos exangües. Geografía de pantallas que se debaten tercas entre picos alpinos y valles caprichosos, en espera no deseada de la llanura tan temida. Ese útero helado de disfraces sin sonrisa, de gorras tontas y ropas feas. Ese infierno de Dante a cuyas puertas hieráticas los desgraciados que ingresan dejan en sacrificio la intimidad, el pudor, el secreto. La dignidad humana es difícil de describir, decía un filósofo, pero es muy claro ver cuándo se la pierde.

Por eso Carlos Gherardi es un valiente. Y un hombre profundo. Porque este médico destacado, egresado de la Universidad de Buenos Aires, trae a sus espaldas una historia de terapia intensiva. Profesor de Medicina Interna, ha sido, además y sobre todo, jefe del Servicio de Terapia Intensiva, nada menos que del prestigioso Hospital de Clínicas "José de San Martín", el nosocomio de su universidad.

Y Gherardi, lejos de callar, de guardar para sus alumnos y para sí mismo sus experiencias y sus meditaciones fecundas, las vuelca en este libro, absolutamente imposible de ignorar. No hay ninguna otra obra así, que yo lo sepa, en el mundo. Se puede estar de acuerdo con este galeno, o no estarlo. Pero dejar de leerlo es un crimen, sobre todo si se ha entrado, por un portal o por otro, en el terreno de la ética biomédica.

Gherardi va tratando, con un estilo claro y sencillo, sin alardes (a veces un poquito tendiente a la historia clínica), una gran variedad de temas inherentes a las facetas bioéticas de su especialidad. Empieza describiendo el escenario, haciendo claro que no pensó tanto en lectores médicos. Las instalaciones, los pacientes, las conductas cotidianas de los facultativos y las demás personas que en esas unidades trabajan... Todo ello aparece pintado maravillosamente para el no iniciado, para el que no es sacerdote de ese culto extraño, y por lo tanto ignora los arcanos que discurren detrás de esas puertas con carteles severos.

Y de repente, con contundencia oportuna, pasa a la cuestión de la redefinición de la muerte, tema que se trata larga y hondamente en el libro. Yendo desde las declaraciones tempranas de los años sesenta hasta las realidades actuales percibidas por los ojos incisivos de un hombre de la salud que se ha comprometido con la existencia.

Otro asunto que ocupa precioso espacio en estas páginas es el de la futilidad de los tratamientos. Problema gigantesco que se ha erigido paralelo con el desarrollo de la aparatología de sostén de las funciones vitales y las técnicas de recuperación cardiorrespiratoria (Gherardi dedica un acápite a las órdenes de no resucitar, poco receptadas por los autores argentinos). He aquí una ciencia médica que hoy se pregunta si no se la ha ido la mano en el afán de mantener la vida a cualquier costo y de cualquier manera. He aquí la lacerante pregunta por los límites.

Finalmente, Gherardi se sumerge en el tema de la "muerte intervenida", que mucho le urge distinguirla de la eutanasia (tal vez mi humilde trabajito sobre la historia de esta palabra lo hubiera dejado menos preocupado con esa separación que, en realidad, parece más que discutible). Este tópico es fundamental, porque la verdad es que en nuestros días la sala de terapia intensiva es uno de los sitios en que más se espera que muramos.

"La promoción de la utopía o la ilusión, no siempre desinteresada, de la próxima resolución de las enfermedades incurables, es más atractiva que el relato del duro proceso de vivir en quien es portador de una enfermedad crónica e invalidante y del doloroso proceso de morir cuando se es víctima de la tecnología o del progreso", concluye Gherardi.

Y tiene razón. Agradable, un libro sobre la vida y la muerte en terapia intensiva, no va a serlo nunca. Si lo fuera, sería una burla, un fiasco, una pantomima. Se sabe que unas páginas de ese tenor han de resultar duras, tristes, mustias. Y lo son, porque están escritas con el alma de un facultativo de ley. Pero, predisponiéndose a la tristeza, incluso a la angustia, este trabajo hay que leerlo. En las casas, las universidades y los hospitales. Leerlo y comentarlo, quizás con lágrimas en los ojos, emergidas de acres recuerdos...

Es una verdadera joya amarga, este libro del Dr. Gherardi.

Ricardo Rabinovich-Berkman