LLEVA EL NOMBRE DE RICKY RABINOVICH ORLANDI
LA SECCIÓN DE BIOÉTICA DEL
INSTITUTO  DE BIOÉTICA Y DERECHOS HUMANOS
DE UNA PRESTIGIOSA UNIVERSIDAD POLACA
 

Como nuestros lectores saben, PERSONA fue creada por su director, Ricardo Rabinovich-Berkman, en humilde homenaje a la memoria de su hijo Ricky Rabinovich Orlandi, que falleciera los 15 años, el 29 de diciembre de 2001, tras una dura lucha contra el cáncer.

 

Ahora bien, el pasado 10 de octubre de 2010, en un concurrido acto solemne, la distinguida universidad Lubelska Szkola Wyszsa w Rykach (LSW, Facultad de Pedagogía de Lublin), en la tranquila ciudad de Ryki (maravillosa coincidencia onomástica), que integra el Voivodato de Lublin, en la pujante República de Polonia, inauguró su Departamento de Bioética y Derechos Humanos.

 

Fue designado para dirigir el flamante Departamento, en merecido nombramiento, el Profesor Dr. Ivan Iurlo, joven y brillante jurista italiano, que fuera discípulo de Rabinovich-Berkman en los cursos del Doctorado de Investigación en Bioética de la Universidad del Salento, en Lecce, Italia meridional.

 


El señor Rector de la Universidad inaugura la Sección con el nombre de Ricky

Fue entonces cuando el Dr. Iurlo conoció la historia de Ricky, y tuvo oportunidad de leer el libro Ricky, un guerrero de la Vida, que Rabinovich-Berkman dedicara a su hijo fallecido. Al parecer, fue entonces que le surgió una idea original e interesante, que con el tiempo, por las vueltas del destino, podría hacerse realidad.

 

Así, al enterarse de su designación al frente del Departamento de Bioética y derechos Humanos de la LSW, el Dr. Iurlo, que vive, desde la exitosa terminación de su doctorado, en Varsovia, con su compañera, la bella intelectual y filántropa polaca Valeri Welc, elevó de inmediato una solicitud muy especial al señor Rector de la Universidad, el reconocido Profesor Dr. Tadeusz Graca.

 

En su pedido, el Dr. Iurlo proponía que el Departamento funcionase dividido en dos Secciones. Una, encargada de la temática de los Derechos Humanos. La otra, dedicada a la Bioética.

 

Lo más notable, sin embargo, es que Iurlo sugirió quebrar esa inveterada tradición que impone denominar este tipo de instituciones en homenaje de grandes figuras de la ciencia, o de santos, o de héroes que pueblan los libros de historia.

En lugar de ello, la innovadora propuesta del flamante Director fue tomar a dos jóvenes comunes, bastante poco conocidos, que encarnasen a un mismo tiempo a casi cualquier persona de su edad, y cuyas historias de vida representasen, de algún modo, los valores que la Sección respectiva representaría.   

 

El Rector, persona de proverbial humanismo, apoyó desde un principio la propuesta del Dr. Iurlo, y la misma fue aceptada. La LSW abrió así un camino digno de ser imitado por otras casas de altos estudios.

 

La Sección de Derechos Humanos fue dedicada, entonces, a la memoria del joven abogado italiano Daniele Caraffa, asesinado por xenófobos en Rumania, mientras realizaba cursos de posgrado. La Sección de Bioética, por su parte, fue dedicada a la memoria de Ricky Rabinovich Orlandi.

Los padres del joven Daniele Caraffa, emocionados, durante la ceremonia


Placa en la puerta del local donde funciona la Sección de Bioética

La ceremonia, que contó con la presencia de los padres de Daniele Caraffa, el padre de Ricky, y distinguidos invitados de Polonia y de Italia, que fueron incorporados al Departamento como miembros honorarios, fue presidida por el Rector Tadeusz Graca, acompañado por catedráticos y directores de carreras de la Universidad.

Ante un Salón de Actos repleto de público, en una fría mañana de domingo, se escucharon varias exposiciones y, tanto el Rector como el Dr. Iurlo,  explicaron las razones de la creación del Departamento, y de la elección de los homenajeados.

Acto seguido, el Rector, junto con el Director, los invitados especiales y los profesores de la Universidad, se dirigieron a las dos cómodas salas en que funcionarían desde entonces ambas Secciones. A las puertas de cada una de ellas, el Dr. Tadeusz Graca procedió a descubrir las respectivas placas con los nombres de Daniele Caraffa y de Ricky Rabinovich Orlandi.

Se vivieron momentos de intensa emoción entre los asistentes, especialmente entre los parientes de los dos homenajeados.

Un aspecto que merece ser destacado, y que resulta plenamente coherente con el espíritu hospitalario y afable que caracteriza a Polonia y a su sufrido pueblo, es la actitud generosa y abierta da la LSW. En efecto, decidido ya que las Secciones estarían dedicadas a jóvenes corrientes y no a figuras famosas o íconos históricos, aún podrían haberse tomado con exclusividad nacionales del propio país, donde seguramente no faltan muchachos y chicas a cuya memoria rendir tributo.

Sin embargo, fueron escogidos dos extranjeros. Uno, de la europea Italia, más cercana a Polonia, si se quiere. El otro, de la remota Argentina. Muy difícilmente hubiera imaginado Ricky que en un país tan lejano, tan distinto, un día habría una institución que llevaría su nombre.

La actitud afectuosa, humanista y fraterna de esta Universidad polaca, realmente mueve al aplauso, máxime en un mundo aún signado por egoísmos nacionalistas.

A continuación, transcribiremos íntegro el discurso que pronunció, en la ceremonia de fundación del Departamento de Bioética y Derechos Humanos de la LSW, el Dr. Ricardo Rabinovich-Berkman. El mismo llevó por título: “RICKY: ENSEÑANZAS BIOÉTICAS DE UN ADOLESCENTE”, y fue expuesto en idioma italiano, en agradecimiento al Dr. Ivan Iurlo. Lo brindamos en su versión original:


Visiblemente emocionado tras descubrirse la placa, el Dr. Rabinovich-Berkman agradece

I.

Quando, alcuni mesi fa, ebbi l'onore di esporre in questa stessa Casa, con voi, che mi riceverono con tanto affetto, mi compromisi solennemente a che, al mio ritorno, parlerebbe la bella lingua polacca.

 

Illuso di me! Non m’immaginai mai che ritornerebbe tanto rapido. Cosicché, coperta per l'enorme allegria di stare nuovamente qui in Ryki, e con motivo di un evento di queste caratteristiche, sta la mia piccola tristezza di non avere mantenuto la promessa, di avere fallito alla parola.

 

Tuttavia, la parola che voglio usare ora, che bisogna pronunciare oggi, la conosco, grazie a Dio. È una parola enorme, gigantesca, che oggi mi nasce nel cuore, mi germoglia dell'anima, mi esplode nel petto. È una parola che dedico a tutti voi, alla LSW, al Dipartimento di Bioetica e Diritti umani, alla Polonia. Quella parola è: “Dziękuję.*

 

Desidero rilevare l'atteggiamento dell'egregio signor Direttore del Dipartimento di Bioetica e Diritti umani, Professore Dottore Ivan Iurlo che mi onoro che, là nella dolce Lecce, sia stato il mio alunno del Dottorato. Perché è un atteggiamento raro che mostra un'indipendenza di criterio ammirabile, e punti di vista che condivido assolutamente.

 

Spesso, gli Istituti e Dipartimenti sono consacrati alla memoria di grandi figure, di nomi altisonanti, a volte di santi, altre volte di governanti, persone illustri, marmoree, bronzee. Quello è molto elegante, svegli applausi eruditi, ma allontana a quelle istituzioni dalla gente, li trasforma in monoliti ieratici, sacramentali, e finisce trasmettendo un messaggio di esclusione. Essi, i grandi, stanno lì, nel monumento. Voi, i piccoli, qui nella terra. Non è una morale della favola felice.

 

Il Dottor Iurlo ha fatto qualcosa di distinto, e dal mio umile punto di vista, straordinario, che sarà imitato per altre istituzioni simili nel futuro senza dubbi. Ha proposto prendere come figure ispiratrici a due adolescenti, due giovani pochissimo conosciuti, due ragazzi comuni e correnti, simili a milioni di altri giovani del mondo intero che incarnano, ognuno al suo modo, quegli ideali che si desiderano che il Dipartimento esprima e difenda, e il cui storia implica, nel caso di Daniele Caraffa, quelli mali contro i quali si deve combattere.

 

Due nomi, quello di Ricky e quello di Daniele, di adolescenti che non si conobbero mai in vita, ma che condivisero l'amore all'esistenza, l'allegria di ricevere ogni nuova alba, il culto all'amicizia, l'inclinazione per il calcio, la cavalleria e l'onestà. Due giovani che studiavano, che credevano nel futuro, che avevano sonni e progetti. che si disporsi a fiorire.

 

Daniele e Ricky, allontanati per migliaia di chilometri, separati per un oceano, vivendo in due continenti distinti, condividevano una visione sana della vita, godevano delle sue famiglie, si davano ai suoi amici. Erano, in somma, due giovani come tanti giovani dei che ci sono milioni nella bella Polonia, questa terra nobile che ci accoglie oggi, milioni nell'eterna Italia, la patria della quale Daniele era tanto orgoglioso, milioni nella lontana Argentina, casa di Ricky.

 

Quella è la cosa straordinaria della sua proposta, della sua meravigliosa proposta, Direttore Iurlo. Che genera una morale della favola d’inclusione, non di rifiuto. Una chiamata a vivere bene, che tutti possono capire. Il Dipartimento nasce così di porte aperte, di braccia estese. Nasce di carne umana, non di bronzo, non di marmo. Dice a chi voglia ascoltarlo: la grandezza sta per tutte le persone, fino a dei giovani, degli adolescenti. Non è un privilegio dei pochi che sono predestinati a essere statue.

 

Magnifico Rettore, Dottor Tadeusz Graca, se devo risaltare il merito di questa proposta del Professor Iurlo, non meno devo rilevare il suo merito accettandola. Quell'accettazione parla chiaramente della sua grande altezza umana, del suo profondo compromesso con la docenza e del suo amore alla vita. Quell'accettazione dice molto dell'Università che tanto degnamente lei governa. Dice che è una casa dove la riconosciuta gerarchia accademica può coesistere perfettamente con la semplicità, con l'atteggiamento simpatico, con l'affetto.

 

E non devo chiudere queste parole di gratitudine senza riferirmi al mecenate di questa riunione accademica, permanente patrocinatrice di attività scientifiche senza il cui sforzo io non avrei potuto iniziare e mantenere il mio contatto con quest’ora già cara Casa. Mi riferisco alla Fondazione Weinstein - Welc, nella persona del suo degno Presidente, la signora Valeria Welc.

 

Alla famiglia Caraffa, a GianGaetano e Rachele, i nobili genitori di Daniele, quel giovane eroe caduto nel migliore momento della vita a mani degli intolleranti, degli xenofobi, il cui triste fetore infesta il mondo nei nostri giorni, io ringrazio, nel mio nome ed in quello della mia moglie Ester, la madre di Ricky, per l'onore che ci hanno fatto accettando che i nostri cari figli, che ci contemplano sicuramente oggi da un più felice stato, condividano questo privilegio.

 

 

II.

Agli inizi di dicembre dell'anno 2000, Ricky sentì nella sua anca alcuni dolori terribili che nessun calmante riusciva a vincere. Poche settimane dopo, riceveva l'ominosa diagnosi: sarcoma di Ewing, uno dei cancri più empi che esistono, che attacca specialmente bambini ed adolescenti. Cominciò così la sua lotta che durerebbe un anno, con pochissimi trionfi, sempre piccoli ed effimeri, e rotonde sconfitte, sempre di più devastatori che finirebbero con la sua morte.

 

Durante quelli dodici mesi di combattimento permanente, questo giovane semplice e affettuoso, di sorriso ironico e un caustico senso dell'umorismo, che amava il calcio e le biciclette, che si affacciava timidamente all'amore, fu lasciandoci una quantità di insegnamenti di gran valore bioético che hanno portato a che il suo caso abbia servito, tempo dopo il suo decesso, per lavori e pubblicazioni di quella specialità, fondamentalmente attraverso il libretto Ricky, un guerriero della Vita che scrissi all'anno seguente della sua partenza.

 

Con la sua sorprendente capacità di godere delle piccole cose, ancora nelle situazioni più terribili ed in mezzo alle prospettive più atroci, perfino quando si sentiva già definitivamente invalido e dipendeva dal ossigeno per respirare, Ricky c'insegnò che ogni vita è preziosa. Che ogni vita, ancora quella più restretta e soffrente, merita attenzione e cura, perché può proporzionare istanti di felicità. Il gran messaggio di Ricky fu, non lo dubito, quello dell'amore alla vita.

 

Ricky, che amava disegnare storielle, e che sognava di dedicare a quello la sua vita, si vedeva a se stesso come un guerriero. Questo fu il suo ultimo eroe, la sua creazione finale. Portò abbastanza tempo, perché le sue mani, inoltre, erano già ferite per gli aghi, il suo polso alterato per le medicine e a volte vedeva doppiamente, per effetto di una droga che riceveva.

 

Egli non lo disse mai, ma noi non dubitiamo che fosse una specie di autoritratto. Il Guerriero della Cappa Rossa, questo simpatico campione di viso nascosto e sorriso inclinato, alto e magro come Ricky, senza piedi come Ricky, che non potrebbe ritornare mai già a camminare, di spada scheggiata e gesto di sfida, vestito del colore di quello sangue che tanto gli mancava e che dovevano trasfonderlo permanentemente.

 

Era Ricky. Ricky, il guerriero che lottava per la vita.

 

Dal principio dei trattamenti, mia moglie Ester ed io risolvemmo che Ricky fosse il generale della sua propria guerra. Consideriamo che, nonostante i suoi giovani quattordici anni, dopo quindici, fosse  sufficientemente intelligente e maturo come per pensare sulla sua propria situazione e prendere, col nostro aiuto, le sue proprie decisioni.

 

Per quel motivo, cerchiamo di non occultargli niente. Tentavamo, sì, di comunicargli le cose nella maniera più affettuosa, più soave, più dolce che fosse possibile. Questo non fu semplice, perché generalmente le notizie non erano buone, e spesso erano francamente orribili. È possibile che molte volte abbiamo fallito, in questo e in altri aspetti del nostro accompagnamento, ma cerchiamo mantenere sempre i principi che avevamo adottato.

 

Ricky ascoltava attento. Li piaceva di parlare coi medici su lo stato delle cose, interrogarli sui benefici attesi ed i rischi potenziali di ogni terapia. Si arrabbiava fieramente se i dottori gli occultavano qualcosa. Egli era chi accettava, chi respingeva, chi decideva. Noi stavamo lì per consigliargli, per appoggiarlo, per dargli forzi. Mai per imporre la nostra volontà.

 

Così, la notte del 28 di dicembre di 2001, Giorno dei Santi Innocenti, con un quadro di polmonite inarrestabile che gli faceva eccessivamente difficile da respirare, perfino con ossigeno permanente, dopo un'agoaspirazione per tirare fuori liquido dei polmoni, che servì da niente, Ricky, spaventato e triste come qualunque persona (e più ancora un adolescente quindicenne) lo sarebbe stato in quelle circostanze, adottò varie misure.

 

In primo luogo, chiese che chiamasse un sacerdote cattolico, perché desiderava ricevere il battesimo. Noi non abbiamo inculcato nessuna religione ai nostri figli, solamente la credenza in Dio e il rispetto per tutti i credi. Noi stupì molto questa esigenza di Ricky che ci affrettiamo a soddisfare. Non tardò ad arrivare il prete e, con un'espressione di sollievo che anche stupì il proprio sacerdote, Ricky ricevé il battesimo e l'estrema-unzione.

 

Ricky c'insegnava più qualcosa con quel gesto: l'importanza che deve darsi ai fattori spirituali nell'attenzione del paziente. Che non deve prendersi mai la persona malata come se fosse un semplice corpo che non funziona. Creda quello che creda il medico, perfino se sia ateo militante, deve rispettare sempre al dolente nella sua dimensione trascendente, capire che per chi affronta il passaggio finale, molte volte, magari la maggioranza delle volte, c’è una speranza di continuazione, di sopravvivenza dietro la morte, e che questo deve essere rispettato, benché non glielo condivida, e considerato allo stesso livello che le altre decisioni terapeutiche, perché, in definitiva, anche la terapia dell'anima è terapia.

 

Dopo, Ricky volle tornare a parlare con i suoi fratelli. Ezechiele, il suo compagno inseparabile, di appena due anni più. Alexis, il piccolino, al quale adorava. E, per soprattutto Ivan, quello che gli seguiva, col quale non aveva avuto sempre una relazione molto buona. Quel pomeriggio erano stati a visitarlo, magari a dire addio, perché le cose stavano molto male, ma Ricky voleva, ora che il fine si vedesse evidente, ascoltarli per l’ultima volta.

 

Li telefoniamo, perché stavano in casa. A Ricky gli costava moltissimo parlare. Col suo camerata Ezechiele, furono poche parole. "Promettimi che non distruggi più computer", gli disse ironicamente, perché Ezechiele fu sempre un genio dell'informatica, e in quello lavora adesso.

 

Con Alexis anche… Ma con Ivan si prese più tempo.

 

Con una dolcezza enorme, gli chiese perdono per le volte che l'aveva trattato male, gli fece sapere che lo voleva molto bene, gli regalò la sua collezione di giochi elettronici. Ricky volle andare via in pace.

 

Quello è un altro insegnamento. Il paziente che non sa che gli è finito il tempo, perché glielo hanno occultato, nessuna di queste cose può fare. Non può chiedere quelle scuse ultime, né occuparsi della sua salute spirituale. Quello è quello che facciamo a una persona malata quando gli occultiamo la sua diagnosi o la sua prognosi, per ominosa che sia. Specialmente, quando è una prognosi fatale.

 

 

Dopo, Ricky convocò il medico di guardia. Riunì a tutti, con gesti, attorno al suo letto. "Ora voglio morfina, molta, voglio dormirmi e svegliarmi bene, voi mi capite?", disse con la sua voce interrotta. "Sì", gli risposi io. Ma non era quello che egli voleva. Allontanò i suoi occhi da me, e lì inchiodò in quelli del medico, quasi con durezza: "No. Me capì, dottore?

 

"Sì", mormorò il medico, che non stava abituato a ricevere queste istruzioni dei suoi pazienti pediatrici. E aggregò: “Ti capisco, Ricardo. Lo facciamo."

 

Ricky assentì, soddisfatto. Allora ci chiese che lo sistemasse, mentre la morfina cominciava, lentamente, ad alleviare il suo povero corpo. Non fu facile. Gli doleva tutto. Non trovava una posizione confortevole. La testa si muoveva violentemente con ogni ispirazione. Finalmente, trovò un punto, un posto esatto, in cui si sentì bene. Sorrise. "Lì", sospirò, e si lasciò cadere all'indietro.

 

Diede la mano destra a mia moglie, la guardò agli occhi, e gli chiese: "Mamma, non mi sciogliere la mano, per favore". Ed Ester compié, perché salvo per brevi momenti in cui la rimpiazziamo Ezechiele o io, non smise mai di stringergli la mano, la sua mano creativa di fantasie e di sonni, quella che pronto partirebbe a disegnare in altre regioni.

 

“Torniamo già a trovarci, piccione", li sussurrai all'udito, baciandolo. “Vediamoci già tutti di nuovo." Ma egli mi diresse i suoi occhi vivaci: "No, papà, prendete il vostro tempo, non venite presto...", mi rispose.

 

Ricky fu lentamente addormentandosi. Ester ed io, con lacrime nel viso, lo coprivamo di carezze, di baci, di frasi belle.            

 

Il giorno dopo, 29 dicembre, esalò il suo ultimo sospiro, con un profondo sorriso registrato nel suo bel viso giovanile.

 

Dopo l'esperienza di Ricky, io sono diventato un deciso lottatore per il riconoscimento del diritto degli adolescenti a prendere le proprie decisioni mediche. Ho ricercato il tema, ho pubblicato lavori, ho esposto in eventi scientifici, e ho ottenuto, insieme a altre persone, che l'atteggiamento a questo rispetto cambiasse nell'Argentina, perfino nella legislazione. Tutto quello si deve a Ricky.

 

Poco prima di dormire per sempre, Ricky mi fecce una domanda molto speciale. Voleva che i suoi organi fossero donati per trapianti. Bisogna capire, in questo punto, che nell'epoca in che io avevo fatto la Legge di Trapianti, ed aveva percorso il paese intero per difenderla e diffonderla, Ricky era un bambino di scuola, inquieto e curioso. Il tema dei trapianti era, pertanto, parte della sua vita.

 

Quella fu, credo, l'unica volta che gli mentii. Lo notai tanto interessato con questo che mi mancò il coraggio per spiegargli che gli organi dei malati di cancro non si usano per trapianti. Per quel motivo, per espiare questa bugia, questo silenzio colpevole, quando dopo la morte di Ricky scrissi il libretto Ricky, un guerriero della Vita, per diffondere gli insegnamenti di mio figlio e il suo messaggio di amore all'esistenza, risolsi dedicare tutti i guadagni a fini benefiche. Una specie di trapianto multiplo e simbolico.

 

Uno degli effetti più notevoli del libretto, del quale si sono fatte già varie edizioni e impressioni in spagnolo, è che alcuni giovani che erano disincantati con la vita, compreso con tendenze al suicidio, mi hanno scritto commentandomi che, dopo l'avere letto, si contagiarono di Ricky quella passione semplice per l'esistenza. Uno di essi, li ricorderò sempre, in un atto nella Scuola di Ricky, mi abbraccio piangendo e mi disse:  "Ricky mi salvò la vita."

 

La traduzione al portoghese è finita, e si aspetta la sua pubblicazione in Brasile. I diritti dell'edizione brasiliana li ho ceduti integramente a una notevole associazione che aiuta bambini e adolescenti malati di cancro e alle sue famiglie, di gran parte del Brasile.

 

È il mio desiderio, in quest’opportunità solenne, offrire la cessione dei diritti di un'eventuale edizione del libro in lingua polacca che mi onorerebbe moltissimo, al Dipartimento di Bioetica e Diritti umani della LSW e alla Fondazione Weinstein-Welc, a effetti che dedichino i guadagni risultanti a finanziare ricerche e lavori destinati allo studio dei diritti umani dei bambini e adolescenti, con speciale ricordo dei patimenti rassegnati per essi nella cara Polonia sotto l'occupazione nazista.

 

Logicamente, i donatari dovrebbero incaricarsi della traduzione alla lingua polacca, dall'originale spagnolo. Se l’onorevole signor Direttore trova interessante, questa umile proposta, e la Fondazione Weinstein-Welc è di accordo, mi farebbero molto felice.

 

Realmente, in questa terra tanto nobile, che ha aperto a Ricky le porte ed il cuore, volesse che questa pubblicazione bollasse una presenza permanente e piena di mio figlio.

 

Moltissime grazie.

 

 

* “Grazie” in polacco