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Misael Tirado Acero Comercio
sexual. Lima, IIDS, 2010, 240 pp |
En suma, la vieja práctica
de hacer de seres humanos, convertidos en cosas, una fuente de ingresos
corporal. Hoy en día, ello se inserta en un contexto ultra-tecnológico, un
mundo empequeñecido por las comunicaciones telemáticas y telefónicas, por los
transportes sofisticados. Un mundo en poder de corporaciones comerciales, a
cuya imagen y semejanza se construyen las organizaciones criminales. Un mundo
donde el lucro es un dios implacable en cuyos altares se inmolan las
sencillas existencias de las personas corrientes. El horrendo espectro del
turismo sexual, un monstruo particularmente asqueroso, porque directa o
indirectamente lo fomentan a menudo los propios países de destino, dado que,
en definitiva, genera recursos, ha crecido y crece sin parar en América
Latina. Brasil, Colombia, Argentina, México, se inscriben en la triste nómina
de los estados que venden a sus propios ciudadanos, por omisión y a veces
hasta por acción (esto es más raro), gozando, parece, del rótulo de burdeles
abiertos al mundo. Y los turistas sexuales, esa lacra que suele despegar de
las naciones autodenominadas “desarrolladas”, no pocas veces tienen, además,
la manía de buscar sexo con niñas y niños. La presencia abrumadora de
la prostitución forzada y todo su séquito de delitos conexos, no debe, sin
embargo, hacernos olvidar que existe la entrega sexual voluntaria, como
opción realmente libre, a cambio de dinero. Es una alternativa bastante rara
frente a la anterior. Por supuesto, la prostitución por hambre no me parece
libre en modo alguno. Es otra forma más de esclavitud sexual, donde las
cadenas son menos evidentes. Cuando hablo de la prostitución voluntaria me
refiero a la de las “prepago” de alta gama colombianas, las “escorts” de lujo argentinas, y sus equivalentes de los
demás países, mujeres y hombres. Es decir, personas mayores de edad, que
optan por esos medios de trabajo pudiendo perfectamente no hacerlo y elegir
otros que no involucren prestaciones sexuales. Esos son supuestos muy
diferentes, donde estamos frente a contratos que sólo podrían ser jaqueados
apelando al muy discutible estándar de las “buenas costumbres”. Debo decir que sobre
estos temas, que me apasionan, y sobre los que trabajo a veces en mis cursos
universitarios, hace mucho tiempo que no leía un trabajo tan interesante y
motivador como éste del sociólogo colombiano Tirado Acero. El libro, escrito
en forma amena y simpática (que a veces compromete el estilo), es resultado
de su tesis con la que muy merecidamente optara al Doctorado en Sociología
Jurídica e Instituciones Políticas, que le otorgase la prestigiosa
Universidad Externado de Colombia, y se enrola dentro de una nutrida
producción científica del autor en esta senda temática. Misael ha realizado una
impresionante investigación, en su hermosa tierra natal y en varios otros países
de América y de Europa, incluyendo una valiente (y no dudo que amena) tarea
de campo, que parece haber llegado a veces bastante lejos. Me consta lo
difícil que es ingresar como investigador en estos terrenos, desde todo punto
de vista. No puedo menos que admirar muy sinceramente a Tirado Acero por la
habilidad y el coraje (no pocos riesgos se corren rozando esos ambientes),
necesarios para concretar un trabajo de estas características y este grado de
completitud. Mis felicitaciones. Además, quiero destacar
el respeto profundo de este académico colombiano por las personas que
trabajan, forzadamente o no, con el sexo. El libro, que empieza con la cita
del texto “Canonicemos a las putas” del poeta mexicano Jaime Sabines,
mantiene a lo largo de sus páginas inmutable su actitud afectuosa y
comprensiva hacia las mujeres y los hombres que se prostituyen. Eso me ha
parecido maravilloso. Como reiteradamente he sostenido, hay entre aquella
gente un arsenal de historias heroicas de vida y sacrificio, y su existencia,
sarcásticamente calificada como “fácil” por las lenguas hipócritas burguesas,
suele ser de una tristeza insondable. El cielo de las Madres con mayúscula,
de esas que dan todo por sus hijos, está seguramente repleto de putas. Es
más, pocas deben ser las putas del infierno, si es que el infierno existe. Creo que este libro era necesario. Creo que el ejemplo de Misael debe ser seguido, dentro y fuera de Colombia. Creo que esta obra, y las otras que sobre este tema se hagan con semejante seriedad y rigor científico, deben ser usadas como armas y herramientas en la formulación de políticas contundentes contra la prostitución involuntaria. Quienes secuestran, trafican, corrompen, violan, prostituyan, personas, son delincuentes graves y deben ser separados de la comunidad. Pero, además, se imponen las medidas preventivas y, por sobre todo, los estados no deben tolerar de ninguna manera el turismo sexual. Ricardo Rabinovich-Berkman |