BREVES
APUNTES SOBRE EL ÒPROYECTO DE VIDAÓ Y SU PROTECCIîN JURêDICA
Carlos Fern‡ndez Sessarego[1]
1. La libertad como
proyecto y su cumplimiento en la realidad
La libertad ontol—gica es el ser
mismo del hombre. La persona humana es un ser
libertad. La libertad es lo que caracteriza al ser humano, lo que lo hace
ser el ente que es y no otro.
Ser libre es Òser yo mismoÓ. La libertad diferencia al ser humano de los dem‡s
entes del mundo. Es, por ello, el œnico ser espiritual, capaz de vivenciar
valores.
A la libertad no se le
puede definir. No es ÒalgoÓ, una cosa u objeto, que tenemos ante nuestra
mirada, que podamos describir. No es un ente exterior a nosotros mismos. Pero,
a pesar de ello, de alguna manera debemos mencionarla. Por ello, es que cuando
nos referimos a la libertad a falta
de una definici—n o descripci—n se le suele mentar a travŽs de uno de sus m‡s
notorios atributos -tal vez el que nos resulta m‡s importante o perceptible-
como es, entre otros pero preferentemente, el de la capacidad inherente al ser
humano de valorar, adoptar
decisiones y de elegir y preferir, por s’ mismo, entre uno u otro cualquier acto
o conducta, sin l’mite alguno. Es decir, imaginar y concebir en el mundo
interior un determinado acto o conducta para su concreci—n en la realidad del
existir, para que la libertad ontol—gica se convierta en libertad fenomŽnica[2].
2. La libertad
como proyecto
En otros tŽrminos, ser libertad supone la capacidad inherente
al hombre de proyectar una manera de existir, un
plan existencial, un modelo de vida. Libertad es, por ello, sin—nimo de
proyecto. De ah’ que podamos referirnos a la libertad como proyecto.
La libertad ontol—gica es
proyectiva. Se es libre para proyectar una Òmanera de vivirÓ, un estilo o tipo
de vida, o un simple acontecimiento cualquiera del diario existir. La libertad
ontol—gica, en tanto proyecto, tiene vocaci—n de cumplimiento en la realidad,
en el mundo exterior, en la cotidianidad de la vida. Se proyecta para vivir, se
vive proyectando. Libertad para vivir de tal o cual modo, a travŽs de actos,
conductas, comportamientos, que configuran el existir y que trasuntan un
Òproyecto de vidaÓ libremente elegido.
La libertad, en expresi—n
de Vilanova, consiste fundamental, pero no
exclusivamente, en la trascendencia. De ah’ que pueda decir que Òel proyecto
existencial trasciende al exterior con sus entes intramundanos y trasciende a
sus propios posibles del futuro inmediatoÓ[3].
La subjetiva
decisi—n-elecci—n libre del ser humano se convierte, as’, en libertad fenomŽnica, se objetiva, se hace presente en
el mundo en el que vivimos, en la realidad del diario acontecer. Es el proyecto
en marcha, la libertad ontol—gica en trance de alcanzar su realizaci—n o frustr‡ndose,
total o parcialmente. Originada en una decisi—n subjetiva, la libertad
ontol—gica se hace patente en el mundo exterior mediante los actos o conductas
a travŽs de los cuales el ser humano ejecuta o pretende realizar tal decisi—n,
cumplir con su proyecto de vida. La libertad fenomŽnica es el proyecto
originario, que surge de una decisi—n libre, en trance de ejecuci—n, de su
realizaci—n en el mundo exterior. Se trata, como se advierte, de las dos
instancias en las que concebimos la
unitaria libertad[4].
De lo expuesto se puede
concluir que la libertad, uno de cuyos atributos o connotaciones es el de la
decisi—n-elecci—n, implica un continuo proyectar. La libertad ontol—gica es, de
suyo, proyectiva, con vocaci—n a fenomenalizarse, a
convertirse en acto. Imaginar y concebir proyectos es, por ello, poner el ser
en el futuro inmediato o mediato. Ello es posible desde que el ser humano es
tiempo, es un ente temporal. La temporalidad existencial es inmanente a la
libertad, le es inherente. La vida humana se proyecta en el tiempo cosmol—gico.
Como apunta Juli‡n Mar’as, el proyecto es vida anticipada hacia el futuro. Es
anticipaci—n de s’ misma, por tanto Òimaginaci—n m‡s o menos rica y detallada
de algo que no existe pero que se ve como porvenirÓ[5].
La libertad es proyecto,
se vive proyectando, se proyecta para vivir. Vivir, en tanto ser libre, supone
cumplir un proyecto. Proyecto que puede tambiŽn frustrarse, menoscabarse,
retardarse, cumplirse parcial o totalmente en la cotidianidad del existir.
Proyectar, en tanto ser
libre, significa no s—lo poseer una dimensi—n de temporalidad sino, tambiŽn,
aquella concerniente a la estructura coexistencial
del ser humano. Ningœn proyecto puede realizarse sin contar con los otros seres
humanos, con los est’mulos y medios provenientes del mundo exterior, del
entorno en el cual se vive. Se proyecta en y dentro de una comunidad
existencial. De ah’ que el ser humano, que es libertad, sea temporal y, a la
vez, coexistencial.
3. La libertad como proyecto en el pensamiento de Sartre y Zubiri
La libertad, como se–ala
Sartre y tal como lo hemos glosado anteriormente, Òse hace actoÓ y Žste Òes la
expresi—n de la libertadÓ[6].
Como apunta el fil—sofo francŽs, Òel proyecto libre es fundamental, pues es mi
serÓ[7].
El acto exterior, mediante el cual se realiza una libre decisi—n subjetiva, es
la manifestaci—n de un determinado proyecto personal. El ser libre Òes aquel
que puede realizar sus proyectosÓ[8].
Es, precisamente, a travŽs de los actos o conductas que los dem‡s seres humanos
conocen cu‡les son las ’ntimas decisiones de la persona, de cada persona. En
palabras del citado fil—sofo, el ser humano Òes un existente que descubre su
libertad por sus actosÓ[9].
Zubiri, al referirse al
proyecto, expresa que Òel m‡s elemental de los actos espec’ficamente humanos
interpone entre las cosas y nuestras acciones Òun proyectoÓ. S—lo el ser libre
se proyecta y esto, nos dice el fil—sofo hispano, Òcambia radicalmente nuestra
situaci—n respecto a la del animalÓ. Los actos del hombre, a diferencia del de
los animales, Òno son reacciones sino proyectosÓ[10].
No responden œnicamente a los instintos sino son el producto de decisiones
libres. S—lo el ser humano, por ser ontol—gicamente libre, es capaz de
proyectar.
4. Un antecedente lejano de la libertad como Òproyecto de vidaÓ
En 1950, en nuestro
trabajo para optar el grado de Bachiller en Derecho en la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos de Lima, titulado Bosquejo para una determinaci—n
ontol—gica del derecho,
sustentamos nuestra tesis sobre la base de la existencia del Òproyecto de vidaÓ.
La idea del Òproyecto de
vidaÓ est‡ presente en 1950 en la tesis de Bachiller a la que venimos refiriŽndonos
cuya tard’a publicaci—n se remonta al a–o de 1987 bajo el t’tulo de El
derecho como libertad[11].
En la p‡gina 112 de la tercera
edici—n[12]
del libro en menci—n se lee lo siguiente refiriŽndose a la persona: ÒY al tener
que realizarse lo hace de acuerdo a un proyecto,
recibiendo de las cosas y de los otros seres humanos est’mulos y posibilidades
para vivir. El hacerse, el despliegue y desarrollo de la personalidad, es la
tarea permanente y continua de la existencia. Vivir es realizar un proyecto de
existencia, fabricar su propio ser, ser haciŽndoseÓ. En la misma p‡gina se
afirma que: ÒLa vida humana como proyecto es lo que se quiere hacerÓ as’ como
que la condici—n del proyecto es la temporalidad. L’neas m‡s abajo se reitera
que: ÒLa vida resulta, as’, una sucesi—n de haceres
de acuerdo con un proyectoÓ. Es, as’, c—mo en el libro que recoge aquel trabajo
estudiantil de 1950 se lee lo que puede ser s’ntesis de lo que pensamos,
comprobamos y venimos diciendo: ÒEl hombre, en fin, es libertad que se
proyectaÓ[13].
En la p‡gina 153 de la
tercera edici—n de dicha obra se lee tambiŽn lo siguiente: ÒLibertad, Àpara
quŽ? Para vivir, para escoger; para hacer nuestra vida - que es lucha o es
pacto con el mundo - de acuerdo a fines, a valores que escogemos gracias a
aquella libertad. Por la libertad escojo, decido ser tal o cual cosa, m‡s la
decisi—n se pone en marcha por la conducta y tiene que luchar contra las
resistencias. Sucumbe ante ellas, pacta o las vence. Por intermedio de mis
potencias psico-f’sicas pongo en marcha mi decisi—n,
la realizo o dejo de realizarÓ.
Un comentarista de la
obra, Joel D’az C‡ceda, encontr— en la referida
respuesta a la pregunta de Òlibertad Àpara quŽÓ?, el dise–o de aquello en que,
segœn su parecer, consist’a un Òproyecto de vidaÓ. El proyecto, en efecto y tal
como se ha se–alado, es aquel que en su vida decide, elige, y trata de realizar
el hombre en tanto es un ser libre. Escogencia que efectœa el ser humano sobre
la base de una necesaria valoraci—n personal. El proyecto, en su pretendida
realizaci—n, en su conversi—n en libertad fenomŽnica representada por actos o
conductas, encuentra resistencias de diversa ’ndole a las cuales se tiene que
enfrentar con distintos resultados. Se subraya, adem‡s, que la estructura
psicof’sica o psicosom‡tica, como preferimos designar, es la que sirve de instrumento para
poner en marcha la libre decisi—n del ser humano. Por lo expuesto, estimamos
que no fue desacertada la observaci—n, que en el a–o 2004, formulara dicho
aplicado disc’pulo.
En el p‡rrafo 154 de la
tercera edici—n del citado libro, el propio Joel D’az C‡ceda
encontr— que se reiteraba la pregunta antes mencionada, a la que se respond’a
con la siguiente expresi—n: ÒLibertad, Àpara quŽ? Para las grandes empresas,
para preferir los m‡s altos fines, lo m‡s nobles ideales, los valores supremos.
Para hacer una vida autŽntica, egregia, como dir’a Ortega y GassetÓ. En esta respuesta el mencionado disc’pulo
hall— lo que ser’a, en su concepto, un proyecto de vida cercano a la ansiada
perfecci—n. Este ideal se concretaba, aœn m‡s, cuando en la p‡gina 155 de la
tercera edici—n, con una visi—n cristiana de la vida y ante la misma pregunta,
se respond’a lo siguiente: ÒPara amar. Para amar a los ÒotrosÓ a la manera de
Cristo, para amar a las ÒcosasÓ al estilo de Francisco. Para amar al pr—jimo
por amor a Dios. Para amar la Verdad, por la cual Òvivimos, somos y nos
movemosÓ.
Luego del hallazgo, producido
en 1950 bajo la inspiraci—n de Sartre y de Zubiri del
remoto antecedente del Òproyecto de vidaÓ, treinta y cinco a–os antes de su
pœblica exposici—n en 1985, quedamos convencidos que, en efecto, en aquel
lejano a–o de 1950 germinaba el concepto de Òproyecto de vidaÓ - dentro del m‡s
amplio concepto de Òda–o a la personaÓ - cuyo tratamiento, con Žnfasis en sus
consecuencias, se desarrollar’a a–os m‡s tarde.
El concepto de ÒproyectoÓ
se hallaba en la obra El ser y la nada de Jean Paul Sartre, texto
fundamental que nos sirvi— en parte para sustentar las conclusiones a las que
arribamos en la dŽcada de los a–os 40 del siglo pasado en torno a la pregunta
sobre el objeto de estudio del Derecho. A Žl tambiŽn se refiere Xavier Zubiri en su libro Naturaleza, Historia, Dios que,
al igual que el de Sartre, fue, en su momento, tambiŽn consultado por nosotros.
5. El Òproyecto de vidaÓ
La
libertad, que es el ser del hombre,
tiende a que sus decisiones se conviertan en actos, en conductas o
comportamientos, los que enhebrados en el tiempo existencial, delatan su
existir. Se decide para actuar, para vivir. La libertad ontol—gica se
manifiesta en el mundo exterior a travŽs de sus actos, es decir, de la libertad
fenomŽnica que es la que aparece en la realidad cotidiana. Se designa como el
singular Òproyecto de vidaÓ aquel que elige la persona, en un determinado
momento de su vida, con el prop—sito de realizarlo en el curso de su
existencia. Es el rumbo, la meta, el sentido y raz—n de ser que cada humano otorga al don de su vida.
El
Òproyecto de vidaÓ se fundamenta en la propia calidad ontol—gica del ser
humano, en su propia naturaleza de ser
libertad. El Òproyecto de vidaÓ es lo que el hombre decide ser y hacer ÒconÓ su vida y ÒenÓ su vida. Ello, reiteramos, en tanto el
hombre es un ser libertad. S—lo un
ser libre es capaz de proyectar.
6. Alcances conceptuales del Òproyecto de
vidaÓ
El
singular Òproyecto de vidaÓ es el que marca el rumbo o destino que el ser
humano concibe para su vida. En Žl se concentran sus aspiraciones y
expectativas. En el proyecto de vida se encuentra dado el sentido existencial
de una decisi—n de la persona derivada de una valoraci—n. ƒsta se realiza ante
un abanico de opciones o posibilidades que, de haber justicia, le ofrece su
entorno o ÒcircunstanciaÓ, en expresi—n cara a Ortega y Gasset.
Las
opciones, posibilidades u oportunidades que se le ofrecen al ser humano para
adoptar una decisi—n son la garant’a de que Žste se halla en condiciones de
poder elegir, preferir y decidir sobre cierto Òproyecto de vidaÓ. Si el mundo
exterior no le ofreciese estas opciones, de nada le valdr’a al ser humano ser
ontol—gicamente libre desde que no podr’a ejercer esta libertad, volcarla en
actos o conductas, encaminar su existencia
y llevarla, de ser posible, a su culminaci—n. Una decisi—n que no se
cumple por carencia de opciones -de las que disfrutan otros privilegiados seres
humanos- es una frustraci—n. La magnitud de esta frustraci—n est‡ en raz—n
directa con la importancia que, para quien la adopta, asume dicha
decisi—n.
El ser humano, en cuanto
ser libertad, es un constante, un continuo y permanente ser proyectante o
proyectivo. El ser humano, el Òser ah’Ó heideggeriano
es el que, Òen cuanto tal, se ha proyectado en cada caso ya, y mientras es, es
proyectanteÓ[14].
Segœn Heidegger, el ser humano es un ser proyectante. O, como preferimos
decirlo es, de suyo, proyectivo. Proyecto, como est‡ dicho, significa libertad
con vocaci—n de convertirse en un acto de vida. Se proyecta para vivir, para
construir la cotidianidad y el futuro. Se vive proyectando en el tiempo, con
los dem‡s y las cosas del mundo. Vivir a plenitud es cumplir un proyecto de
vida en la realidad del diario existir. Entre la multiplicidad de proyectos que
el ser humano concibe en su existencia hay uno que es singular, œnico,
irrepetible. Es el Òproyecto de vidaÓ de cada cual.
Todos los dem‡s proyectos
que adopta la persona, directa o indirectamente, desde los m‡s significativos a
los de menor trascendencia, confluyen en el Òproyecto de vidaÓ. Todo lo que el
hombre proyecta en la vida est‡, directa o indirectamente, en funci—n de su
propio Òproyecto de vidaÓ. Ello, de manera consciente o inconsciente. Todas sus
decisiones y acciones se dirigen al cumplimiento de su misi—n, a su realizaci—n
integral que se concreta en el
cumplimiento, total o parcial, de su Òproyecto de vidaÓ.
El Òproyecto de vidaÓ, como se ha
se–alado, es lo que el ser humano, cada ser humano, ha decidido ÒserÓ y ÒhacerÓ
ÒenÓ su vida, ÒconÓ su vida, de acuerdo a una personal escala de valores. Es
aquello por lo cual considera valioso vivir, aquello que justifica su tr‡nsito
existencial. Significa, por ello, otorgarle un sentido, una raz—n de ser a su
existir. Es la misi—n que cada cual se propone e impone realizar en el curso de
su temporal existencia. Es un conjunto de ideales, de aspiraciones, de
expectativas propias del ser existente que responden a una honda y sentida
vocaci—n. En suma, se trata, nada menos, que del destino personal, del rumbo
que cada persona quiere dar a la vida, las metas o realizaciones que se propone
alcanzar. Es la manera, el modo que se escoge para vivir, lo que colma la
existencia, lo que otorga plenitud al vivir, lo que da cumplimiento a la
realizaci—n personal, lo que brinda felicidad.
El ser humano, en cuanto
ontol—gicamente libre, decide vivir de una u otra manera. Elige vivenciar,
preferentemente, ciertos valores, escoger una determinada actividad laboral,
profesional, familiar, perseguir ciertos valiosos objetivos. Todo ello
constituye el singular Òproyecto de vidaÓ. El cumplimiento del proyecto se
constituye, as’, en el existir mismo del hombre, su realizaci—n en el mundo
como ser libertad. De ah’ que Sartre pueda decir, con raz—n, que Òel proyecto
libre es fundamental, pues que es m’ ser[15]Ó
7. El Òproyecto
de vidaÓ segœn Jaspers y Mar’as
El Òproyecto de vidaÓ,
como apunta Jaspers, es aquel que el hombre, consciente de su libertad, Òquiere
llegar a ser lo que puede y quiere serÓ[16].
El fil—sofo alem‡n, en este conciso pero rico enunciado, nos ofrece una precisa
s’ntesis de aquello en que consiste el Òproyecto de vidaÓ. En efecto, el
Òllegar a serÓ o el Òquerer serÓ de Jaspers supone el cumplimiento del
Òproyecto de vidaÓ que cada persona ha elegido como modelo de vida. La persona,
a travŽs de su realizaci—n como tal, puede decir que ha llegado a ser lo que
quiso ser. Pero ello no basta. Es necesario, adem‡s, como apunta Jaspers, que
la persona Òpueda serÓ lo que se propuso ser. Ello depende tanto de sus
capacidades y energ’as, de sus potencialidades personales, como de las opciones
u oportunidades con las que cuenta.
Juli‡n Mar’as describe lo
que significa el Òproyecto de vidaÓ en el existir cuando nos dice: ÒYo no soy
cosa alguna, soy al mismo tiempo el que tiene que hacer algo determinado, en
vista de la circunstancia; ahora bien, a un algo que se tiene que hacer pero
que no est‡ hecho, en la medida que es concreto y determinado, se llama
pretensi—n o proyecto, dos palabras que tienen un claro matiz aprior’stico. Yo
soy, por lo pronto, el que, en vista de la circunstancia en que me hallo,
pretende ser alguien, es decir, tengo un proyecto o programa vitalÓ[17].
En este sentido Mar’as sostiene que cuando el hombre Òdecide absolutamente ser
algo, cuando se adscribe a una forma de vida y la hace suya, entonces ÒvivirÓ
quiere decir para Žl s—lo eso, y lo que para ese proyecto o pretensi—n es
necesario sin m‡s, porque no admite ningœn otro sentido el vivir y, por tanto,
no vivir as’ significa morirÓ[18].
Para Mar’as, como se desprende de esta œltima expresi—n, no cumplir con el proyecto
de vida supone ÒmorirÓ. En otros tŽrminos, la frustraci—n del proyecto
significa la pŽrdida del sentido del vivir.
8. La ordenaci—n
finalista de los ÒproyectosÓ
Todos los infinitos
proyectos que suceden, unos tras otros, en la vida, en la cotidianidad del
existir, concebidos por el ser libertad, est‡n ordenados y dirigidos, directa o
indirectamente, para realizar el singular y, a la vez, complejo Òproyecto de
vidaÓ. Si utilizamos una met‡fora para graficar lo expresado podr’amos decir
que los proyectos que se suceden en el diario existir son como afluentes que,
finalmente, van a desembocar en el gran r’o que es el Òproyecto de vidaÓ. Todos
los actos o conductas del ser humano est‡n destinados a cumplir con el proyecto
de vida, aun los m‡s irrelevantes, como, por ejemplo, tomarse vacaciones. Quien
sale de la rutina de la cotidianidad, busca descanso, sosiego, reposo, es para
retornar con br’os a retomar su proyecto de vida. Las vacaciones contribuyen,
as’, indirecta y, posiblemente de modo inconsciente, a la realizaci—n del
proyecto de vida.
9. El sentido que para el existir tiene el
Òproyecto de vidaÓ y los requerimientos para su cumplimiento
El
ser humano se encuentra, en un
tiempo existencial y en un espacio dados, lanzado en el mundo, sumergido
en el tiempo cosmol—gico y teniendo que hacer su vida en una dimensi—n coexistencial. Se encuentra existiendo, ÒviviendoÓ y, como
consecuencia de esta situaci—n, se pregunta, consciente o inconscientemente,
ÀquŽ hacer con mi existencia?, Àcu‡l el sentido que quiero
otorgarle a mi vida? Posee, entonces, como respuesta a esta profunda
inquietud, la capacidad para concebir su Òproyecto de vidaÓ, aquella
misi—n o actividades que decide realizar durante su humano existir. Para ello,
debe necesariamente contar, en cierta medida, con las capacidades y
energ’as psicosom‡ticas que provienen
de su mundo interior. Ellas constituyen el instrumento primario del cual se
vale el hombre para cumplir con su Òproyecto de vidaÓ.
Pero, tambiŽn, como est‡ dicho, debe contar con todo aquello que le
ofrece el mundo exterior, la circunstancia en la que est‡ situado: la trama
interpersonal, la coexistencia o presencia de los ÒotrosÓ, as’ como de las
cosas que en Žl se hallan y lo
envuelven. De todo ello se vale el
ser humano para concebir y, consecuentemente, para dar cumplimiento a su
Òproyecto de vidaÓ. En una palabra, el ser humano proyecta su vida sobre la
base tanto de sus propias capacidades como de las opciones que le ofrece el
mundo, su ÒcircunstanciaÓ, al decir de Ortega y Gasset. No es posible la
existencia, y menos la realizaci—n de un Òproyecto de vidaÓ, si el ser humano,
como se ha anotado, carece de opciones que le permitan decidir y elegir su
personal proyecto.
Se advierte en la actualidad que el ser
humano es cada vez m‡s consciente de que posee un proyecto de vida, que Žsta
tiene una raz—n de ser, que estar
en el mundo con los dem‡s seres humanos y en un tiempo dado supone otorgarle a
su vida un sentido, hacer de ella algo valioso a travŽs de sus pensamientos y
sus acciones. Se comprende mejor que la existencia posee un rumbo, una
direcci—n, una meta, as’ como que el proyecto de vida, en fin, justifica su
existencia, por lo que siente y tiene el compromiso de realizarlo, de
convertirlo en realidad cumplida.
Es, por ello, que cada vez
es m‡s frecuente el que en casi todos los ambientes de la vida social se aluda al Òproyecto
de vidaÓ, el que es propio o inherente a cada ser humano por el hecho de
existir. El concepto y la expresi—n Òproyecto de vidaÓ, como consecuencia, va
difundiŽndose aceleradamente en el mundo actual, sobre todo en los medios
acadŽmicos y en los de comunicaci—n. Aœn m‡s, se observa tambiŽn que de los ambientes
acadŽmicos y del de los medios de comunicaci—n la expresi—n Òproyecto de vidaÓ
tienda a ser utilizada en el lenguaje del hombre comœn, no s—lo del m‡s
ilustrado que se asoma a los libros y revistas o que acude a conferencias o
seminarios, sino de aquel que solamente lee los diarios, escucha la radio y ve
la televisi—n.
10.
El Òproyecto de vidaÓ y la personalidad del ser humano
El Òproyecto de vidaÓ es,
as’, un ideal por alcanzar, contando, como est‡ dicho, con las capacidades y
potencialidades de cada cual y las opciones que le ofrece el mundo circundante.
Por ello, el Žxito en cuanto a la realizaci—n del proyecto de cada ser humano
est‡ condicionado a que se presente y se den estas favorables condiciones.
Todos los ideales del ser humano no son posibles de cumplir debido a las
limitaciones propias de cada uno y de aquellos condicionamientos provenientes
del mundo en que se vive. Pero, tambiŽn, hay proyectos que desbordan las
posibilidades reales del ser humano como aquellos nacidos de la fantas’a,
imposibles de realizar.
La decisi—n de llegar a la
perfecci—n es una meta ideal, un rumbo a seguir, un modelo de vida. Pero, bien
lo sabemos, no es posible llegar a alcanzarla. No puede haber ningœn hombre
perfecto. Sin embargo, existe un mandato, que nace de la propia dignidad de la
persona, de hacer lo indecible para aproximarse a la perfecci—n. Es el
presupuesto para realizar una vida egregia, autŽntica, que valga la pena
vivirla.
11. Los proyectos
autŽnticos y los inautŽnticos
El Òproyecto de vidaÓ est‡
’ntimamente relacionado no s—lo con las genŽricas potencialidades propias del
ser humano y de las opciones de vida sino tambiŽn, en especial, con la
personalidad propia de cada ser humano. Hay proyectos de vida que se perciben
n’tidamente, con facilidad, pues ellos responden a una sentida y honda vocaci—n
de la persona. Ellos se constituyen y se comprueban, con claridad como la
misi—n que cada cual se ha impuesto como tarea y meta en su diario vivir.
. El autŽntico proyecto de vida se cumple
con regularidad y durante un tiempo prolongado, pudiendo abarcar la vida entera
de la persona que lo concibe y lo ejecuta con resultados positivos, con Žxito.
Es decir, cuando se logra su realizaci—n.
Pero, al lado de aquellos
proyectos de vida, f‡cilmente perceptibles por ostensibles, nos encontramos
tambiŽn con otros que no reflejan una honda vocaci—n, que no trasuntan un
compromiso existencial que el hombre haya asumido. Son proyectos de vida que no
responden a una sentida vocaci—n o que no corresponden a aquella que el ser
humano ha escogido. Estos Òproyectos de vidaÓ, m‡s bien, representan la
imperiosa necesidad existencial de todo ser humano de otorgarle un cierto
sentido a su vida. Estos proyectos de vida le han sido generalmente impuestos a
la persona por las circunstancias propias de su existencia, como pueden ser
tanto la carencia de potencialidades personales como de opciones, las que les
son negadas por el mundo exterior. Estos desdibujados y grises proyectos, que
conllevan necesariamente un car‡cter que podr’amos designar como
ÒalternativosÓ, no corresponden al deseado, al que la persona hubiera querido
realizar en su vida. Frente a esta situaci—n, contraria a la decisi—n libre o a
los sue–os o ilusiones del hombre, podr’a caber la frustraci—n, la depresi—n,
el resentimiento, la resignaci—n o, una extra–a combinaci—n de estos estados psicol—gicos con
predominio de alguno de ellos.
La posibilidad que tiene
cada persona de cumplir con un determinado Òproyecto de vidaÓ se halla, por
consiguiente, en funci—n tanto de las potencialidades inherentes al sujeto as’
como por las opciones que le ofrece el mundo en el que vive. Existen, por ello,
proyectos de vida que se perfilan n’tidamente, que son captables sin mayor
dificultad por cualquier persona, que responden a una definida personalidad,
que tienen un profundo sentido para la existencia de cierto sujeto, que se
comprueban a travŽs de una trayectoria de vida. Son proyectos singulares que se
desarrollan con entusiasmo, gozosamente, desde que expresan una sentida,
transparente y honda vocaci—n.
Ellos conducen a un estado de felicidad o a uno pr—ximo a ella. Son proyectos
que podemos calificar de autŽnticos en cuanto corresponden a una libre y
cumplida decisi—n de la persona que se ve total o parcialmente cumplida en la
realidad del diario existir.
Otros proyectos de vida no
responden a una libre decisi—n de la persona, no surgen de una definida
vocaci—n, carecen de autenticidad. Ellos les vienen impuestos a los seres
humanos por diversas circunstancias de la vida, ya sea porque no han contado
con las condiciones necesarias, end—genas o ex—genas, para su realizaci—n, para
el cumplimiento del proyecto de vida imaginado, concebido y deseado. Estos
proyectos carecen de originalidad, no son singulares sino m‡s bien est‡n
dotados de pocos o muchos rasgos comunes con proyectos que guardan afinidades
con la misma o parecida situaci—n en la que se encuentra quien debe realizar un
proyecto originalmente no deseado.
No se trata, por ende, de
proyectos de vida queridos, autŽnticos, por lo que un da–o que se perpetre
contra su realizaci—n no resulta ser, necesariamente, causa de una frustraci—n.
En otros tŽrminos, este da–o no genera normalmente mayores consecuencias negativas
en el Òproyecto de vidaÓ, sino m‡s bien y probablemente, en otros aspectos de
la existencia de la persona, como en su bienestar personal o en una pŽrdida de
car‡cter material, o ambos. Es decir, se trata de un da–o que repercute
negativamente en el desarrollo de su vida ordinaria, tal como era antes de
producirse el evento, o el
surgimiento de un da–o emergente y, de ser el caso, de un consiguiente lucro
cesante.
Esta especial comprensi—n
de los alcances que tiene el Òproyecto de vidaÓ hace indispensable que el
juzgador, al fijar una reparaci—n por las consecuencias del da–o efectivamente
producido, tome en atenta consideraci—n la trayectoria de vida de la v’ctima,
calibre la intensidad con la que ella siente y vive su personal proyecto de
vida, as’ como tome conocimiento de sus caracter’sticas psicol—gicas.
Es necesario destacar que
s—lo el ser humano es capaz de formular un Òproyecto de vidaÓ. Todos los seres
humanos, simplemente por ser tales, tienen, consciente o inconscientemente,
deseado o impuesto por las circunstancias, un proyecto de vida. El ser humano
no podr’a existir sin elegir lo que decide ser, es decir, sin proyectar. Como
anota Jaspers, Òconsciente de su libertad, el hombre quiere llegar a ser lo que
puede y quiere serÓ[19].
12. El Òproyecto
de vidaÓ y los proyectos
Es necesario distinguir
entre Òel proyecto de vidaÓ, œnico y personal, expresado en singular, y los
dem‡s proyectos, expresados en plural, que el ser humano concibe a cada
instante de su existir. El hombre, en tanto ser libre, proyecta permanentemente.
El hombre imagina, decide
y cumple constantemente sus sucesivos y mœltiples proyectos durante el diario
existir, en el curso del temporal proceso de su vida. Cabe diferenciar, por
consiguiente, entre los mœltiples proyectos que, sin tregua el hombre dise–a en
su cotidianidad, del singular y œnico Òproyecto de vidaÓ. Este proyecto de
vida, que decide el ser humano atendiendo a una propia escala de valores con el
objeto de otorgarle un sentido y un rumbo a su vida, es diferente de aquella
pluralidad de proyectos que permanentemente va elaborando, d’a tras d’a y, de
ser posible, cumpliendo durante su trayectoria existencial.
El Òproyecto de vidaÓ, en
singular, a diferencia de todos los dem‡s proyectos que se propone el ser humano
en su discurrir existencial, es el œnico que tiene que ver con el destino mismo
de la persona. En Žl, con Žl, se juega su futuro, su realizaci—n personal de
acuerdo a su personal vocaci—n. Todos los dem‡s proyectos se relacionan con su
diario existir, con la cotidianidad de su vida. De ah’ que la frustraci—n o menoscabo de
alguno o algunos de estos proyectos, vinculados con el bienestar de la persona,
no necesariamente comprometen su singular Òproyecto de vidaÓ. Es decir, en
otros tŽrminos, la frustraci—n de alguno o algunos de estos proyectos
necesariamente no comprometen, por lo dicho, el destino mismo del ser humano ni
el sentido otorgado a su vida. En todo caso, el truncamiento de algœn proyecto
vinculado con la cotidianidad podr’a menoscabar o retardar el cumplimiento del
Òproyecto de vidaÓ.
El Òproyecto de vidaÓ,
œnico, singular y personal, es rico y, a menudo, complejo en su contenido. El
proyecto puede reducirse a la exclusiva realizaci—n profesional, laboral o
familiar de la persona, a cumplir con una honda y determinada vocaci—n en
cualquiera de estos sentidos o,
como es comœn, comprende dos o m‡s de estos aspectos b‡sicos de la vida coexistencial
de la persona. La persona puede concebir un proyecto en el que se incluye,
aparte de su realizaci—n vocacional
de car‡cter profesional, el cumplir su proyecto en el seno de una familia.
ƒsta, as’ como las creencias, no son ajenas a este œnico, por singular,
proyecto de vida. La vocaci—n por constituir una familia no se encuentra fuera
del proyecto de vida. Es, salvo excepciones, un llamado natural a la
complementaci—n a la que estŽ destinado estructuralmente el ser humano.
No obstante lo dicho en
cuanto a la incorporaci—n de la familia dentro del personal proyecto de vida,
pueden tambiŽn presentarse casos en los cuales la persona renuncia a formar una
familia, a tener descendencia. Puede suceder, tambiŽn - y esta situaci—n es
cada d’a menos frecuente - que el proyecto de vida, generalmente el de una
mujer, se reduzca a formar un hogar, criar y educar a los hijos, a ayudar a su
marido o a su pareja a travŽs de las labores propias de hogar
Como se advierte de lo
anteriormente expresado, el proyecto de vida, que es œnico en tanto personal,
no se reduce a una sola dimensi—n existencial sino, que, por el contrario puede
ser complejo, abarcar varias metas que para la persona tienen la misma
significativa connotaci—n valiosa. El ser humano es, en tanto libre y
espiritual, complejo e impredecible, por lo que todo lo que podamos saber y
decir de Žl no es nunca definitivo. El ser humano es capaz de cambiar, de
redimirse, de modificar su ruta vital e, inclusive, de variar su plan de vida.
Jaspers est‡ en lo cierto cuando dice: ÒEs m‡s, aœn que nosotros conocemos
mejor todo lo que no somos nosotros mismosÓ que lo que en realidad somos. De
ah’, el hombre Òse convierte para s’ mismo en el m‡ximo misterio cuando
vislumbra que en su finitud parecen extenderse hasta el infinito sus
posibilidadesÓ[20].
Por ello, podemos decir
que no somos un animal mam’fero
cualquiera, como el chimpancŽ o el perro, sino uno dotado de libertad, que se
abre al mundo de los valores, que es espiritual, que no se reduce a lo
org‡nico, a lo fisiol—gico, a la naturaleza, en una palabra. Todo lo que
podamos decir sobre el ser humano es aproximativo, no hay nada definitivo,
m‡xime que por ser temporal va haciŽndose cada d’a. El que fui ayer, en
mœltiples aspectos, ya no lo soy hoy. Quiz‡s fui conservador en mi pasado pero
hoy soy revolucionario, quiz‡s ayer fui un agn—stico pero en la actualidad soy
un fervoroso creyente. Nuestra identidad posee, por ello, dos vertientes, la
est‡tica, la que no cambia, la que permanentemente responde al Òsoy yoÓ, y la
identidad din‡mica que var’a con el
tiempo al desarrollarse y moldearse la personalidad.
Toda la pluralidad de
proyectos que el ser humano va realizando cotidianamente en su transcurrir
vital est‡n dirigidos, como se ha apuntado, consciente o inconscientemente, a
contribuir al mejor cumplimiento del Òproyecto de vidaÓ. Metaf—ricamente
hablando, cabe reiterar que todos los proyectos, desde los m‡s banales hasta
los m‡s significativos que el ser humano cumple en el curso de su diaria
existencia son como afluentes, de distinta magnitud, que van a desembocar en el
m‡s caudaloso de los r’os, que no es otro que el Òproyecto de vidaÓ. Todos los
proyectos que concibe el ser humano est‡n, pues, encaminados, directa o
indirectamente, consciente o inconscientemente, al cumplimiento del Òproyecto
de vidaÓ, es decir, de lo que el ser humano ha considerado como su misi—n en la
vida, como lo que debe ser su destino personal.
Todo lo que el hombre hace
en su vida tiene como objetivo final, como destino singular, el dar
cumplimiento, hasta donde ello es posible, a su Òproyecto de vidaÓ. Es decir, y
como est‡ dicho, de lo que la persona, cada persona, ha decido ser y hacer ÒenÓ
y ÒconÓ su vida. La vida cobra, as’, un sentido, una raz—n de ser. Sentido que
le otorgan los valores que vivencia durante su trayectoria existencial, los que
realiza en funci—n de su personal Òproyecto de vidaÓ.
El ser humano, al igual
que las cosas que transforma en su vida, son substratos de valores. Lo es la
conducta humana intersubjetiva, de la que podemos predicar que es justa o
injusta, œtil o inœtil, as’ como tambiŽn lo es, por ejemplo, un bloque de
m‡rmol transformado en una estatua por la mano del escultor, lo que nos permite
exclamar que es bella. En ese trozo de m‡rmol se pos— el valor belleza gracias
a la acci—n humana.
Los proyectos de vida
adquieren diferentes rangos de importancia segœn los valores que los definen,
que los orientan y que las personas los realizan durante su existencia. Hay,
as’, proyectos egregios como, tambiŽn, proyectos que no poseen esa
significaci—n, que carecen de rasgos m‡s o menos definidos. Son proyectos
grises, tal vez no deseados, de aparentemente modestos alcances, los cuales,
por ello, son dif’ciles de aprehender.
13. El proyecto
de vida ÒalternativoÓ
Como lo hemos se–alado, al lado de aquellos
proyectos de vida f‡cilmente perceptibles por ser ostensibles en cuanto
responden a una definida vocaci—n, nos encontramos tambiŽn con otros que no la
reflejan, que no trasuntan un autŽntico compromiso existencial que el hombre
haya asumido. Son proyectos de vida que no responden a una sentida vocaci—n o
que no corresponden a aquŽl que el ser humano ha escogido como ÒsuÓ proyecto. Ellos, m‡s bien,
representan tan s—lo la genŽrica y comœn necesidad existencial propia de todo
ser humano de otorgarle una raz—n de ser a su vida, de realizarse en algœn
sentido aunque no sea el que hubiera deseado. Son proyectos de vida que le han
sido generalmente impuestos a la persona por las circunstancias en las que se
desenvuelve su existencia, en la que la se presentan ya sea la carencia de
capacidades y potencialidades personales como de opciones u oportunidades, las
que les son negadas por el mundo exterior[21].
Dichos desdibujados y
grises proyectos, que conllevan necesariamente un car‡cter que podr’amos
designar como ÒalternativoÓ, no corresponden, por consiguiente, al concebido y deseado,
al que la persona hubiera querido realizar en su vida. No responden a su
autŽntica vocaci—n, aspiraciones, expectativas. Frente a esta situaci—n,
contraria a la decisi—n libre o a los sue–os o ilusiones del hombre, podr’a
caber la frustraci—n, la depresi—n, el resentimiento, la resignaci—n o una
extra–a combinaci—n de uno o m‡s de estos estados psicol—gicos con predominio
de alguno de ellos.
La especial comprensi—n de
los alcances que tiene el Òproyecto de vidaÓ hace indispensable que el
juzgador, al fijar una reparaci—n por las consecuencias del da–o efectivamente
producido, tome en atenta consideraci—n la trayectoria de vida de la v’ctima,
calibre la intensidad con la que Žsta siente y vive su personal proyecto de
vida, as’ como tome conocimiento de sus caracter’sticas psicol—gicas, de los
m‡s saltantes rasgos de su personalidad.
Se trata, sin duda, de una
tarea delicada, dif’cil, que requiere de una fina sensibilidad, de una especial
vocaci—n de parte del juez en cuanto a la protecci—n integral de la persona
humana. Pero, todas estas dificultades no son imposibles de superar, empleando
para ello dedicaci—n y comprensi—n y, como est‡ dicho, fina sensibilidad para
percibir la existencia de un definido proyecto de vida y considerar su debida
reparaci—n en caso de haberse frustrado, menoscabado o retardado en su
ejecuci—n. La objetividad inherente a las consecuencias del Òda–o al proyecto
de vidaÓ, al hacerlas perceptibles, facilita, en todo caso, la tarea del juez.
Ello, en cambio, no ocurre trat‡ndose del Òda–o moralÓ que es subjetivo.
14. El proyecto ÒsustitutoÓ
Puede ocurrir que, en
ciertas circunstancias, las consecuencias de un da–o frustren el n’tido y
autŽntico Òproyecto de vidaÓ de una
persona, el que le da sentido a su vida y alegr’a de vivir. En esta dram‡tica situaci—n
est‡n en juego tanto la personalidad como la hondura de la vocaci—n de la
persona agraviada en su Òproyecto de vidaÓ, en su raz—n de ser.
En el caso expuesto, en
atenci—n a la personalidad de la v’ctima y a la magnitud del da–o, la
frustraci—n del Òproyecto de vidaÓ puede traer como consecuencia un vac’o
existencial que supone la pŽrdida del sentido o raz—n de ser de la vida del
da–ado. El vac’o existencial ocasionado por la pŽrdida del sentido de la vida
es dif’cil de suplir pues, por lo general, en relaci—n con la personalidad de
la v’ctima del da–o, Žsta puede caer en un estado de depresi—n que la conduce a
la adicci—n al alcohol, a las drogas y, en casos extremos, hasta el suicidio.
Trat‡ndose de otros casos
donde, si bien las consecuencias del da–o son similares a las anteriormente se–aladas
en cuanto a la frustraci—n del Òproyecto de vidaÓ, puede acontecer que la
personalidad de la v’ctima, pese a dicha frustraci—n, dada la fortaleza de su
personalidad y el deseo de vivir, logre superar, en cierta medida, las
consecuencias generadas por el da–o y encuentre un proyecto sustituto, una
nueva manera de vivir, que, sin ser el autŽntico, le permita seguir viviendo
otorg‡ndole a su vida un cierto nuevo sentido.
15. ÒProyecto de
vidaÓ y valoraci—n
Para proyectar se debe decidir. Decidir supone elegir un determinado
proyecto descartando, al mismo tiempo, otros proyectos alternativos dentro del
inmenso abanico de opciones o posibilidades que se le presentan al ser humano
en un momento dado de su historia personal. Decidir es, por ello, escoger o
elegir entre diversas opciones para formular "un proyecto de vida":
lo que se decide ser en el futuro. S—lo puede decidir y elegir quien es
ontol—gicamente libre.
15. 1.
La vivencia axiol—gica
Para decidir sobre un cierto proyecto de vida, que
responda a la rec—ndita vocaci—n personal, se debe precisar aquello que para el
ser humano resulta valioso realizar en la vida, lo que le va a otorgar sentido
a su cotidiano existir. El proyecto supone trazar anticipadamente el destino,
un modo cierto de llenar la vida, de lograr la realizaci—n personal. La
vivencia de valores le otorga sentido y, por consiguiente, trascendencia al
vivir. El proyecto de vida no es concebible sin una vivencia axiol—gica de parte
del ser humano.
Pero, para elegir, se requiere preferir "esto" sobre
Òaquello". Toda decisi—n libre significa, por ello, una valoraci—n. Decidir es valorar para optar por Žste u
otro proyecto alternativo. De ah’ que el ser humano es estimativo, en cuanto
tiene la potencialidad, inherente a su ser, de vivenciar valores. La vida es,
as’, una sucesi—n de valoraciones. El estimar, el valorar, es una irrenunciable
instancia de la vida humana. El ser humano es, como est‡ dicho, un ser
estimativo, lo que le viene de su condici—n de ser libre.
El verdadero lugar de los valores, como apunta Mounier
en acertada met‡fora, es el "coraz—n vivo del hombre". Los valores se
revelan al ser humano en las profundidades de la libertad, madurando con el
acto que los elige. El ser humano es, como est‡ dicho, un ser estimativo, es decir, un
ser estructuralmente dotado para vivenciar, para sensibilizar valores. El ser
humano no podr’a vivir sin los valores, con los que otorga un sentido a su
existir. Como lo dice el propio Mounier, "las
personas sin los valores no existir’an plenamente, pero los valores no existen
para nosotros sino por el fiat veritas tua que les dicen las personas"[22].
El ser humano para proyectar, como est‡ dicho, vivencia valores, lo que
le permite escoger entre una infinidad de posibilidades aquel proyecto que
decide realizar en el futuro. Puede privilegiar el valor de la virtud o
del bien, el de la justicia, el de la belleza, el de la utilidad, el de la
solidaridad, el del amor o cualquiera otro dentro de la inmensa gama bipolar
que constituye lo que se conoce como "la jerarqu’a valorativa". La
preeminencia que adquiera alguno de ellos en la vida del ser humano le otorga
un sentido, le proporciona un rumbo, signa su entero existir. Los valores, por
ello, se dan "en" y "para" la vida humana.
15. 2.
Los medios para la elecci—n del Òproyecto de vidaÓ
Al elegir un Òproyecto de vidaÓ, luego de la
respectiva valoraci—n y de la decisi—n de convertirlo en realidad de vida, el
ser humano trata, por los medios e instrumentos a su alcance, de cumplirlo, de
concretarlo en el diario vivir. A ello aspira y desea ejecutarlo durante el
curso de la vida, salvo que, en algœn instante de su existir tuviera que
modificarlo o cambiarlo.
El valorar, elegir y decidir la realizaci—n de un
cierto proyecto de vida supone el logro de ciertos fines que se deben alcanzar
en el devenir existencial. Los fines, en palabras de Sartre, "son la
proyecci—n temporalizante de nuestra libertad".
La libertad crea, escoge los fines "y, por su elecci—n misma, les confiere
una existencia trascendente como limite externo de sus proyectos"[23].
El proyecto, como se ha se–alado, se decide, se elige
libremente en el horizonte del tiempo. Es en la instancia insecuestrable
del ser donde cualquier proyecto es posible. El ser humano decide valiŽndose de
su libertad, de su imaginaci—n, de su vocaci—n estimativa y de los est’mulos
que le ofrece su "circunstancia", en expresi—n cara a Ortega y
Gasset. Es decir, del mundo en el cual est‡ existencialmente instalado.
Para realizar su Òproyecto de vidaÓ el ser humano
utiliza los medios o instrumentos con los que cuenta. Al mencionar ÒmediosÓ nos
referimos, en general, a todo aquello que emplea el ser humano para convertir
el proyecto en realidad de vida. Entre los medios que dispone para lograr tal
prop—sito, se vale de su cuerpo, es decir, de su unidad psicosom‡tica y todo lo
que ella representa como voluntad, sensibilidad, racionalidad. Cuenta tambiŽn
necesariamente con los ÒotrosÓ y con las cosas u objetos del mundo circundante.
El ser humano, para el cumplimiento del proyecto de
vida, emplea tanto medios de su propia estructura existencial -unidad
psicosom‡tica- como provenientes del mundo exterior. En esta dimensi—n se
encuentran los dem‡s seres humanos, con cuya contribuci—n le es posible obtener
lo proyectado, as’ como tambiŽn se vale de los objetos o cosas que le son
indispensables para tal finalidad. Dicho en otros tŽrminos, de las opciones u
oportunidad que le ofrece el mundo exterior.
La utilizaci—n de tales medios le permite al ser
humano, en cierta manera y medida, ya sea a la realizaci—n exitosa del proyecto
de vida o a su frustraci—n, a su menoscabo o retardo. La vida, lo sabemos por
experiencia, est‡ colmada de gratificantes instantes en el curso de la
concreci—n del proyecto personal pero, tambiŽn, de traum‡ticas frustraciones.
La
realizaci—n fenomŽnica del proyecto de vida est‡ condicionada tanto por las posibilidades
u opciones con las cuales cuenta el ser humano, as’ como por las resistencias
que le ofrecen tanto su mundo interior, su unidad psicosom‡tica y por
aquellas provenientes del mundo exterior. No s—lo el cuerpo o la psique pueden
frustrar o menoscabar el proyecto de vida, sino tambiŽn los obst‡culos que le
ofrecen las cosas y, por cierto, la acci—n de los dem‡s seres humanos con los
cuales convive en el seno de la sociedad. Tal como se ha se–alado, por ser la
existencia simult‡neamente coexistencia, el proyecto ha de cumplirse
necesariamente "con" los dem‡s seres humanos, valiŽndose de las
cosas.
Cada
ser humano, en el instante de proyectar, deber’a tener conciencia de sus
reales posibilidades, tanto de aquellas que le ofrece su mundo psicosom‡tico
como de las que se hallan situadas en el mundo exterior. Ello resulta necesario
para los fines de la realizaci—n o de la frustraci—n del "proyecto de
vida". Es de suma importancia tener conciencia de esta realidad. El hombre
deber’a elegir proyectos viables, capaces de ser cumplidos en funci—n de sus
propias potencialidades y de las que le ofrece su "circunstancia", el mundo exterior.
Para
lograr la realizaci—n del proyecto de vida
es indispensable que la persona posea perseverancia, constancia, tenacidad,
energ’as suficientes, coraje. La persona no debe arredrarse frente a los
obst‡culos superables que se le presenten en el curso de la ejecuci—n del
proyecto de vida. ƒste es muy valioso para perderlo, para desecharlo, sin
luchar por su cumplimiento. Se trata de los naturales y a menudo coyunturales
obst‡culos que ella necesariamente ha de encontrar durante su realizaci—n, por
lo que debe empe–arse en vencer por los medios a su alcance pues, de lo
contrario, el proyecto deber’a sucumbir, hecho que, como se comprende, es muy
grave pues en Žl se juega el destino del ser humano.
El
cumplimiento, parcial o total del proyecto de vida, es una verdadera conquista.
Es el resultado de una lucha permanente y cotidiana contra los
condicionamientos y obst‡culos que, a menudo, agobian a la persona y le impiden, en ciertos
momentos de la existencia, viabilizar el proyecto con la continuidad y fluidez
que fuera de desear. Ello es inevitable. De ah’ que Mounier
pueda sostener que Òhay en mi libertad un peso mœltiple, el que viene de mi
mismo, de m’ ser particular que la limita, y el que le llega del mundo, de las
necesidades que la constri–en y de los valores que la urgen[24]Ó.
No
se puede asegurar que la decisi—n libre se cumpla, total o parcialmente. El que
el ser humano sea libre y pueda, por consiguiente, decidir, valorar y proyectar
no significa necesariamente que, en el ejercicio de la libertad, en la fenomenalizaci—n de esa decisi—n libre, el proyecto se
realice, se concrete. Como bien se–ala Kierkegaard, la libertad Òno es alcanzar
esto y aquello en el mundo, de llegar a ser rey o emperador y a vocero de la
actualidad, sino la libertad de tener en s’ mismo la conciencia de queâes hoy libertadÓ[25].
La libertad que somos es, pues, independiente de la realizaci—n o no del
proyecto. Los proyectos se cumplen o se frustran. La realizaci—n o la frustraci—n
de un proyecto no afecta, en ningœn sentido, la libertad, en cuanto ella es el ser del hombre. Como lo precisa Sartre, Òser libre no
significa obtener lo que se quiere sino determinarse a querer (en sentido
amplio de elegir)Ó. De ah’ que se pueda concluir afirmando coherentemente Òque
el Žxito no interesa en ningœn modo a la libertadÓ[26].
Es decir, a la libertad que cada uno es.
Todo
lo anteriormente expresado lo hemos experimentado en el curso de nuestra vida.
Nos sentimos seres libres, no robots, guiados por manos invisibles. No somos
cometas libradas al viento. Somos conscientes de nuestra temporalidad, de
nuestra meta escatol—gica, como tambiŽn lo somos de nuestra coexistencialidad,
de la necesidad que tenemos de contar con los dem‡s seres humanos y de las
cosas del mundo para cumplir nuestro proyecto de vida. Somos conscientes del
proyecto de vida que, no sin dificultades y titubeos hemos valorado,
hemos elegido y decidido para su realizaci—n existencial. Todo ello de acuerdo
con nuestra m‡s honda vocaci—n, con un profundo llamado interior. Esta
escogencia ha permitido darle un sentido a nuestra vida y nos ha permitido,
simult‡neamente, tender a la perfecci—n dentro de nuestras naturales
limitaciones y ser œtiles a los dem‡s de acuerdo a nuestras reales
posibilidades.
Poseemos experiencias de las resistencias, obst‡culos, dificultades y
retardos que, a travŽs del tiempo,
ha sufrido la realizaci—n de nuestro propio Òproyecto de vidaÓ.
16. La
complejidad del proyecto de vida
La complejidad del
proyecto de vida se percibe principalmente en dos instancias. La primera se
manifiesta en el momento de decidir
vivir conforme a un cierto proyecto desde que puede abarcar varias
actividades simult‡neamente como la profesional y la familiar. No s—lo se le
concibe en una direcci—n, con un s—lo destino, sino que Žste, como en el caso
propuesto, abarca dos dimensiones: el que voy a ÒhacerÓ en la vida y con mi
vida y si ello se har‡ a partir de un nœcleo familiar o en forma solitaria.
La otra instancia, como
apunta Vilanova, es que aun en el caso de existir una
decisi—n dominante en cuanto al proyecto elegido en un momento cualquiera, debe
considerarse que tal decisi—n no va sola. Ella va Òacompa–ada -con un grado
diverso de actualidad, por supuesto- por todas las decisiones de car‡cter
permanente que se han ido tomando en el pasado y que no han sido revocadas o,
al menos, puestas en crisisÓ[27].
17. Momento en el
cual se concibe el Òproyecto de vidaÓ
Para intentar conocer en
que momento de la vida de una persona se adopta un determinado Òproyecto de
vidaÓ, es decir, para ubicar en el tiempo aquel instante en el que se
vislumbra, con mayor claridad, lo que queremos ser y hacer en y con nuestra
vida, es conveniente, en primer tŽrmino, hurgar en nuestra propia experiencia
personal, acudir a nuestros recuerdos, a fin de precisar en cual edad escogimos
nuestro Òproyecto de vidaÓ.
No podemos olvidar un
hecho de nuestra infancia y de los primeros a–os de nuestra adolescencia que
nuestra memoria conserva con nitidez, no exenta de un cierto malestar. Se trata
de la pregunta que, con relativa frecuencia, nos hac’an nuestros mayores, y que
consist’a en ÒquŽ ’bamos a ser de
grandesÓ. Recuerdo, tambiŽn, que como amaba el mar, les respond’a que cuando
fuese mayor ser’a marino pues me gustaba navegar.
Tales personas, que
trataban descifrar el enigma de nuestro futuro, inquir’an, en verdad, sobre
cu‡l era nuestro proyecto de vida, que es lo que dese‡bamos ser y hacer de
adultos. A la edad que ten’amos en aquellos momentos de nuestras vidas no
est‡bamos, aœn, en condiciones de precisar cu‡l era nuestro proyecto de vida.
Nos faltaba experiencia de la vida y madurez intelectual. Ante este hecho surge
la l—gica pregunta que nos hacemos, y que nos hacen, de continuo, sobre
Àcu‡ndo, en quŽ momento, se concibe y se determina el proyecto de vida personal?
No es f‡cil encontrar la
respuesta a la pregunta sobre el momento de la existencia en el cual el ser
humano decide asumir un determinado proyecto de vida. Es relativamente incierta la edad, el
instante existencial, en el cual el ser humano, consciente de lo que desea
ÒserÓ y ÒhacerÓ en su vida, le otorga un rumbo y un sentido a su existencia. Es
decir, escoge un cierto Òproyecto de vidaÓ.
Existen algunos ni–os que,
desde muy peque–os, demuestran una marcada inclinaci—n, una tendencia o aptitud,
m‡s o menos clara, que denota sobre cu‡l podr’a ser su proyecto de vida. As’,
bien lo sabemos y no es ajeno a nuestra observaci—n, la existencia de ni–os que
les gusta los juguetes que tienen vinculaci—n con la medicina y su juego
preferido es el del Òser doctorÓ, el de curar mu–ecos o mu–ecas, segœn el caso.
Otros demuestran estar dotados para la mœsica y suelen practicarla con
sensibilidad desde muy temprana edad, mientras que tambiŽn hemos encontrado
ni–os que su actividad m‡s gratificante era el de pasarse horas enteras en el
jard’n dedicados a observar la naturaleza, los bichos ah’ existentes, los
‡rboles, las plantas. Llegada la edad de adoptar un Òproyecto de vidaÓ estos
ni–os, por lo general, escogieron ser bi—logos o alguna otra actividad
vinculada con sus inclinaciones infantiles como la zootecnia, la agricultura o
la ecolog’a entre otras opciones conexas.
Nuestra afici—n infantil por ingresar a
la Escuela Naval cuando apenas ten’amos doce a–os de edad se fue disipando
cuando, conforme transcurrido un tiempo, observamos la vida de los marinos, su
disciplina, una cierta rutina en la que se desenvolv’a sus vidas. Comprendimos,
con los a–os, que era una profesi—n en la cual la persona estaba a disposici—n
de sus superiores, condicionadas a su voluntad, la que se deb’a acatar Òsin
dudas ni murmuracionesÓ. Es decir, que para ser marino se requer’a tener una
personalidad disponible a ser mandado por muchos a–os de su vida, sin tener la
posibilidad de discutir las —rdenes recibidas. Intu’amos que no nos gustaba mandar
ni ser mandados, sino adoptar nuestras decisiones sin recibir —rdenes que
vinieran de otras personas, salvo las razonables provenientes de nuestros
progenitores antes de la mayor’a de edad.
A los quince a–os de edad,
condicionados por la familia y por los amigos ’ntimos, nos preparamos, sin
mayor reflexi—n, para ser ingenieros. Durante todo el œltimo a–o de estudios
escolares acud’amos, despuŽs de clases, a una academia de preparaci—n para el
ingreso a la Escuela de Ingenier’a, que as’ se llamaba en aquel entonces la
actual Universidad de Ingenier’a. Se nos dec’a, al comienzo de la dŽcada de los
a–os 40 del siglo XX, que en el Perœ todo estaba por hacer, que no exist’a la
necesaria infraestructura vial, de puentes, de viviendas, de hidroelŽctricas,
de refiner’as y otras similares por lo cual los ingenieros siempre ser’an
requeridos y tendr’an trabajo asegurado. Aceptamos para el efecto, sin mayor
reflexi—n, apenas cumplidos los diecisŽis a–os, el argumento de ra’z
cremat’stica que se nos insinuaba.
Felizmente, faltando pocos d’as
para rendir el examen de ingreso a la Universidad de Ingenier’a, en una noche
de insomnio y de angustia, nos planteamos, seriamente y por primera vez, si el
ser ingeniero respond’a a nuestra vocaci—n, a lo que dese‡bamos hacer en la
vida. Sentimos, tal vez por œnica vez, lo que con los a–os comprendimos lo que
significaba la angustia existencial. Al despertarnos, m‡s tarde que de
costumbre, tuvimos una sensaci—n de alivio pues hab’amos descubierto que
nuestra vocaci—n no era la actividad propia de los ingenieros constructores
sino que eran las humanidades. Grande fue la sorpresa en casa cuando, a la hora
del desayuno, les informŽ sobre mi decisi—n, as’ como la reacci—n de mis
mejores amigos cuando esa tarde, sin cuadernos ni otros admin’culos que
utiliz‡bamos para la ocasi—n, fui a despedirme. Ellos trataron de convencerme
que continuara en la academia, argumentando que dado los resultados obtenidos
en las simulaciones de ex‡menes practicados Žramos candidatos fijos para
ingresar a la Universidad Pero nuestra decisi—n ya estaba tomada y nos
sent’amos felices y ps’quicamente aliviados por haber salido del error y ver la
luz.
Al inquirirnos sobre lo que nos
gustaba, sobre cu‡les eran las materias con cuyo conocimiento hab’amos disfrutado
en el colegio, comprendimos que nos fascinaba la filosof’a, la psicolog’a, la
l—gica, la literatura, la historia, el arte. En cambio, las matem‡ticas no nos
entusiasmaban, excepto la aritmŽtica y la geometr’a porque logramos comprender
que nos eran œtiles para la vida, lo que no suced’a con el ‡lgebra y la
trigonometr’a desde que nadie, ningœn profesor, nos explic— la raz—n de su
estudio ni tampoco lo pudimos descubrir por nosotros mismos. Durante nuestra
vida escolar, adem‡s, las m‡s altas calificaciones las hab’amos obtenido
precisamente en los estudios de humanidades.
Estimamos que la decisi—n adoptada
a los diez y seis a–os de edad, como lo tenemos dicho, fue una de las escasas,
o quiz‡s la œnica, en la que hab’amos actuado libr‡ndonos, al m‡ximo posible,
de todos los condicionamientos que pesaban sobre nosotros.
La adopci—n de un
determinado Òproyecto de vidaÓ, por lo general, suele ocurrir en el momento de
la vida en el cual la persona -adolescente, joven o adulto- adquiere madurez
intelectual, cuando se halla en condiciones de reflexionar sobre su vida, sobre
su destino. Ello acontece, la mayor’a de las veces, se est‡ terminando la etapa
escolar, momento en el cual la persona tiene que enfrentarse al mundo, adoptar
una decisi—n en cuanto Òa lo que va a serÓ, en su vida. No se puede precisar,
en tŽrminos generales, la ÒedadÓ de la madurez, ya que ella depende de la
personalidad de cada persona, de su desarrollo intelectual, pero cabe
considerar que ello puede suceder en ciertos casos a partir de los catorce o
diecisŽis a–os de edad. Sin embargo, bien lo sabemos los que hemos vivido un
largo trecho, que otros j—venes no alcanzan madurez a esta temprana edad sino a
los dieciocho a–os y quiz‡s, en algunos casos, a una mayor edad. En s’ntesis,
m‡s all‡ de todo lo que podamos especular sobre el particular, cabe se–alar que
es siempre incierta la edad en que la persona, cada persona, decide optar por
un cierto Òproyecto de vidaÓ.
En el mundo actual los
j—venes, por lo general, alcanzan la madurez a edad m‡s temprana que anta–o. En
el Perœ, por ejemplo, se adquir’a la ciudadan’a y conclu’a la patria potestad
cuando la persona cumpl’a veintiœn a–os, mientras que en los tiempos que corren
la edad para tal efecto se ha fijado en los dieciocho a–os de edad. Por ello,
en algunos pa’ses, cuando se trata de intervenciones sobre el cuerpo por
razones de conservaci—n de la salud, el mŽdico no s—lo recaba el consentimiento
informado de los padres sino tambiŽn del menor mayor de catorce a–os de edad.
Se suele considerar, siempre en tŽrminos generales, que a esta edad el menor ya
posee cierto criterio, lo que le permite, si es intelectualmente maduro y
emocionalmente estable, adoptar decisiones luego de escuchar argumentos en uno
y otro sentido que puedan orientarlo.
Algunos j—venes, al
terminar el ciclo escolar, tienen claro su destino. Saben lo que quieren hacer
con su existencia, son conscientes de cu‡l es su proyecto de vida. Es el caso
de vocaciones bien delineadas, sin que pueda existir ninguna clase de dudas o
titubeos. No obstante, no es el caso en el que se encuentra, tal vez, el mayor
nœmero de j—venes, los que no est‡n seguros de su vocaci—n, que dudan, que
tienen varias opciones en su horizonte, que no ven con claridad cu‡l ha de ser
su proyecto de vida. Por ello, algunas veces, sometidos a diversos
condicionamientos, se equivocan en cuanto a su vocaci—n. En algunos casos,
despuŽs de transcurrido algœn tiempo, luego de unas primeras experiencias
existenciales, llegan a precisar su vocaci—n o, por lo menos, a tomar
consciencia de que han cometido un error. Conozco contempor‡neos m’os que
abandonaron sus estudios de ingenier’a para ingresar a estudiar humanidades y
luego abogac’a, as’ como otros que, habiendo alcanzado un t’tulo profesional,
abandonaron su ejercicio para ingresar a la vida religiosa[28].
DespuŽs de lo expuesto
cabe preguntarse si todas las personas tienen un proyecto de vida o, por el contrario,
si es posible una existencia humana que carezca de Žl. Puede ocurrir que
algunos seres humanos no logren precisar con nitidez cu‡l es su vocaci—n, quŽ
es lo que desean hacer con su vida, que se hallan desorientados, que son
inmaduros, irresponsables o adolecen de perturbaciones ps’quicas. No obstante
la presencia de casos de incertidumbre vocacional, somos del parecer que toda
persona tiene un proyecto de vida desde que no se puede existir sin darle a la
vida un sentido, una raz—n de ser, un rumbo, salvo casos excepcionales. Puede
suceder que la persona no logre descubrir su Òproyecto de vidaÓ o que, ante la
ausencia de una definida vocaci—n o de opciones que le ofrece su entorno,
realice un proyecto inautŽntico, pero proyecto de vida al fin.
18. Libertad,
voluntad y proyecto de vida
Es oportuno se–alar que se suele confundir la libertad, que es el ser
mismo del hombre, con la voluntad, que es un aspecto de la psique, sin
percatarse que Žsta se halla, como la unidad psicosom‡tica en su conjunto, al
servicio del yo, de la decisi—n libre. La envoltura psicosom‡tica es un medio
del cual se vale la libertad para su realizaci—n como proyecto. Por ello es
posible referirse en posesivo a "mi" cuerpo, a "mi"
voluntad.
Sartre ha descrito certeramente la relaci—n entre la
"libertad" y la "voluntad". Al referirse a la primera apunta
que "el planteamiento de mis fines œltimos es lo que caracteriza a mi ser
y lo que se identifica con la aparici—n original de la libertad que es
m’a". Es as’ como la libertad
resulta ser el fundamento de los fines que el ser humano decide realizar
"sea por la voluntad, sea por esfuerzos pasionales". Sartre se–ala
que "las voliciones son, por el contrario, como las pasiones, ciertas
actitudes subjetivas por las cuales tratamos de alcanzar los fines propuestos
por la libertad originaria". La libertad es, as’, "un fundamento
rigurosamente contempor‡neo de la voluntad (...) que se manifiesta a su
manera"[29].
La voluntad, segœn Sartre, "se presenta como decisi—n reflexionada
con relaci—n a ciertos fines". Pero, afirma a continuaci—n, que esos fines
no los crea la voluntad. Esta s—lo "decreta que la persecuci—n de esos
fines sea reflexiva y
deliberada"[30].
19. Protecci—n
jur’dica del Òproyecto de vidaÓ
La libertad fenomŽnica
puede ser da–ada, trunc‡ndose, en mayor o menor medida, un Òproyecto de vidaÓ.
Es conquista de los œltimos dos decenios que esta verdad, esta important’sima
circunstancia, se puso de manifiesto. Ello aconteci— en Lima, con la
presentaci—n de una ponencia en un Congreso Internacional celebrado en 1985 con
ocasi—n de la puesta en vigencia del C—digo Civil peruano de 1984. En el
art’culo 1985¡ de este cuerpo legal se dispone la reparaci—n de cualquier Òda–o
a la personaÓ, dentro del cual, como la modalidad m‡s notoria, se encuentra el
Òda–o al proyecto de vidaÓ o libertad fenomŽnica[31].
Es de anotar que antes de
1985 no consideraba la posibilidad de que la libertad fenomŽnica o Òproyecto de
vidaÓ pudiera ser da–ado. Casi se le desconoc’a o no se le otorgaba mayor
atenci—n. El resarcimiento del da–o patrimonial cubr’a todo el escenario jur’dico.
El ÒhaberÓ era m‡s importante que el ÒserÓ. Esto nos suena a algo incre’ble,
pero responde a una realidad vivida por siglos.
Es a partir de aquella
fecha que, a pesar del escaso tiempo transcurrido para su conocimiento por
amplios sectores de juristas y consiguiente debate, el Òproyecto de vidaÓ
empieza a merecer incipiente notoriedad. Esto acontece dentro del contexto de
haberse redescubierto, en la primera mitad del siglo XX, la libertad como ser del hombre, revaloriz‡ndose la
persona humana y afirm‡ndose su inherente dignidad. Como natural consecuencia
de este feliz acontecimiento que la tesis del Òda–o al proyecto de vidaÓ se
difunde r‡pidamente por el mundo, traduciŽndose a otros idiomas, siendo acogida
por un sector de la doctrina y por la jurisprudencia comparada, en especial por
la de la Corte Interamericana de Derecho Humanos.
El Òda–o al proyecto de
vidaÓ puede acarrear diversas consecuencias como son su frustraci—n total, su
menoscabo o su retardo. Es f‡cil imaginar los trastornos, de diversa magnitud,
que Žl puede ocasionar en la vida de una persona. La frustraci—n de un proyecto
de vida puede, en ciertos casos, crear un vac’o existencial como explicable
consecuencia de la perdida del sentido de la vida que concretaba y representaba
dicho proyecto. Este vac’o existencial, esta profunda desorientaci—n y grave
perturbaci—n en el quehacer vital
puede, en ciertas circunstancias y de acuerdo con la personalidad de la
persona, ser superado acogiŽndose ella a un proyecto sustituto que, si bien no
le restituye el sentido de vida perdido, le permite continuar su transcurso por
la vida[32].
En otras situaciones en
cambio, apelando siempre a la personalidad de la v’ctima, el da–o al proyecto
de vida origina devastadoras consecuencias desde que Žsta no puede superar el
vac’o existencial y encontrar un proyecto de vida sustitutorio y, m‡s bien,
ante la pŽrdida de la raz—n de ser de su existencia, busca huir de la realidad
refugi‡ndose en el alcohol o las drogas llegando, en casos l’mites, a eliminar
su vida.
En otras situaciones las
consecuencias del da–o al proyecto de vida carecen de la gravedad que comporta
su truncamiento o frustraci—n y, m‡s bien, ocasionan un menoscabo en su
realizaci—n. Es, por ejemplo, el de un abogado o ingeniero que pierden un brazo
u otros miembros o la visi—n. O el de una persona presa injustamente por varios
a–os, torturada, vejada, violada, para finalmente ser liberada por haber sido
absuelta, declar‡ndosele inocente de los cargos que se le imputaban. Si bien
ellos podr‡n continuar con la realizaci—n de su proyecto de vida, las
condiciones en que lo afronten no ser‡n las mismas que en el pasado, ya que se
ha afectado notoriamente su calidad de vida. Ellos, por lo general, se sentir‡n
ps’quicamente perturbados y f’sicamente disminuidos, afect‡ndose por esto la
realizaci—n de su proyecto de vida.
Puede suceder tambiŽn que,
a ra’z de una prisi—n injusta o u
prolongado secuestro, la persona no s—lo sufra un menoscabo en cuanto a
la ejecuci—n de su proyecto de vida sino, adem‡s, un retraso en su
cumplimiento. As’, si un sujeto estuvo indebidamente detenido por varios a–os,
al retornar en libertad su proyecto de vida se habr‡ retardado en su
realizaci—n. Un profesional habr‡ perdido gran parte de su clientela y, tal vez
desactualizado en cuanto a los avances de su disciplina mientras que, si se
trata de un estudiante, tendr‡ que recomenzar su carrera, poniŽndose al d’a y
licenci‡ndose varios a–os despuŽs de lo previsto
En cualquiera de las
situaciones antes anotadas, ya sean frustraci—n, menoscabo o retraso, se ha
causado un da–o objetivo, ostensible y grave en la vida de un ser humano, en el
cumplimiento de su destino. El Derecho - cuya finalidad es la protecci—n de la
persona para que, en cuanto ontol—gicamente libre pueda cumplir con su proyecto
de vida dentro del bien comœn - no puede desentenderse, como hasta hace poco,
de esta notoria situaci—n y, mientras se resarcen œnicamente los da–os con
consecuencias puramente patrimoniales, se abandona sin protecci—n a la persona
y sin reparar las consecuencias inmateriales causada nada menos que a su propia
vida. ÀTiene esto l—gica alguna? ÀNo es acaso la persona el bien supremo de la
sociedad y del Estado, el centro y el eje del Derecho? ÀSe llegar‡ a comprender
o reflexionar en profundidad sobre esta verdad y, por consiguiente, se decidir‡
proteger sin dudas ni titubeos, debida y ampliamente, al ser humano? ÀSe estar‡
encaminado el Derecho a su humanizaci—n?
A pesar que el Òda–o al
proyecto de vidaÓ es objetivo, visible a los sentidos - a diferencia del
llamado da–o ÒmoralÓ que es subjetivo - , su reparaci—n es tarea dif’cil por
varios razonables motivos. Uno de ellos se debe, sin duda, a la novedad de la
instituci—n y a la ausencia aœn de jurisprudencia orientadora en cuanto a la
fijaci—n de los montos de la indemnizaci—n correspondiente teniendo en cuenta
la magnitud de las consecuencias del da–o y las espec’ficas circunstancias del
caso. Para que una inŽdita instituci—n jur’dica se consolide debe pasar mucho
tiempo mientras se le conoce, estudia, debate y es acogida por la doctrina y la
jurisprudencia. No obstante, como est‡ dicho, la nueva figura, gracias a los
impresionantes avances de las comunicaciones, se est‡ difundiendo con asombrosa
rapidez.
Un motivo muy importante
para la pronta asimilaci—n del Òda–o al proyecto de vidaÓ se debe a que, para
su debida comprensi—n, el intŽrprete debe situarse en el escenario jur’dico
contempor‡neo donde, revolucionariamente, el sujeto de derecho de Òanimal
racionalÓ se presenta, gracias a los pensadores y fil—sofos, como un ser libertad, dotado de dignidad. Esta
nueva concepci—n del hombre reciŽn se est‡ difundiendo por los predios del
Derecho, siendo ella indispensable para comprender el vuelco que se ha
producido en nuestra disciplina en la segunda mitad del siglo XX. La
Declaraci—n Universal de los Derechos Humanos es el resultado tangible de la
nueva situaci—n en la que debemos situarnos los juristas. Es, as’, como la
libertad, la identidad y la dignidad ocupan el lugar de privilegio que antes
correspond’a al patrimonio, a la sagrada, absoluta e inviolable propiedad.
Ahora es el hombre el sagrado, poseedor de derechos naturales absolutos e
inviolables. El cambio es, pues, radical, lo que obliga a juristas, jueces y
operadores del Derecho a asumir esta nueva realidad y proceder a un cambio de
mentalidad. Y, por cierto, a no olvidar que la persona humana, como se ha
apuntado y aparec’a en el texto del art’culo 1¡ de la Constituci—n peruana de
1979, es el Òbien supremo del DerechoÓ a cuyo servicio se hallan la sociedad y
el Estado, dentro del bien comœn.
Otro motivo es, sin duda,
que por las razones anteriormente expuestas un sector de juristas y jueces no
se han percatado de los cambios producidos en el mundo en lo atinente a la
nueva estructura del ser humano y a la nueva visi—n del objeto de estudio y
finalidad del Derecho. Por todo ello, la gran mayor’a no ha estudiado aœn la
nueva figura, no han apreciado que es posible da–ar la libertad fenomŽnica, as’
como de la necesidad de reparar sus nefastas consecuencias en la vida de las
personas. Cuando la figura se difunda a travŽs de los a–os, se conozcan sus
alcances, los juristas se convenzan que es dable da–ar la libertad fenomŽnica o
Òproyecto de vidaÓ, tomen conciencia de la magnitud de sus consecuencias y
existan jueces capacitados y jurisprudencia suficiente, se podr‡ facilitar la
reparaci—n de las consecuencias del objetivo y visible Òda–o al proyecto de
vidaÓ. Adem‡s, ello tambiŽn se agilizar‡ cuando algunos sectores abandonen su
mentalidad individualista-patrimonialista y se abran a la comprensi—n que m‡s
importante es reparar el da–o al ser humano que resarcir las consecuencias de
un da–o al patrimonio.
Lo anteriormente, sin
embargo, no impide reconocer dos hechos macizos. El primero es que el criterio
y la tŽcnica empleada para reparar un da–o al complejo ser humano, dotado de
envoltura psicosom‡tica y libertad constitutiva, es diferente del que se viene
utilizando para resarcir un da–o al patrimonio. El segundo es que, a pesar del
escaso tiempo de existencia de la instituci—n del Òda–o al proyecto de vidaÓ ya
se cuenta con jurisprudencia orientadora, especialmente la de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, as’ como de cierta doctrina que acoge la
nov’sima figura[33].
En ella se podr‡ encontrar inspiraci—n y pautas para una adecuada reparaci—n de
la magnitud de las consecuencias del mencionado da–o a lo m‡s importante con lo
que cuenta el ser humano: la libertad que lo constituye y sustenta como tal.
Las dudas, titubeos,
exageraciones o subvaluaciones en lo concerniente a la reparaci—n de las
diversas consecuencias del Òda–o al proyecto de vidaÓ es lo que, necesaria y
normalmente ha de ocurrir, en este tiempo inicial en el que se aplica la figura
a la realidad de la vida. Ello sucedi—, como no pod’a ser de otra manera, con la reparaci—n de las consecuencias
de las diversas modalidades del Òda–o a la personaÓ en las dos œltimas dŽcadas
del siglo XX. As’ lo ha hecho notar, entre otros, Francesco D. Busnelli quien se refiere a la anarqu’a reinante en esta
materia en el mencionado per’odo, hasta que la jurisprudencia fue encontrando
criterios, par‡metros, referencias y soluciones en torno a la complicada
reparaci—n de los diferentes da–os a la persona.
Lo expresado no significa
ni la negaci—n de la existencia de un da–o a la libertad fenomŽnica o Òda–o al
proyecto de vidaÓ ni la imposibilidad de reparar sus consecuencias, sino
representa tan s—lo las explicables dificultades que encuentra toda nueva
instituci—n jur’dica en v’as de aplicaci—n jurisprudencial y desarrollo
doctrinario. As’ lo recoc’a Guido Alpa cuando, el
primero de mayo de 1987, en el pr—logo a su libro Il danno biol—gico. Percorso
de unÕ idea nos dice, refiriŽndose al naciente Òda–o a la personaÓ, que la
fatiga que pueda causar su interpretaci—n y el encontrar una uniformidad de
soluciones pr‡cticas Òno se deber‡ a la intr’nseca debilidad de su construcci—n
dogm‡tica, por dem‡s superada, ni a su superfluidad: ello se deber‡ s—lo al
hecho, dir’a natural, que las ideas nuevas, en la ciencia jur’dica, tienen un
camino fatigoso rodeado de cautelas y dudasÓ.
Lo certeramente escrito
por Alpa en 1987, trat‡ndose del Òda–o a la personaÓ
en su expresi—n de Òda–o biol—gicoÓ, es del todo aplicable al Òda–o al proyecto
de vidaÓ o da–o a la libertad fenomŽnica. Ninguna duda o titubeo sobre la
interpretaci—n de esta nov’sima instituci—n, nacida apenas dos decenios atr‡s y
divulgada de reciente, pueden negar su existencia, su realidad, su presencia en
la relaciones humanas y la necesidad de reparar sus graves consecuencias.
Debemos reconocer, sin
embargo, que no obstante que el Òda–o al proyecto de vidaÓ es objetivo, no
siempre es f‡cil percibirlo cuando dicho proyecto no es notorio, as’ como
tambiŽn resulta dificultoso precisar la magnitud de sus consecuencias en la
vida de una persona. Para lograr superar, hasta donde ello es posible, esta
dificultad se requiere de operadores del Derecho y, sobre todo, de jueces
conocedores de la instituci—n y sus implicancias, as’ como dotados de una fina
sensibilidad para captar las consecuencias de un da–o al centro y eje del
Derecho: al ser humano. A su creador, protagonista y destinatario.
[1] Don Carlos Fern‡ndez Sessarego
es uno de los m‡s importantes juristas y fil—sofos del derecho de LatinoamŽrica
y del mundo hisp‡nico. Su curriculum completo puede
verse en http://carlosfernandezsessarego.blogspot.com.ar/
(nota del editor)
[2] Sobre la tem‡tica de la libertad puede
consultarse del autor de este trabajo ÀEs
posible proteger jur’dicamente el proyecto de vida?, en la ÒRevista de
Responsabilidad Civil y SegurosÓ, Buenos Aires, n¡ 03, marzo del 2010; en ÒForo
Jur’dicoÓ, a–o IV, n¡ 84, Lima,
Pontificia Universidad Cat—lica del Perœ, 2008 yen ÒRevista Jur’dica del PerœÓ,
N| 84, Lima, febrero del 2008.
[3] Cfr. VILANOVA,
JosŽ M., Proyecto existencial y programa
de existencia, Buenos Aires, Astrea, 1974.
[4] FERNçNDEZ SESSAREGO, Carlos, El da–o a la Òlibertad fenomŽnica o Òda–o al
proyecto de vidaÓ, en ÒResponsabilidad CivilÓ, Buenos Aires,
Rubinzal-Culzoni, 2007; en ÒRevista de Responsabilidad Civil y SegurosÓ, a–o
XI, n¡ IX, Buenos Aires, ÒLa LeyÓ, setiembre del 2009: en traducci—n al italiano
en ÒLa Responsabilitˆ CivileÓ, a–o V, n¡ 6, Torino, UTET, junio del 1008 y en
ÒJUS Doctrina &Pr‡cticaÓ, n¡ 6, Lima, Grijley, junio del 2007 .
[5] MARêAS, Juli‡n, Mapa del mundo personal, Madrid, Alianza Editorial, 1993, p. 17.
[6] SARTRE, Jean Paul, El ser y la nada,
Tomo III. Buenos Aires, Editorial Ibero-Americana, 1949, p. 16.
[7] SARTRE, Jean Paul, El ser y la nada,
Tomo III, ob. cit., p. 76.
[8]
SARTRE, Jean Paul, El ser y la nada, tomo III, ob. cit., p.81.
[9] SARTRE, Jean Paul, El ser y la nada,
Tomo III, ob. cit., p. 18.
[10] ZUBIRI, Xavier, Naturaleza,
Historia, Dios, Buenos Aires, Editorial Poblet, 1948, p. 342.
[11] La primera edici—n de 1987 es publicada en Lima por la Editorial de la
Universidad de Lima.
[12] La tercera edici—n se debe a la editorial ARA, Lima,
2006.
[13] FERNçNDEZ SESSAREGO,
Carlos, El derecho como libertad, ob. cit., tercera edici—n, p. 115.
[14] HEIDEGGER, Mart’n, El ser y el tiempo,
MŽxico, traducci—n de JosŽ Gaos, Fondo de Cultura
Econ—mica 1951, p. 168.
[15] SARTRE, Jean Paul, El ser y la nada, ob. cit. tomo III, p. 76.
[16] JASPERS, Karl, La fe filos—fica,
Buenos Aires, Losada, 1968, p.60.
[17] MARêAS, Juli‡n, Introducci—n a la filosof’a, sexta edici—n, Madrid, Revista de
Occidente, 1960, p. 246.
[18] MARêAS, Juli‡n, Introducci—n a la filosof’a, ob. cit., p. 262.
[19] JASPERS, Karl, La fe filos—fica, ob. cit., p. 60.
[20] JASPERS, Karl, La fe filos—fica, ob.
cit., p.45.
[21] Cfr. FERNçNDEZ SESSAREGO, Carlos, ÀEs posible proteger jur’dicamente el
proyecto de vida?, ob. cit.
[22] MOUNIER, Emmanuel, El
personalismo, Buenos Aires, EUDEBA, 1992, p‡g.
42.
[23]
SARTRE, Jean Paul, El ser y la
nada, Tomo III, ob. cit., p. 24.
[24] MOUNIER, Emmanuel,
El personalismo, ob. cit., p. 36.
[25]
KIERKEGAARD, Sšren, El concepto de la angustia, Buenos Aires, Espasa Calpe Argentina,
segunda edici—n, 1943, p. 118.
[26]
SARTRE, Jean Paul, El ser y la
nada, ob. cit., tomo III, p. 82.
[27] VILANOVA, JosŽ M.,
Proyecto existencial y programa de
existencia, ob. cit., p.82.
[28] Conocemos el caso de dos inteligentes colegas
abogados, uno ya desaparecido, que creyeron que su vocaci—n profesional era la
de ser ingeniero. Ingresaron a la universidad donde se imparten dichos
conocimientos. No obstante, despuŽs de concluir su primer a–o de estudios,
abandonaron esta carrera al comprender que ser ingeniero no era su llamado
interior, su vocaci—n. Ambos cambiaron de universidad y, como est‡ dicho,
terminaron como muy competentes y reconocidos abogados. A nosotros, como lo
hemos narrado, nos sucedi— lo mismo, pero tuvimos la fortuna de darnos cuenta
del error que ’bamos a cometer pocos d’as antes del examen de ingreso a la
Universidad de Ingenier’a.
[29]
SARTRE, Jean Paul, El ser y la
nada, T. III, ob. cit., p‡g. 25.
[30]
SARTRE, Jean Paul, El ser y la
nada, ob. cit., Tomo III, p. 24.
[31] Cfr. FERNçNDEZ SESSAREGO, Carlos, ÀEs posible proteger jur’dicamente el
proyecto de vida?, ob. cit.
[33] Para
conocer parte de la doctrina y la jurisprudencia existente sobre el
reconocimiento y reparaci—n del Òda–o al proyecto de vidaÓ, puede consultarse
del autor de este trabajo los art’culos El
Òda–o al proyecto de vidaÓ en la doctrina y la jurisprudencia contempor‡neas, en
ÒRevista Jur’dica del PerœÓ, n¡ 100, Lima, junio del 2009 y Reconocimiento y reparaci—n del Òda–o al
proyecto de vida en el umbral del siglo XXI, en ÒTemas esenciales del
Derecho Laboral. Libro Homenaje al Dr. Santiago J. RubinsteinÓ, Buenos Aires,
EJ, 2009.