UNA MIRADA SOBRE LA CONSTRUCCION DE LA IDEA
DE NACION EN ARGENTINA
Sebastian Sancari (Argentina)
Menci—n, Categor’a Docentes,
Concurso Internacional ÒFICCIîN Y DERECHOÓ 2016
(Departamento de Ciencias Sociales, Facultad de Derecho, UBA)
1. Civilizaci—n
y Barbarie
El prop—sito de este trabajo es
revisar, desde el punto de vista socio-genŽtico, una cuesti—n latente desde los
albores de la construcci—n de nuestra identidad nacional: civilizaci—n y barbarie.
Una imagen que ha aparecido en el lenguaje pol’tico en momentos de
confrontaci—n pol’tica aguda y a travŽs de la cual se han presentado divisiones
sociales bajo la forma de antagonismos irreconciliables.[1]
El
concepto de civilizaci—n, en su versi—n francesa e inglesa, resume todo aquello
que la sociedad occidental de los œltimos tres siglos ha cre’do llevar de
ventaja a las sociedades anteriores o a las contempor‡neas "m‡s
primitivas";[2]
su apelaci—n responde a una necesidad primaria de dicha sociedad de
caracterizar aquello que expresa su peculiaridad y de lo que se siente
orgullosa: el grado alcanzado por su tŽcnica, sus modales, el desarrollo de sus
conocimientos cient’ficos, y su concepci—n del mundo.
En
el proceso de creaci—n del Estado moderno adquiere un nuevo significado el componente nacional. La naturaleza de
esta operaci—n constructiva de un Estado Nacional, o en otras palabras de
fusi—n de un Estado y una Naci—n, reside en la creaci—n de un ‡mbito dirigido a
la consecuci—n de determinados fines, que pasar‡n a llamarse en ese contexto
"nacionales". Entre ellos, ocupar‡ un lugar primordial la construcci—n de la ciudadan’a derivada de la nacionalidad entendida como un
estatus adscriptivo.
Debe
darse, entonces, un proceso de "reducci—n a la unidad", en tŽrminos
de Natalio Botana: "De un modo u otro, por la v’a de la coacci—n o
por medio del acuerdo, un determinado sector de poder, de los mœltiples
que actœan en un hipotŽtico espacio territorial, adquiere control imperativo
sobre el resto y lo reduce a ser parte de una unidad m‡s amplia. Este sector
es, por definici—n, supremo; no reconoce, en tŽrminos formales, una instancia
superior; constituye el centro respecto al cual se subordina el resto de los
sectores y recibe el nombre de poder pol’tico".[3]
Esta
unidad pol’tica a la que alude Botana, dentro del paradigma moderno, es el
Estado-Naci—n. Pues el proceso de gŽnesis estatal-nacional requiere de una
nueva forma de legitimaci—n del poder y de la construcci—n de nuevas
identidades. Esto ha sido puesto de
manifiesto por Habermas,[4]
al se–alar que tras la ruptura del Antiguo RŽgimen, y con la disoluci—n de los
—rdenes tradicionales de las primeras sociedades burguesas, los individuos se
emancipan en el marco de libertades ciudadanas abstractas. La masa de los
individuos as’ liberados se torna m—vil, no s—lo pol’ticamente como ciudadanos, sino econ—micamente como fuerza de trabajo, militarmente como obligados al servicio militar, y culturalmente sujetos a una educaci—n
escolar obligatoria.[5]
Al
modelo francŽs de naci—n concebida
como un contrato social voluntario, se le opuso la naci—n-esencia o concepci—n alemana de la naci—n, que tiene sus
ra’ces en el Romanticismo que se desarroll— en la Prusia Oriental de mitades
del siglo XVIII, en oposici—n al Iluminismo y al pensamiento racionalista y
enciclopŽdico que precedi— y continœo la Revoluci—n Francesa. Se trata de una
corriente de ideas originada en el movimiento pol’tico-literario conocido como Sturm und Drang (tormenta e ’mpetu) y que aglutin— a figuras como
Herder, Goethe, y Fichte.
El
distingo entre ambas visiones de naci—n es sumamente relevante, porque mientras
que la primera va emparentada con la noci—n universalista de civilizaci—n, la segunda va de la mano
del concepto de cultura, entendido
Žsta como el respeto y la preservaci—n del corpus
antropol—gico de un pueblo. En nuestra perspectiva anal’tica, la construcci—n ideol—gica de la
nacionalidad a travŽs del arte posee una honda relevancia social, institucional
y simb—lica. Tal es as’ que pueden recordarse magn’ficos ejemplos de involucramiento
pol’tico mediante la utilizaci—n de las categor’as civilizaci—n/barbarie, a
travŽs poes’as, cuentos y novelas de la literatura argentina. Veamos dos
ejemplos paradigm‡ticos: Sarmiento, y Borges.
En
su Facundo, Sarmiento utiliza la
noci—n de "civilizaci—n" vinculada a la "naci—n-contrato"
gestada en Francia e Inglaterra, poniendo el Žnfasis en los elementos que,
segœn Žl, deber’an caracterizar a la nacionalidad argentina y que deben ser
trasmitidos al pueblo mediante la educaci—n pœblica. Al respecto, es
interesante recordar la descripci—n que realiza de los patrones de conducta del
gaucho, quien parece encontrarse en el estado de naturaleza pensado por
Rousseau.[6]
"Es
preciso conocer al gaucho argentino y sus propensiones innatas, sus h‡bitos
inveterados. Si andando en la pampa le vais proponiendo darle una estancia con
ganados que lo hagan rico propietario; si corre en busca de la mŽdica de los
alrededores para que salve a su madre, a su esposa querida que deja agonizando,
y se atraviesa un avestruz por su paso, echar‡ a correr detr‡s de Žl, olvidando
la fortuna que le ofrecŽis, la esposa o la madre moribunda; y no es Žl solo el
que est‡ dominado de ese instinto; el caballo mismo relincha, sacude la cabeza
y tasca el freno por volar detr‡s del avestruzÓ.[7]
El
an‡lisis de Sarmiento aparece estructurado en dimensiones que oscilan entre la
naci—n real/ideal y la b‡rbara/civilizada, respectivamente, y en donde -al
igual que Alberdi en Bases- el
interŽs nacional va asociado al desarrollo de la civilizaci—n europea (no
espa–ola) en el territorio nacional. Facundo
(Quiroga), tal como es pincelado por Sarmiento, aparece como una representaci—n
del odio invencible e instintivo contra las leyes. Probablemente la
caracterizaci—n m‡s perenne de la "barbarie" que realiza el
sanjuanino estŽ contenida en la siguiente frase:
"De eso se trata, de ser o no ser salvaje. ÀRosas, segœn esto, no es un
hecho aislado, una aberraci—n, una monstruosidad? Es, por el contrario, una
manifestaci—n social; es una f—rmula de una manera de ser de un pueblo".[8]
La
ÒbarbarieÓ es presentada aqu’ como una entidad incompatible e irreconciliable
con la Òcivilizaci—nÓ. Con reminiscencias del Hamlet de Shakespeare, el esfuerzo intelectual de Sarmiento va
dirigido a cristalizar el pasaje desde el valor cultura, ligado a las costumbres y tradiciones populares, al de civilizaci—n europea y m‡s tarde, a
partir de su obra Viajes, a la
cultura norteamericana.[9]
Es aqu’ donde advertimos una de las grandes ra’ces ideol—gicas del proceso de
Òreducci—n a la unidadÓ argentino.
Ya
entrado el siglo XX, Jorge Luis Borges expresa su anti-peronismo a travŽs de la
remembranza del enfrentamiento del siglo anterior entre unitarios y federales.
Por ejemplo, en su Poema Conjetural
(1943) se refiere al destino sudamericano y, por ende, b‡rbaro, que le espera a
un caballero civilizado e ilustre: Francisco Laprida. A punto de ser asesinado
por los montoneros de Aldao en el a–o 1829, el
Laprida de Borges piensa antes de morir: Òzumban
las balas en la tarde œltima. Hay viento y hay cenizas en el viento, se
dispersan el d’a y la batalla deforme, y la victoria es de los otros. Vencen
los b‡rbaros, los guachos vencen. Yo, que estudiŽ las leyes y los c‡nones, yo,
Francisco Narciso de Laprida cuya voz declar— la independencia de estas crueles
provincias, derrotado de sangre y de sudor manchado el rostro, sin esperanza ni
temor, perdido, huyo hacia el Sur por arrabales œltimos.Ó Y sigue
reflexionando, en otro pasaje de este excepcional poema: Òyo que anhele ser otro, ser un hombre de sentencias, de libros, de
dict‡menes, a cielo abierto yacerŽ entre ciŽnagas; pero me endiosa el pecho
inexplicable un jœbilo secreto. Al fin me encuentro con mi destino
sudamericanoÉÓ
En
otra muestra de la expresi—n pol’tica a travŽs del arte literario, Borges se
refiere a la misma tem‡tica en su cuento El
Sur (1944) que narra nuevamente el encuentro entre civilizaci—n y barbarie.
Un personaje que proviene de la civilizaci—n y que es director de una
biblioteca municipal porte–a, Juan Dahlmann,
encuentra en un viaje al Sur su Òdestino sudamericanoÓ. Ya hay una imagen del
pasado rosista
y de su color distintivo, el rojo punz—, en las primeras impresiones de Dahlmann al caminar por la llanura: ÒEl almacŽn, alguna vez, hab’a sido punz—, pero los a–os
hab’an mitigado para su bien ese color violentoÉÓ Sin embargo, en el interior del almacŽn, Dahlmann encuentra la violencia de verse desafiado por un
gaucho a batirse en duelo a cuchillo. No puede rehusarse, a sabiendas que le
ir‡ la vida en ello, pero a la vez siente al salir a pelear esa extra–a alegr’a
que hab’a ya expresado Borges en su Laprida: la realizaci—n de su destino en la conjunci—n con la barbarie: ÒÉsinti—, al
atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y
acometiendo, hubiera sido una liberaci—n para Žl, una felicidad y una fiesta
(É) Dahlmann empu–a con firmeza el cuchillo, que
acaso no sabr‡ manejar, y sale a la llanuraÓ.
2.
La construcci—n Estatal-Nacional argentina
Es
cierto que la disyuntiva que nos presentan –a su turno- literariamente
Sarmiento y Borges, es bien ilustrativa de las tensiones que aun hoy nos
caracterizan como naci—n. En este punto, resulta muy convincente el an‡lisis
que Shumway [10]
efectœa sobre la manera en que la sociedad Argentina, desde los primeros d’as
de la Independencia, fue construida sobre una especie de Òfisura s’smicaÓ
–Òla grietaÓ, para algunos comentaristas contempor‡neos- representada en
la emergencia de ficciones orientadoras, tan excluyentes que Òparecer’a como si
la Argentina no fuera un pa’s, sino dos, ambos llenos de suspicacia hacia el
otro, pero destinados a compartir el mismo territorioÓ.[11]
Mediante
el concepto de ficciones orientadoras,
Shumway caracteriza a todas aquellas creaciones
destinadas a darles a los individuos un sentimiento de naci—n, comunidad,
identidad colectiva y un destino comœn nacional. Un modelo de naci—n, en
definitiva.
Teniendo
por objeto de estudio las ideas argentinas del siglo XIX (durante el lapso
comprendido entre 1808 y 1880) este
autor norteamericano ha encontrado que las ficciones orientadoras emergentes se
sustentaron en un sustrato ideol—gico comœn: la oposici—n entre civilizaci—n y barbarie, es decir, las tensiones entre una minor’a ÒliberalÓ e ilustrada,
inspirada en la Europa no espa–ola y en Estados Unidos, y los l’deres (caudillos)
representativos de las tradiciones populares y de las masas mestizas.
La
exposici—n de Shumway se podr’a resumir en 6 etapas:
I)
Comienza con el enfrentamiento entre Moreno –fuertemente influido por
Rousseau, a quien tradujo- y Saavedra en los mismos albores del proceso
independentista. Por un lado, el morenismo (no exento
de fuertes contradicciones) cuyos ejes axiol—gicos centrales son: -la
constituci—n de un gobierno representativo fuerte y unificado con base a Buenos
Aires, en su rol de l’der regional pero vuelta hacia Europa y desinteresada por
las necesidades econ—micas del Interior; -la negociaci—n vista como traici—n, y
el consenso como colaboraci—n con el enemigo; y, -una fuerte presencia del
Estado en la regulaci—n de la econom’a.
Por
el otro, los sectores ligados al Saavedrismo har‡n
hincapiŽ en la defensa de la autonom’a provincial, proyectando la necesidad de
un gobierno personalista centrado en un rey, dictador o caudillo; portador de
un interŽs paternalista por las clases bajas.
II)
Una vez fuera de escena Moreno, sus partidarios ser‡n los precursores del
partido unitario, impulsando el
surgimiento de un gobierno fuerte concentrado en Buenos Aires, y de mecanismos
institucionales ligados a una democracia procedimental controlada por la elite
ilustrada.
En
oposici—n a ellos, surgir‡ el partido federal,
gŽnesis del populismo. El Žnfasis estar‡ centrado en la necesidad de un
gobierno federal y la democracia sustantiva (radical) e inclusiva de indios,
mestizos y gauchos. Segœn estos sectores, la democracia no se termina en el
acto de votar, sino que tambiŽn incluye igual acceso a la educaci—n y una
equitativa distribuci—n de la tierra. Aqu’ Shumway
expone algunas ideas de Artigas y del precursor de la literatura gauchesca,
BartolomŽ Hidalgo, especialmente su identificaci—n del gaucho como el s’mbolo
genuino de la argentinidad.
III)
Coincide con el apogeo de Rivadavia, como representante de un grupo de unitarios
porte–os provenientes del morenismo: se mantiene el
proyecto de conformar el Paris de las
Pampas, pues hay una fuerte creencia de que la cultura debe ser importada
siguiendo el modelo civilizador Europeo. Con el auspicio de la Sociedad Literaria de Buenos Aires se
publica el diario Argos, en cuyas p‡ginas se plantea por primera vez expl’citamente el
conflicto civilizaci—n versus barbarie.
IV)
A la par de la llegada de Rosas al poder, surge la llamada Generaci—n del 37 (el joven Alberdi, Sarmiento, Echeverr’a, M‡rmol,
Mitre, CanŽ, entre otros), difundiendo sus ideas opositoras al rosismo en las p‡ginas de la revista La Moda. Siendo su lugar de reuni—n, el Sal—n Literario, luego clausurado por Rosas.
Las
deficiencias congŽnitas de la poblaci—n mediante la inmigraci—n europea pod’an
ser suplidas mediante la civilizaci—n importada del Norte, ya que los pueblos y
tradiciones aut—ctonas (espa–ola, india, africana) eran vistos como enemigas
del ÒprogresoÓ. La principal ficci—n orientadora era traer Europa al Cono Sur.
Es en Žste per’odo en donde Sarmiento escribe su principal cuerpo doctrinario,
entre cuyas obras se encuentra Facundo.
V)
Aqu’ Shumway destaca a BartolomŽ Mitre como el
principal creador de ficciones orientadoras, dado que considera que Galer’a
de celebridades argentinas publicada en 1857, marca el nacimiento de la
historia oficial y su pante—n de hŽroes nacionales: San Mart’n, Belgrano,
Lavalle, Guillermo Brown, Gregorio Funes, Rivadavia, JosŽ Manuel Garc’a,
Florencio Varela, Mariano Moreno. Mitre advierte que: ÒÉtenemos otro gŽnero de
celebridades (É) son los representantes de las tendencias dominadoras de la barbarie,
y sus acciones llevan el sello de la energ’a de los tiempos primitivosÓ.[12]
Para
Shumway, otra
importante ficci—n orientadora de Mitre indica que Mayo es la expresi—n de la
voluntad popular, tal como fue percibida por los dirigentes porte–os,
entendida por Mitre como una Òminor’a activa, inteligente y previsoraÓ, que
dirig’a con Òmano invisibleÓ la marcha decidida de todo el pueblo hacia
destinos desconocidos.[13]
Se–ala el autor norteamericano que a esta corriente se le opuso una tendencia
ideol—gica confusa, en ocasiones populista (en caudillos como Artigas y
GŸemes), reaccionaria (en el clero conservador y en Rosas), nativista (en la
gauchesca de BartolomŽ Hidalgo, y Hern‡ndez), o federalista y progresista (en
Urquiza y el œltimo Alberdi), que puede resumirse bajo el apelativo de
ÒnacionalismoÓ, para el que hay dos argentinas ocupando la misma ‡rea
geogr‡fica pero nunca el mismo escenario de poder. Una es locuaz y rica
y est‡ en Buenos Aires, la otra es callada y pobre, y est‡ en el Interior.
Otras ideas de este ÒnacionalismoÓ ser’an la defensa de la tradici—n espa–ola
y, en materia econ—mica, la oposici—n al endeudamiento externo y al libre
comercio irrestricto.
En
este contexto surgen manifestaciones que remiten al esencialismo herderiano en la
poes’a de Olegorio Andrade (en expresiones como
Òbrilla en su frente el sello prodigioso de la elecci—n de DiosÉ ÁEs mi patria!
Mi patria. Yo la veoÓ)[14]
y la poes’a de Hern‡ndez con su oposici—n al centralismo porte–o y su defensa
del gaucho (base de la sociedad agr’cola), al que la sociedad liberal lo ha
privado de todo menos de su historia.
Llegados
a este punto consideramos oportuno hacer algunas observaciones respecto del
esquema de Shumway. El se refiere a la Òinvenci—nÓ de
un Estado Nacional como Argentina, pero, sin embargo, no nos brinda mayores
precisiones conceptuales sobre lo que entiende por Estado, Naci—n, y
nacionalismo. Esto trae aparejado serias dificultades hermenŽuticas en cuanto a
la articulaci—n de las Òficciones orientadorasÓ con cada uno de estos
conceptos, de por s’ complejos y polisŽmicos, que deben ser precisados a la
hora de analizar procesos de este tipo.
En
el marco del ciclo de Òreducci—n a la unidadÓ al que se refiere Botana, el concepto de naci—n puede ser entendido
como una entidad ilusoria, ideol—gica, que es el reflejo en la mente de los
hombres de una determinada situaci—n de poder, y que conlleva el desarrollo de
un sentimiento nacional basado en la unidad de lengua, cultura y tradiciones.[15]
Como
quiera que esta idea se exprese (naci—n-contrato,
o naci—n-esencia),[16]
la creaci—n de este ÒsentimientoÓ nacional nos remite a la noci—n de nacionalismo moderno, que es una
ideolog’a unificadora deliberadamente elaborada para garantizar la cohesi—n del
pueblo dentro del Estado, compuesta por dos creencias centrales:
-La
creencia en la existencia de una naci—n culturalmente homogŽnea, unida por la
lengua, cultura y/o religi—n.
-La
creencia en que esta naci—n homogŽnea tiene el imperativo moral de rechazar
cualquier tipo de dominaci—n extranjera y de constituirse en naci—n soberana,
pues el œnico gobierno leg’timo es el
autogobierno nacional. [17]
La
distinci—n que Shumway realiza entre las ficciones
orientadoras vinculadas, ya sea a la tradici—n Òliberal argentinaÓ, o bien al
Ònacionalismo argentinoÓ, tienen un sustrato comœn: la existencia de dos tipos
de nacionalismos, pujando por dotar de contenido y llevar a cabo el ensamble
entre Estado y naci—n con su propio modelo participativo de integraci—n al
colectivo. As’ se puede comprender mejor cuando Shumway
se–ala la existencia de Òdos ArgentinasÓ ocupando el mismo espacio geogr‡fico
en pugna por obtener el espacio del poder.
Una
vez consolidado el Estado-Naci—n
(segœn la doctrina mayoritaria ello ocurri— en Argentina luego de 1880),[18]
el mismo opera como una entidad mitol—gica: la naci—n conlleva en s’ las
cualidades de tierra-madre, suscitando -especialmente en los momentos
comunitarios- sentimientos de amor tales como los que experimenta la madre de
forma natural. El Estado, a su vez, es de sustancia paterna. Dispone de la
autoridad absoluta e incondicional del padre-patriarca y se le debe obediencia
absoluta. Esta mitolog’a Òmatripatri—ticaÓ genera su
propia religi—n, que conlleva ceremonias de exaltaci—n de sus objetos sagrados
-bandera, monumento a pr—ceres, etc.-, y su culto de adoraci—n a la
madre-patria.[19]
El
an‡lisis de Shumway, m‡s all‡ de las observaciones
cr’ticas se–aladas, es muy œtil para comprender Òhasta quŽ punto la Argentina
moderna sigue en di‡logo con su pasado (É) como los fantasmas ret—ricos de
Moreno, Hidalgo, Rivadavia, Sarmiento, Alberdi, Mitre, Andrade y Hern‡ndez
siguen habitando el pa’sÓ.[20]
Trascendiendo
las dos concepciones cl‡sicas de la naci—n antes rese–adas (naci—n contractual
y naci—n cultural) es oportuno recordar con Hobsbawm
que esta "comunidad imaginada" que es la naci—n est‡ nuclearmente
formada por lazos y sentimientos de identidad colectiva pre-existentes a su
misma conformaci—n como Estado Nacional. Si bien la identificaci—n de estos
lazos "protonacionales" es compleja,
recordar el clivaje entre civilizaci—n
y barbarie remite a una dicotom’a latente desde los
albores de la construcci—n de nuestra identidad nacional.
3.
Los juegos de ÒSuma CeroÓ en la cultura pol’tica argentina
La
Argentina de las Òficciones orientadorasÓ irreconciliables expuestas por Shumway, que dieron lugar a guerras civiles prolongadas,
desavenencias irreconciliables y proyectos de naci—n excluyentes, ha
sobrevivido largamente el siglo XIX.
Especialmente
en segunda parte del siglo XX, la imposibilidad de generar consensos duraderos
en las reglas m’nimas del rŽgimen democr‡tico ha generado una inestabilidad
pol’tica que dio lugar a sucesivos gobiernos c’vico-militares; esta situaci—n
pendular bien podr’a subsumirse bajo la Žgida de la confrontaci—n entre peronismo vs. antiperonismo, que Shumway entiende como la versi—n contempor‡nea de la vieja
fricci—n entre Òliberalismo argentinoÓ vs. Ònacionalismo (populismo)
argentinoÓ.
La
permanencia de estas dicotom’as tambiŽn ha da–ado la construcci—n de una
cultura pol’tica que incorpore a la bœsqueda del consenso como uno de sus ejes
de funcionamiento principales. De acuerdo a Colombo y Palermo: ÒÉla
deslegitimaci—n o exclusi—n del otro sumada a la invocaci—n fuerte, dram‡tica,
a la unidad nacional, presupone un modo de construir el consenso: en tŽrminos
de identidad o subordinaci—n en lugar de reconocimiento rec’proco de
legitimidad (É) El radicalismo irigoyenista tendi— a
estructurarse en el unidimensional enfrentamiento de Ôla causa contra el
rŽgimenÕ. En el peronismo, la Uni—n Democr‡tica y el ÔBraden
o Per—nÕ dieron verisimilitud a las dicotom’as de la Žpoca (pueblo-antipueblo, naci—n-imperio, etc.) (É) Òcomo resultadoÉde
las orientaciones pol’tico culturales que nuestra dirigencia dispone, se
produce una suerte de dimisi—n voluntaria, por parte de la misma, a su propia
actividad especializada, que da cuenta de una enorme desconfianza de su
capacidad para mediar en el conflicto y crear consensos, para generar pol’ticas
pœblicas respaldadas y no s—lo acuerdos simb—licos. En este contexto, resulta
imposible otorgar a las pol’ticas pœblicas (É) de la base de sustentaci—n
suficiente como para que sean algo m‡s que ÔinocuasÕ Ò.[21]
Hay
una rama de la Ciencia Pol’tica contempor‡nea vinculada a visiones
economicistas de la democracia que, partiendo del individualismo metodol—gico y
del presupuesto utilitarista de la racionalidad de actores que buscan maximizar
sus beneficios, ha explicado –especialmente mediante la denominada teor’a de los juegos- situaciones de
Òirracionalidad colectivaÓ.[22]
Quien
mejor ha descripto la irracionalidad
colectiva generada por la contienda entre peronismo y antiperonismo ha sido Guillermo OÕDonnell
en su cŽlebre trabajo Modernizaci—n y
Autoritarismo, de 1972. Tomando los casos de Argentina y Brasil, analiza el
tr‡nsito -segœn su esquema te—rico- del Òpretorianismo de masasÓ a la
conformaci—n de un ÒEstado burocr‡tico autoritarioÓ. Ello sucede en nuestro
pa’s a partir de 1966, momento en el
cual la participaci—n pol’tica pretende ser encapsulada y los sectores
sociales representados pol’ticamente por organizaciones altamente
burocratizadas bajo estricta supervisaci—n
gubernamental.[23]
Inspirado en la teor’a del racional choice planteada por autores cl‡sicos en la materia
como Olson y Downs, OÕ Donnell se refiere a las situaciones de Òjuego imposibleÓ
que se dieron en el proceso pol’tico argentino luego de la ca’da de Per—n en
1955.
Partiendo
de la premisa de que las Òreglas de juegoÓ democr‡ticas recibieron por parte de
los sectores dominantes una adhesi—n limitada y condicionada al no advenimiento
de ningœn gobierno ÒinaceptableÓ, el proceso pol’tico pos-peronista es
descripto por OÕDonnell como una situaci—n de Òjuego
imposibleÓ o irracional, entre peronistas, por un lado, y
antiperonistas, por el otro. ÀCu‡les han sido las reglas de este juego, en el
que los militares han jugado el rol del referee
dispuesto a hacerlas cumplir?:[24]
I-
Se proh’be a los peronistas ganar
elecciones importantes (es decir, aquellas en las que se dispute la Presidencia
de la Naci—n y la gobernaci—n de las provincias m‡s pobladas)
II-
Si por cualquier raz—n los peronistas
ganan elecciones importantes, se les proh’be ocupar las posiciones
gubernamentales para las que han sido elegidos.
III-
Cualquier partido que ocupe la
presidencia debe adoptar las medidas necesarias para asegurar que los
peronistas no ganar‡n la pr—xima elecci—n importante. Si por cualquier raz—n
ese partido no cumpliere esa obligaci—n, ser‡ derrocado.
IV-
Cualquier partido menor, salvo que
expresamente lo autorice el referee, ser‡ considerado una ÒfachadaÓ del
peronismo, si forma coalici—n con Žste. En tal caso, se le aplicar‡n a aquŽl
todas las prohibiciones vigentes contra el peronismo.
ÀPorquŽ
sostiene OÕDonnell que este juego es imposible (o
irracional)?
Una
vez iniciado el juego los peronistas ganar‡n con seguridad, pero las reglas le
proh’ben hacerlo. Los otros partidos no pueden ganar si se quedan en el modo
antiperonista y la œnica coalici—n que para los peronistas tiene sentido formar
con ellos es para terminar el juego, dado que el cumplimiento -por parte del
partido ganador en las elecciones con los votos peronistas- de toda promesa que
afectase el funcionamiento de las reglas de juego provocar‡ el inmediato
derrocamiento por parte del referee.
Ninguno de los votantes tiene posibilidad de votar racionalmente y todos han
jugado un juego fœtil en el que nadie puede ganar. Consecuentemente -se–ala OÕDonnell- un jugador racional se torna ÒdeslealÓ (rechaza
el juego, o bien no tiene interŽs en su continuaci—n) e ÒirresponsableÓ (dado
que todo el mundo pierde, lo œnico
que puede tener sentido es asegurarse
ventajas en el corto plazo).[25]
Desde el punto
de vista axiol—gico este marco conceptual entra–a la existencia de dos
entidades cargadas de sentido contrapuesto: por un lado, la imagen del
ciudadano activo manifest‡ndose
democr‡tica y pac’ficamente en el ejercicio de su libertad de expresi—n -
imagen asociada con la perspectiva pluralista, democr‡tico-legal elitista de
participaci—n pol’tica-; por otro, la Òsociedad de masasÓ como fuente de
legitimidad pol’tica.
Como ha
ense–ado Kornhauser,[26]
existe una relaci—n directa entre la manipulaci—n pol’tica y el concepto de
ÒmasaÓ, puesto que en su misma definici—n, la sociedad de masas aparece como
una sociedad en la que las elites se hallan f‡cilmente ÒdisponiblesÓ a la
influencia de las no elites y Žstas est‡n f‡cilmente disponibles para su
movilizaci—n por parte de las elites. Lo que define a la masa, segœn Giner,[27]
no
es el nœmero sino su manipulabilidad o alta
propensi—n a ser movilizadas, incluso contra ellas mismas de ser
necesario. Para estos autores este modelo de integraci—n social conspira
gravemente contra dos de los pilares del ideal democr‡tico participativo: la
constituci—n de organizaciones intermedias y el establecimiento de lazos de
solidaridad y participaci—n a nivel local. Dicha carencia del componente
asociativo en la actividad participativa se relaciona con un Òmodo de
participaci—nÓ de los sectores populares de tipo ÒmovilizacionistaÓ,
basada en la conexi—n carism‡tica l’der-pueblo.[28]
A partir de la
irrupci—n del peronismo como movimiento de masas, la liturgia asociada a su
despliegue pol’tico le ha dado un sesgo indeleble a la cultura pol’tica
argentina, ensanchando notablemente los par‡metros de participaci—n ciudadana
hasta entonces establecidos. Desde diversas opciones epistemol—gicas, se ha
sostenido que el modelo populista de participaci—n qued— consagrado con el
peronismo, destinado por su l’der desde su misma gŽnesis al colectivo
identificado con los trabajadores, con
un sustrato participativo signado por una movilizaci—n de masas. En este
sentido, cabe recordar lo expresado por Gino Germani
que remite a la teor’a del caudillaje pol’tico de Schumpeter:
Òla aparici—n de la masa popular en la escena pol’tica y su reconocimiento para
la sociedad argentina pudieron haberse realizado por el camino de la educaci—n
democr‡tica y a travŽs de los medios de expresi—n que Žsta puede dar. Desde este punto de vista no hay duda de que
el camino emprendido por la clase obrera debe considerarse irracional: lo
racional hubiera sido el mŽtodo democr‡tico.Ó [29]
Parece claro
que
los tŽrminos de la distinci—n conceptual entre participaci—n y movilizaci—n
aplicados a la historia pol’tica argentina remiten al clivaje entre
racionalidad vs. irracionalidad, representada en la dicotom’a cultural y
pol’tica entre ciudadan’a/civilizaci—n y pueblo/barbarie.[30]
4.
Conclusiones
La
antinomia entre civilizaci—n y barbarie remite a otra significatividad m‡s abarcante y ordenadora: racionalidad
vs. irracionalidad. El otro, el opuesto, ser‡ visto siempre como
el irracional. En palabras de Feinmann: ÒÉson
muchos los te—ricos que habr‡n de inspirarse en (las) p‡ginas de Sarmiento (É)
Las muchedumbresÉhabr‡n de encontrar dos categor’as que explicar‡n para siempre
el sentido de sus actos: espontaneidad e irracionalismo. Si protestan, si se
agitan, lo har‡n por mero instinto, ciegamente, apenas por satisfacer sus
apetitos. Los caudillos, por su parte, vivir‡n ebrios por la omnipotencia del
poder, atentos a explotar en su beneficio los resentimientos de las masas (É)
Todo ser‡ v‡lido para esto: desde la destreza en el manejo del cuchillo o la
posesi—n del caballo m‡s codiciado, hasta la oratoria, las concesiones
oportunistas y el vŽrtigo de la propaganda.Ó[31]
Esta ficci—n ordenadora
posee un evidente sesgo elitista, a
partir de la vinculaci—n entre la racionalidad, la ciudadan’a y la democracia
con las propias posiciones pol’ticas. Bien advierte Held
que Òcuando los grupos dominantes o las Žlites pol’ticas intentan legitimar su
poder definiendo la idea de un bien ciudadano en tŽrminos de sus propias cualidades
hist—ricas y culturales, y la forma adecuada de justificaci—n pol’tica como la
que se adhiere a las reglas del discurso que han establecido, hay un riesgo
claro de marginar y silenciar a los dem‡sÓ.[32]
El œltimo Alberdi se refer’a a los hombres de
la elite ilustrada porte–a calific‡ndolos como Òcaudillos de frac.Ó;[33]
quiz‡s esta frase resuma la amalgama compleja[34]
que se ha dado entre ficciones orientadoras en oposici—n pero que
indudablemente poseen patrones de comportamiento en comœn.
Personajes
hist—ricos como Rosas, Sarmiento o Alberdi, han sido exponentes de
manifestaciones socio-pol’ticas y literarias (como la poes’a gauchesca
encarnada en el Mart’n Fierro, o el Facundo de Sarmiento) que expresaron
lenguajes y valores que nos han identificado como naci—n a lo largo de nuestra
historia, y su apelaci—n debe ser cuidadosamente contextualizada. Mejorar la
calidad democr‡tica tambiŽn significa la existencia de espacios para el
conocimiento, la reflexi—n y el debate de los sucesos y personajes que nos
precedieron, enmarcados en los conflictos, pr‡cticas e instituciones que los
atravesaron.
[1] SVAMPA, Maristella, El dilema
argentino; civilizaci—n o barbarie, Taurus, Buenos Aires, 2006, p. 10.
[2] ELIAS, Norbert, El proceso
de la civilizaci—n. Investigaciones sociogenŽticas y
psicogenŽticas, FCE, Buenos Aires, 1993, pp. 57 y ss.
[3] BOTANA,
Natalio R., El orden conservador,
Sudamericana, Buenos Aires, 1985, p. 26.
[4] HABERMAS, JŸrgen, Identidades
nacionales y posnacionales, Tecnos, Madrid, 1989.
[5] Quiz‡s el
caso m‡s representativo de este proceso sea el francŽs. Entre 1870 y 1914, se
encuentra el per’odo ‡lgido del nacionalismo Òetno-lingŸ’sticoÓ,
en donde los l’deres franceses se propusieron Òcrear Francia y francesesÓ por
toda el ‡rea del Estado francŽs, a travŽs de medidas institucionales y
culturales. El servicio militar universal, un sistema de educaci—n pœblica, la
inculcaci—n del esp’ritu de gloria y revancha contra Prusia, la conquista y la
asimilaci—n colonialista, fueron algunos de los factores que transformaron a
los Òcampesinos en francesesÓ. Cfr. WEBER, Eugen, Peasants into Frenchmen: the modernization of rural
France, 1870-1914. Stanford, 1976, pp. 114 y ss.
[6] VŽase en
especial: ROUSSEAU, Jean-Jacques, Sobre
el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, Alianza
Editorial, Madrid, pp. 209 y ss. Otro ilustre representante de la ÒGeneraci—n
del Ô37Ó, Juan Buatista ALBERDI, en Fragmento Preliminar al Estudio del Derecho
(1837) tambiŽn sostuvo la relaci—n entre el modelo de civilizaci—n de la
naci—n-contrato y la educaci—n pœblica argentina.
[7] SARMIENTO,
Domingo, F., Facundo, Losada, 1994, p. 254.
[8] Idem, p. 49. Otro ejemplo de descripci—n de la ÒbarbarieÓ rosista lo
encontramos en la novela Amalia de
JosŽ MARMOL (1851).
[9] En Viajes en Europa, çfrica y AmŽrica:
1845-1847, Sarmiento utilizar‡ el ejemplo norteamericano para distinguir
entre los conceptos de civilidad y civilizaci—n, reservando el primero para la
elegancia, cultura y costumbres de los pueblos, y el segundo –inspirado
en Estados Unidos- a la aptitud que posee un pueblo para apropiarse,
generalizar, conservar y perfeccionar los adelantos tecnol—gicos disponibles.
En: Obras de Sarmiento, T. V,
Imprenta Gutenberg, Santiago de Chile, 1886, Voz: ÒEstados UnidosÓ.
[10] SHUMWAY,
Nicol‡s, La invenci—n de la Argentina.
Historia de una idea, EmecŽ, Buenos Aires, 2005.
[11] Idem, p. 63.
[12] Idem, p. 210.
[13] Idem, p. 214.
[14] Idem, p. 261.
[15] ROSSOLILLO,
Francesco: Voz ÒNaci—nÓ. En: BOBBIO, Norberto; MATTEUCI, Nicola; y PASQUINO,
Gianfranco, Diccionario de Pol’tica,
Siglo XXI, MŽxico, 1983; pp. 1024 y 1025.
[16] Como la naci—n es la ideolog’a de un
Estado, debe adaptarse a las exigencias cambiantes de la raz—n de Estado.
ÒPor eso, cuando Alsacia era objeto de disputa entre Francia y Alemania, la
naci—n era para los franceses el grupo de aquellos que Òquer’an vivir juntosÓ,
mientras los alemanes la defin’an por la comunidad de lenguas y costumbresÓ. Cfr.
ROSOLILLO, ob. cit., p. 1025.
[17] Utilizamos
el tŽrmino ÒcreenciaÓ en el sentido Orteguiano. En su trabajo Historia como sistema (O.C. Ed. Revista
de Occidente, Madrid, 1958 t. VI, p. 18), luego de definir a la creencia como
aquel repertorio de convicciones de un individuo, de un pueblo o de una Žpoca;
Ortega y Gasset introduce la distinci—n entre ideas y creencias: "pensamos
en lo que nos es m‡s o menos cuesti—n. Por eso decimos que tenemos estas o las
otras ideas; pero nuestras creencias, m‡s que tenerlas, las somos". Para
el autor, el elemento decisivo es que, cualquiera sea la creencia de cada uno, las personas que viven en una comunidad se
encuentran ante una vigencia social o estado de fe establecida colectivamente:
"la idea de Naci—n, a diferencia de otras sociedades, lleva consigo una fe
en la potencialidad del cuerpo colectivo que hace a sus miembros esperar de Žl
grandes cosas. Pero la fe en esas posibilidades no se nutre de lo que en la
naci—n est‡ a la vista, sino de presuntas riquezas escondidas en los invisibles
senos nacionales". (ORTEGA y GASSET, JosŽ, Europa y la idea de naci—n, Revista de Occidente, Alianza, Madrid,
1985, pp. 60 y 61). TambiŽn: KEDOURIE, Elie, Nacionalismo, Centro de Estudios
Constitucionales, Madrid, 1988, pp.54 y ss.
[18] La naci—n
es una de las m‡s persistentes creencias en el campo de la pol’tica y de la
cultura, que se construye en la mente y conciencia de los habitantes a travŽs
de las decisiones del poder pol’tico mediante un conjunto de leyes b‡sicas
inmersas en s’mbolos y en conmemoraciones. Cfr. BOTANA, Natalio, El siglo de la libertad y el miedo, Sudamericana,
Buenos Aires, 1998 pp. 100 y ss. Este proceso mencionado por Botana
efectivamente se produjo en nuestro pa’s. En Argentina la nacionalidad fue
creada mediante una serie de leyes, entre las que se destacan la Ley 1420 de Educaci—n comœn (1884), que
unifica -bajo la impronta de Sarmiento- la ense–anza elemental en todo el
territorio, poniendo especial Žnfasis en la historia nacional
"oficial" y el idioma nacional (œnico); la Ley 2737 de subvenci—n a las Provincias para la educaci—n primaria
(1890); la Ley 4031 de Organizaci—n
del EjŽrcito (1901), que establece el servicio militar obligatorio; y la Ley 4874 de Escuelas nacionales en las
Provincias (1905).
[19] MORIN,
Edgar, ÒEl Estado Naci—nÓ. En: DELANNOI, Gil; y TAGUIEFF, Pierre AndrŽ
(Compiladores), Teor’as del Nacionalismo,
Paid—s, Buenos Aires, 1993, p. 455. En Argentina, como vimos, Mitre fue el
precursor de la historia oficial con su Galer’a
de Celebridades Argentinas.
[20] SHUMWAY, Ob. Cit., p. 319.
[21] COLOMBO, Ariel H.; y PALERMO, Vicente, Participaci—n pol’tica y pluralismo en la
Argentina contempor‡nea, Centro Editor de AmŽrica Latina S.A., Buenos
Aires, 1985, p. 123. A partir del a–o 2003, la confrontaci—n parece darse entre
Òkirchnerismo y anti-kirchnerismoÓ.
[22] Como material cl‡sico de consulta: DOWNS, Anthony, An economic theory of democracy. Harper Collins
Publishers, 1957. Y: OLSON, Mancur: The logic of collective action. Public goods and the theory of groups. Harvard University
Press, 1965. Para una visi—n
general de esta perspectiva, y sus aplicaciones al proceso pol’tico argentino,
aparte del an‡lisis de OÕ Donnell al que nos
referimos en este apartado, ver: ACU„A, Carlos H: ÒAlgunas notas sobre los
juegos, las gallinas y la l—gica pol’tica de los pactos constitucionales
(reflexiones a partir del pacto constitucional en Argentina)Ó. En: ACU„A (compilador),
La nueva matriz pol’tica argentina,
Nueva Visi—n, 1995. TambiŽn: LODOLA, Germ‡n: ÒTeor’a de los juegos: enfoques y
aplicacionesÓ. En: KVATERNIK, Eugenio (compilador), Elementos para el an‡lisis pol’tico. La Argentina y el cono sur en los Õ90,
Paid—s, Ediciones Universidad del Salvador, 1998.
[23] OÕDONNELL,
Guillermo, Modernizaci—n y Autoritarismo,
Paid—s, Buenos Aires, 1972, p. 102.
[24] Idem, pp. 180 y ss.
[25] Idem, p‡g. 196.
[26] KORNHAUSER, William, Aspectos pol’ticos de
la sociedad de masas, Amorrortu, Buenos Aires, 1969.
[27] GINER,
Salvador, La sociedad masa,
Pen’nsula, Barcelona, 1979.
[28] DI TELLA,
Torcuato, Sociolog’a de los procesos
pol’ticos. De la movilizaci—n social a la organizaci—n pol’tica, El Ateneo,
Buenos Aires, 2011, p. 167.
[29] Citado y
destacado en: DE IPOLA, Emilio, Investigaciones
pol’ticas, Nueva Visi—n, Buenos Aires, 1988, p. 45. All’ hay un acabado
panorama de las diversas perspectivas sobre el significado del peronismo en el
sistema pol’tico argentino.
[30] FEINMANN,
JosŽ Pablo, Filosof’a y Naci—n, Legasa, Buenos Aires, p. 136.
[31] Idem, p. 142. Dicho autor se refiere a la racionalidad como expresi—n de la raz—n universalizadora occidental. En su comentario sobre el
significado del 17 de Octubre de 1945, Ezequiel Mart’nez Estrada se–al—: ÒY
aquellos siniestros demonios de la llanura que Sarmiento describi— en su Facundo, no hab’an perecido. Est‡n vivos
y aplicados a la misma tarea pero bajo techo, en empresas much’simo mayores que
la de Rosas (É). Sentimos escalofr’os viŽndolos desfilar en una verdadera horda silenciosa con carteles
que amenazaban con tomarse una revancha terrible.Ó Citado por SVAMPA, op. cit., p. 322.
[32] HELD,
David, Modelos de democracia,
Alianza, Madrid., p. 350.
[33] Recordemos
que Alberdi breg— por encontrar alguna f—rmula superadora de la antinomia
unitarios/federales para proceder a la organizaci—n nacional.
[34] Alfonsina
Storni incorpora poŽticamente a los pueblos originarios en la amalgama
nacional. Cuando piensa a Buenos Aires como una gran cabeza que Òen sus dos
ojos, mosaicos de colores, se reflejan las cœpulas y las luces de ciudades
europeas. Bajo sus pies, todav’a est‡n calientes las huellas de los viejos
querand’es de boleadoras y flechasÉÓ STORNI, Alfonsina, Antolog’a PoŽtica, Espasa Calpe, Buenos Aires, 1946, pp. 71 a 73.