CINE-ESTRENO.
BUENOS
AIRES, 14 DE NOVIEMBRE DE 2002
por
Fernando Casais-Zelis
Salí caminando, como cualquier otro día,
de uno de los shopping más grandes de la zona oeste. La brisa refrescaba mi
cara en esa fabulosa tarde de noviembre, en la que el calor nos agobiaba. Era
como cualquier otro día, es cierto, pero sin embargo mi cabeza no estaba como
siempre. Su actividad era incesante. Y, a decir verdad, no era para menos. Salía
del cine, de ver una película a la que calificar de EXCELENTE es ser mezquino.
BRILLANTE, habría que decir, pero esa palabra no la tenemos en nuestro
vocabulario de calificaciones de espectáculos. Reconozco que me apasionan los
filmes que hacen que durante mucho tiempo no pueda hablar de otra cosa, ni dejar
de pensar y repensar las diversas situaciones allí expuestas. Esas historias
que, como les contaba arriba, hacen que mi cerebro trabaje como pocas veces. Y
en eso tiene muchísimo que ver el director; perdón, en este caso debo escribir
el Sr. Director (y en mayúsculas, claro). En realidad, todas sus películas
provocan el mismo efecto en las personas. Nos sacuden cuando pensamos que la
vida marcha sobre rieles. Nos despiertan, en esos momentos en que vemos los
problemas ajenos como naturales, manteniéndonos indiferentes. Es como si
nuestro viaje llamado vida se desarrollara a bordo de un avión y entonces,
ellas nos provocan una de las turbulencias más difíciles de atravesar. Nos
devuelven nuestra capacidad de asombro, de emoción, de ilusión, de esperanza,
de... tantas cosas! Nos humanizan y nos compromete con la vida misma. Con
nuestros pares, con todos esos seres que coexisten con nosotros. De ahí su
genialidad. En realidad, a lo mejor peco de soberbio al pretender saber que a
todos les provoca lo mismo, pero lo pienso realmente. De todas formas creo que
la prudencia es importante, así que limitaré
el comentario a mi persona. A mí, sus obras de arte me provocan todo eso. Y se
lo agradezco. ¿De quién se trata? Paciencia. A su tiempo lo sabrá... y si está
apurado en saber, HABLE CON ELLA.
Retomando mi comentario inicial... En ese
pensar permanente en el que me sentía sumergido, también (por supuesto) estaba
presente en cómo hacer para transmitirle a ustedes, que tanto respeto, todo lo
que ese film me provocó. Como primer punto, me planteaba no abundar en elogios
porque normalmente crean tantas expectativas en los lectores, que cuando van a
ver la película terminan desilusionados. Más bien debería desarrollar sus
defectos y las diversas críticas, así logro el efecto contrario. Creo no
haberlo logrado. Como segundo punto, analizaba desde dónde encarar la historia,
teniendo en cuenta que por ser una revista predominantemente jurídica el
Derecho debía estar presente. Si lo conseguí o no, al terminar el artículo,
ustedes podrán evaluarlo. Como tercer ítem, uno de los puntos más importantes
en mis artículos (o, al menos, una de las cuestiones a las que yo más tiempo
les dedico) como es el título. ¿Cómo sintetizar en una frase todo lo que
quiero transmitir? Y esa respuesta, si bien la busco incansablemente, por lo
general surge de manera espontánea, y cuando es así normalmente digo:
ése es. Afortunadamente suele ocurrir así.
Caminando por una estación de la línea
del tren Sarmiento, mientras esperaba para volver a mi hogar, me distraje
leyendo la pared, casi saturada de frases escritas. Una de ellas, no puedo
explicar por qué, me llamó la atención. Y casualmente, o mejor dicho,
causalmente, ese conjunto de palabras extraídas de una famosa canción, me
proporcionó el título de este artículo:
(¿Quién
dijo que todo está perdido?)
Hace trece meses salía el primer número de la revista Persona, a la que tengo el gusto de pertenecer y la que me dio la posibilidad de estar comunicándome en este momento con personas de todas las nacionalidades, con diferentes religiones, y distintos idiomas. Y en aquél noviembre de 2001, para inaugurar la sección, había decidido comentar una película que me había impactado, la que era de uno de los directores que trece meses después, sería mi preferido. El mismo que dirigió Hable con ella, la que hoy inspira este humilde comentario. Recuerdo perfectamente aquél primer número; todos teníamos muchas expectativas y soñábamos...
“El solar de la Abadía. Ultimas horas del día,
primeras de la noche. Una noche intensa. El viento soplaba con gran velocidad y
nos susurraba al oído cuánto más intensa sería la película que compartiríamos.
Una película que nadie debe dejar de ver. Mucha gente se disponía a vivirla;
muchos seguidores de Almodóvar vaticinaban un film impactante. Fuerte... En
cambio, para mí, la presentación de este excelente director nacido en nuestra
madre patria. Allí, en el viejo continente, donde precisamente se desarrolla la
historia. Una increíble trama que no da respiro. En la que nadie puede decir
que cada detalle no es más que parte de un engranaje, de una historia en la que
cada situación tiene una causa. Probablemente, sea necesario (o conveniente)
verla más de una vez para descubrir los por qué de cada línea del guión,
también obra de Almodóvar. No tiene desperdicios. Un film que logró vencer a
la frivolidad y bucear en los siete octavos sumergidos del iceberg, pero
-esta vez-, de la vida. Vida inseparable del derecho o, mejor dicho,
derecho inseparable de la vida, al menos como principio vector, muchas veces
ideal. ¿Qué es el Derecho sino la vida misma?
“Son muchos los kilómetros que nos separan de
Madrid y Barcelona..., lugares tan comunes en la historia. Pero no precisamos
tomar un avión para percibir el estrecho lazo que une a la película con la
vida, a la ficción con la realidad... ¡tan española como argentina!
“Ya la gente está ingresando a la sala.
Se acomoda y las ansias nos invaden a todos. Como quien espera la hora en que
sabe que comenzará a disfrutar de un buen momento. Están todos listos. Yo
también. Estamos preparados para transitar las más diversas problemáticas
sociales que nos sorprende ver a todas juntas, en una misma película. ¿Pero no
es acaso así la vida? ¿O todo sucede por separado en la realidad?
“Se apagan las luces. Es la última oportunidad
para subir al tranvía. Un tranvía al que podríamos llamar ´deseo´, en el
que viajaremos con una guía turística de lujo: Cecilia Roth...”
Así comenzaba el artículo, en aquel entonces, y Pedro Almodóvar se
lanzaba a acompañarnos en aquél tren virtual. También nos guiará en
Hable con ella, su último éxito que ya cosechó los más diversos
elogios de los especialistas en espectáculos.
Foto
de Benigno (izq.) con Marco (derecha) al principio del film cuando aún no se
conocía.
Durante
los 110 minutos que dura este film apto para mayores de 16 años, el estilo
Almodóvar esta marcadamente presente. Como él suele hacer, cuenta las
historias de manera desordenada, es decir, alterando el orden temporal de las
mismas. Por ejemplo, comienza mostrando el final de una conversación en un
momento y expone toda la parte previa (hasta llegar a la situación anterior), más
adelante. También son características las frases como “6 meses después” o
“tres semanas después”. Y además parte de un supuesto que es uno de los
puntos clave de sus obras: que quien está disfrutando del film es una persona
inteligente, a la que no es necesario darle todos los contenidos, todas las
respuestas. Más bien se preocupa en plantear “preguntas” interesantes,
situaciones conflictivas, en las que cada uno es libre de pensar y
auto-responderse lo que quiera. Esa es la clave del guión que él mismo
escribe.
La música,
en este caso realizada por Alberto Iglesias, no tiene desperdicios. Da el acompañamiento
perfecto y los intérpretes de sus complejos personajes terminan de cerrar el círculo,
de pintar el cuadro: Darío Grandinetti, Javier Cámara, Leonor Watling y
Rosario Flores.
Como de
costumbre, no les voy a contar la película, dado que descuento que todos los
que tengan oportunidad irán a disfrutarla al cine (si es que aún no fueron,
porque en el caso de la Argentina, es la tercera más vista del mes de noviembre
al cierre de esta edición). Simplemente les diré que cuenta varias historias
que van a cruzarse. Un joven enfermero gay (Benigno) vive para cuidar a
una paciente que se encuentra en un coma profundo desde hace varios años. El se
auto-construye de esa manera. Vive, a través de la vida de esa hermosa mujer a
la que vio por primera vez una semana antes de que tuviera el accidente que la
dejaría así, sin saber que la segunda vez que estuviera con ella, ya sería de
esa manera. Por otra parte, él se relacionará con el personaje del actor
argentino que es un periodista que cuida a una mujer (torera) con la que tiene
un romance y que también se encuentra en coma por el ataque de un toro en plena
corrida. Las diferencias se percibirán de inmediato: el enfermero le habla a su
“paciente-amiga-enamorada-¿cómo llamarla?”, le lee libros, le hace
preguntas (y cree escuchar respuestas), le dedica su tiempo, sus energías, le
brinda todo su amor. Porque ésta es una película en la que se ven diferentes
tipos de amor. También hay amor, pero distinto, entre el periodista (Marco) y
la mujer torera en coma. Él no le habla, ni siquiera la toca, siente rechazo,
desconoce su cuerpo, pero concreta todo lo que no se anima a hacer por medio de
los sueños que tiene con ella, mientras está en el hospital, y gracias a su
imaginación. También, sin duda, es amor lo que surgirá entre Marco y Benigno.
Amor fraternal, de amigos; esas amistades que surgen de lo difícil, asegurando
que los tiempos fáciles (si llegan, no es este el caso) serán plenos, teniendo
como antecedente saber que en las malas el vínculo estuvo firme. Su relación,
mientras cada uno cuida a “su” mujer permitirá conocer sus vidas, desarrollándose
una serie de imprevistos típicos de Almodóvar.
Pero
cada uno de ellos la cuida en circunstancias distintas: el enfermero, cuya vida
se desarrolló en la más absoluta soledad, encuentra en su trabajo una razón
para vivir. Pero la obsesión estará presente y su falta de atención personal
terminará trágicamente. En cambio, para el periodista ella es una mujer más,
y la cuida hasta que se entera que fue engañado tiempo atrás. Pero la característica
común es que ofrecen sus corazones incondicionalmente.
Para
sumergirnos en lo jurídico estrictamente, me gustaría analizar a la mujer que
se encontraba en coma desde hacía varios años. Y hacer el análisis desde la
postura sostenida por Luis Jiménez de Asúa en un ensayo sobre Eutanasia y
homicidio por piedad. La situación sería la siguiente: esa mujer desde
hace cuatro años se encuentra en estado de coma. Su cerebro sólo puede hacer
que se cumplan las funciones básicas, pero no puede sentir, no puede pensar, ni
imaginar, no puede hacer nada... Está como dormida permanentemente y los médicos
parten (como principio general) de que el estado es irreversible. Se plantea,
entonces, la cuestión de qué hacer con ella.
El
ordenamiento jurídico argentino establece las condiciones que deben darse para
considerar que una persona está muerta. La ley 24.193 (Ley de Transplante de
Órganos y Materiales Anatómicos), art. 23: “El fallecimiento de una
persona se considerará tal cuando se verifiquen de modo acumulativo los
siguientes signos, que deberán persistir ininterrumpidamente seis (6) horas
después de su constatación conjunta:
a) Ausencia irreversible de respuesta cerebral, con pérdida absoluta de
conciencia;
b) Ausencia de respiración espontánea;
c) Ausencia de reflejos cefálicos y constatación de pupilas fijas no
reactivas;
d) Inactividad encefálica corroborada por medios técnicos y/o
instrumentales adecuados a las diversas situaciones clínicas, cuya nómina será
periódicamente actualizada por el Ministerio de Salud y Acción Social con el
asesoramiento del Instituto Nacional Central Unico Coordinador de Ablación e
Implante (INCUCAI).
La verificación de los signos referidos en el inciso d) no será
necesaria en caso de paro cardiorrespiratorio total e irreversible.”
Por lo
tanto, si se dan los signos exigidos, hay muerte y no hay discusión posible, al
menos en términos de derecho positivo.
En
cambio, la situación es otra si no se dan las características exigidas. Luis
Jiménez de Asúa, en la primera parte del ensayo, da una definición y una
clasificación de la eutanasia que me interesaría compartir con ustedes. La
palabra fue creada por Francis Bacon (siglo XVII) y está compuesta de dos voces
griegas que significan “proceso de muerte buena”. Luis Jiménez de Asúa lo
define en sentido propio y estricto: “...es la buena muerte que otro procura a
una persona que padece una enfermedad incurable o muy penosa y la que tiende a
truncar la agonía demasiado cruel o prolongada. A esta finalidad fundamental
puede añadirse un objetivo eugenésico y seleccionador, como el de las antiguas
muertes de niños deformes y el de las modernas prácticas propuestas para
eliminar del mundo a los idiotas y locos irremisibles [...] consiste tan sólo
en la muerte tranquila y sin dolor, con fines libertadores de padecimientos
intolerables y sin remedio, a petición del sujeto, o con objetivo eliminador de
seres desprovistos de valor vital, que importa a la vez un resultado económico,
previo diagnóstico y ejecución oficiales.”
Por lo tanto se desprenden algunos
elementos que componen la definición:
Þ
Es
una muerte buena, sin dolor, aplicada previo diagnóstico y ejecutada
oficialmente.
Þ
Se
le aplica a otra persona que padece una enfermedad incurable o muy penosa.
Þ
Se
ejecuta: a) por solicitud previa; b) con fines eliminadores de seres sin
“valor” vital.
Þ
Importa,
a la vez, un resultado económico.
El
jurista español clasifica a la eutanasia en tres clases y destaca tres grupos
de hombres:
ü
Un
grupo, son los que padecen alguna enfermedad o herida y buscan el medio para
lograr liberarse de sus sufrimientos, pudiendo manifestar su voluntad de
cualquier forma, en estado de plena conciencia. Para este grupo, el tipo de
eutanasia aplicada es la libertadora, porque por iniciativa de quien padece los
sufrimientos se pone fin a la situación mediante el fin de la existencia (la
muerte).
ü
Otro
grupo es el compuesto por los “idiotas y dementes incurables a los que no
amenaza la muerte en un breve plazo.” Jiménez de Asúa no ve diferencia (a
los efectos de aplicarla) entre los seres que nacieron en esas condiciones y los
que llegaron a ser así durante su vida. Podríamos hablar de originaria o
sobreviniente (la terminología no es del autor del ensayo). La principal
diferencia con la eutanasia libertadora es que en ésta a quien se le aplica, es
a una persona cuya existencia carecería de todo “valor”. Pero no se
presenta como una situación insoportable a ellos sino a sus familiares y a la
sociedad, a quienes su muerte no provocaría ningún pesar. Por otra parte,
considera a estas personas como no-valores humanos absolutos, en quienes varios
profesionales pierden su tiempo intentando prolongar su existencia. Por eso se
dice que esa muerte es eliminadora y económica: se busca un fin principal que
es la eugenesia y la selección.
ü
Finalmente,
en esta tercera categoría el autor pone la mirada sobre seres espiritualmente
sanos que por un hecho pierden el conocimiento y que al salir de ese estado (si
lo logran) caerán en una situación miserable, donde prevalecerá la
desesperación, llegando irremediablemente al destino común que es la muerte.
Para este grupo, la muerte es eliminadora (porque tiende a la selección) y
libertadora (aplicada para que los accidentados no experimenten, al recobrar el
sentido, padecimientos y dolores).
Aplicado al caso particular, la bailarina
accidentada que devino en objeto vital para el enfermero, pareciera no encajar
en ninguno de los tres grupos, pero sí está bastante cerca del tercero de
ellos. Es una persona sana que perdió el conocimiento (en este caso por un
accidente que la dejó en estado de coma) y que no puede prestar consentimiento,
por lo que otro decidirá por ella. En este caso, Jiménez de Asúa vería una
muerte eliminadora y libertadora.
Para cerrar el artículo, emitiré
sucintamente mi opinión al respecto. No comparto la postura del prestigioso Jiménez
de Asúa, dado que considero que sólo se debería poder aplicar la eutanasia en
los siguientes casos:
ü
La
propia persona lo pide, estando en condiciones psico-físicas de hacerlo, porque
no puede quitarse la vida por sí misma.
ü
La
propia persona manifestó su voluntad por medio de una declaración vital de
voluntad.
ü
Otra
persona decide por el sujeto, dado que éste con anterioridad le emitió un
poder para tomar decisiones vitales.
ü
Una
persona cercana afectivamente, lo decide por conocer y probar que el sujeto quería
que se le provocara la muerte en un caso como el examinado.
Más allá de todas las discusiones que
pueden acarrear temas tan complicados como éstos (que he desarrollado en
algunos trabajos de investigación), mi intención no es hoy pasar de los términos
generales, mostrando el marco de esa hermosa pintura, de esa bellísima obra de
arte, realizada por un genio que se supera día a día.