CUERPO Y ALMA:

ASPECTOS DE LA MISMA ESENCIA

(O LA HETEROCONSTRUCCIÓN AL SERVICIO DE LA DESTRUCCIÓN DE PROYECTOS DE VIDA)

por Fernando Casais-Zelis

Amigos… Hace un año publicaba un artículo en esta revista, titulado El diagnóstico de las apariencias, el que  comenzaba de una manera que creo que vale la pena recordar: A pesar de mi corta experiencia en esta vida, creo estar en condiciones de afirmar que es poca la gente que disfruta de ver en la pantalla de televisión o en el cine, lo peor de la especie humana, representado por artistas en un programa o en un film. Hay que tener mucha valentía para reconocer que esos personajes se parecen mucho a nosotros, cuando dejan ver nuestras miserias. Las que todos tenemos, en diferentes medidas. Muchos prefieren negarlo. Pero nunca hay que subestimar el poder de la negación, diría Ricky Fitts, el personaje que encarna Wes Bentley en la película que esta vez me motiva, como nunca, a comunicarme con Ud. por este medio. Recomendación mediante, disfruté de uno de los tres mejores filmes que vi en mi vida. Con la dirección de Sam Mendes, esta historia escrita por Alan Ball es una patada en la cabeza a toda la sociedad, no sólo norteamericana sino mundial. Y se ajusta increíblemente bien a nuestro país. Esta obra de arte de Mendes, fue su debut en cine; y tiene mucho que decir. Para no frustrar todo lo que nos quiere comunicar, hay que tener la cabeza tan abierta como sea posible o estar bien predispuesto, a la espera de que la película lo logre. La sociedad está enferma. Estamos enfermos. Y como algunos enfermos, a veces nos cuesta reconocer que lo estamos. Quien no lo haga, será como ver una película más que puede hasta llegar a no ser disfrutada o entendida. Pero quien reconozca en la actitud de cada personaje, algún punto de conexión consigo mismo, estará dando un primer paso hacia el tratamiento que pueda salvarlo. Sam Mendes acompañado por el argumento que es una foto de la vida, y guiado por la música de Thomas Newman, se embarca en la difícil tarea de hacer el diagnóstico de la sociedad en que vivimos; sociedad de la que él es parte. Probablemente él esté tan enfermo como todos, pero dio un primer gran paso. Reconoció al enemigo. Lo invito a dejar los prejuicios en la calle y a someterse a un chequeo cinematográfico. Ellos intentarán golpear la puerta para entrar, pero si resiste durante 119 minutos y reflexiona en cada escena, probablemente nunca más vuelva a abrirles la puerta.” ¿Puede recordarlo? Si es Usted un lector fiel de nuestra revista desde los comienzos, en los que el gran logro era sacar un nuevo número el mes siguiente a todo pulmón, seguro tendrá ese recuerdo presente. Sobre todo si fue una de las personas que criticó o elogió el artículo y la película, dado que American Beauty despertó las más diversas opiniones. Diversas y extremas.

Me parece necesario recordar ese primer párrafo porque en esta ocasión fuimos al cine y nos encontramos con otra de las películas que guardaré siempre en mi memoria con particular admiración. No podemos calificarla con menos de un EXCELENTE. Esta vez el director es Carlos Carrera y la duración del film no supera los 120 minutos. Además los protagonistas son Gael García Bernal, Ana Claudia Talacón y Luisa Huertas. Y además, este film dramático estrenado el nueve de enero de 2003 en Buenos Aires, no es apto para menores de 16 años. Pero guarda similitud con la película de aquél número porque es también un diagnóstico de la sociedad en la que vivimos. En este caso, la mirada está puesta sobre una institución como es la Iglesia, pero va mucho más allá. Desde ya les aclaro que bajo ninguna circunstancia les contaré la historia que narra el guión de Vicente Leñero, que es una adaptación de la obra homónima de Eça de Queirós -el mayor novelista portugués del siglo XIX-. Sólo diré que se trata de la historia de un sacerdote que no puede llevar adelante su proyecto de vida en forma completa por límites impuestos por el “afuera”. En el film hay denuncias contra la institución, pero no se queda ahí, dado que bucea (como diría mi maestro) en los siete octavos sumergidos del iceberg. Va a lo profundo de esas cuestiones. En México, país de origen de la película, se desató gran polémica. Creemos que es una buena señal, puesto que motivará a los espectadores a pensar en los temas que aborda. Por otra parte, en cuanto al argumento estrictamente, cuenta la historia un cura muy jovencito, que tras llegar a una parroquia rural en México por recomendación y orden del obispo, descubre que el sacerdote a cargo del lugar recibe dinero de los mayores narcotraficantes, y que otro cura de otra parte del país, cercano a su superior, está vinculado a la guerrilla. Poco a poco, la corrupción de la Iglesia se expone sin disimulo y se enamora de una chica de 16 años con la que comienza una relación cada vez más apasionada que terminará… que terminará en… Bueno, cuando la vean, sabrán cómo terminará.

 Autoconstrucción o heteroconstrucción, creo que es la alternativa en la vida de las personas.  Algunos tienen más posibilidades que otros de construir su propio proyecto de vida y de llevarlo adelante, pero en este caso es confuso. Un hombre posee vocación de ayudar al prójimo, ve en Dios la esperanza, la admiración y quiere dedicar su vida a la espiritualidad, pero avocada a lo religioso. ¿Qué puede hacer ese hombre si su sueño es ser sacerdote? Pues bueno, entrar a esa institución que es la Iglesia. Pero allí hay reglas, hay límites. Se puede ser un ministro de Dios, pero bajo ciertas y determinadas condiciones y circunstancias. ¿Que pasa si ese hombre, a su vez, posee otras facetas vinculadas a su proyecto de vida? Por ejemplo: un señor quiere ser sacerdote, pero también quiere enamorarse, quiere amar a alguien, quiere tener hijos con esa persona, quiere... ¡tantas cosas! Aspira a crear su proyecto de vida entrelazando todos sus deseos, todas sus actividades, viviendo en armonía, respetando y respetándose a sí mismo. En la película puede verse cómo la autoconstrucción puede volverse un ideal, una utopía. Ella está en el horizonte. A medida que uno se acerca, ella se aleja, escribió Galeano, y se preguntó ¿para qué sirve, entonces, si nunca la vamos a alcanzar? Bueno, nos consuela, sirve para que sigamos caminando. Pero la pregunta debe ser otra, en realidad. ¿Puede la autoconstrucción ser una utopía? En un Estado de Derecho respetuoso de los seres humanos, no cabe una respuesta que no sea un ¡NO!

 Realidad. Eso es lo que muestra el film. La realidad. Sirve, principalmente, para darnos cuenta de que el alma y todo lo espiritual poco tiene que ver con la religión, con la Iglesia, entendida como esa institución que se atribuye la recta razón, la decisión de lo que es moral y lo que no lo es. La película muestra cómo la corrupción, los negocios, el lavado de narcodólares, la violencia, pueden estar vinculados también a quienes dicen traer la palabra de la energía que mueve al mundo: el amor encarnado en Dios formando un solo ente. Repito. Vinculadas a quienes dicen traer la palabra de Dios. No a su palabra, ni a él mismo. Pero lo más fuerte y lo que nos interesa desde el punto de vista jurídico es cómo afectan a la autoconstrucción de un hombre, las reglas de la Iglesia. Y retomemos, entonces, lo que esbozábamos en el párrafo anterior. Si alguien quiere ser sacerdote, debe olvidarse de tener una pareja. Mucho más de tener un hijo. O viceversa. Se desconoce que el amor es tan grande que puede abarcar a todos. La exclusividad no cambia las cosas. Sólo destruye proyectos. ¡Cuánto más felices serían los sacerdotes si pudieran relacionarse con hombres y mujeres libremente! Cuerpo y alma son la misma esencia. ¿Por qué intentar separarlos? Con esa actitud lo único que se hace es no permitir que las personas se autoconstruyan como Dios lo quiere. Dios nos quiere felices y nos respeta y ama incondicionalmente. ¿Por qué el hombre debe condicionar el amor que otros hombres tienen por el Señor? ¿Por qué forzar a una persona a que no coincidan la faceta de la autoconstrucción en uno con la que se refleja en los otros? Son conocidos los casos de sacerdotes que se muestran respetuosos del celibato al celebrar una misa, cuando en realidad al término de ésta los espera su pareja o su hombre o mujer ocasional en la habitación del fondo de la parroquia. Son conocidos también los casos de abusos de menores en hogares bajo conducción de un religioso. También los casos de corrupción de todo tipo y de deformación de esa vocación inicial por el bien, devenida en un juego de intereses y de fuerzas demoníacas. Y en el particular caso del celibato, si así y todo, alguien decide tener una relación, por ejemplo, con una mujer, más allá de ser sacerdote, no puede vivirla como corresponde. Debe esconderse, tener un amor en las sombras. Sombras que están muy lejos de la luz del amor de Dios.

 Odio. La contracara del amor. Heteroconstrucción, lo opuesto a la autoconstrucción. Cuando no se permite a un hombre llevar adelante su proyecto de vida en forma completa, se lo heteroconstruye, porque se lo obliga a elegir. Pero la elección resultante no es tal. Elegir es libertad, libertad es elegir nos dice Erich Fromm en algunos de sus maravillosos libros. Quien renuncia a su amor terrenal por su vocación religiosa, ¿elige? Quien renuncia a su vocación religiosa, por la persona que ama en esta vida terrenal, ¿elige? En ninguno de los casos hay una verdadera elección, porque ambos hechos se muestran como alternativas no compatibles entre sí. Quien es sacerdote y vive su amor o sus aventuras en las sombras, ¿vive? Nuestra Constitución Nacional argentina establece claramente el principio de autonomía en el art. 19, eje de la misma. El límite del daño a terceros no se quiebra si un hombre vive su amor terrenal y su amor... (¿cómo llamarlo?) divino. ¡Cuál es el problema si estamos hablando de amor! ¿Por qué impedir que la gente ame? Cuanto más lo hagamos todos, mejor estaremos cada uno de nosotros y mejor, como sociedad. Es probable que este artículo haya planteado más preguntas que respuestas. Más que probable, es un hecho. Pero es el mensaje que la película nos deja, es la moraleja. En ella la historia se desarrolla en un sentido determinado, y hay una sucesión de consecuencias (vayan a verla porque no voy a contar nada) que refuerzan la idea de que es imprescindible, luego de un buen diagnóstico, iniciar un tratamiento efectivo para ayudarnos a vivir mejor. Como en aquélla ocasión en que la vedette del artículo fue American Beauty, dejamos para el final el título del film que acabamos de comentar: El crimen del padre... (la última palabra surge de unir las iniciales de cada párrafo).