UNA NOCHE DE OTOÑO

 

 

            En una plaza repleta de gente en el barrio de Congreso en una noche de otoño que parecía verano se recordó al ya por todos conocidos y, por estos días, más que recordado Axel Blumberg.

            Sobre la muerte de este joven qué puede uno decir; sobre el dolor de los padres qué se puede opinar, ya que imagino que nada debe ser más tremendo, doloroso y tortuoso (psíquica tortura del día a día de amar tanto a alguien, desear tanto a una persona a la que se quiere ver una y otra vez en todos y cada uno de los rincones en que los ojos fijan la vista, pero que, precisamente, cuando se mira nada se ve, acaso se recuerda, añora la presencia de aquella persona, y que si en alguna parte ha de mantenerse con vida es en la conciencia del “yo” que extraña) que la pérdida de un hijo y, en especial, en la forma en la que Axel fue asesinado.

            Ya desde mucho antes de que el acto comenzara, la gente poco a poco se iba aglomerando para lo que pocas horas después sería una constante voz que al unísono pediría una y otra vez justicia. Justicia por la muerte de Axel, justicia por todas las otras muertes que en los últimos tiempos hemos venido escuchando (y a poco hasta casi acostumbrando, no a la muerte en sí –cómo acostumbrarse al asesinato, a la matanza de humanos por otros humanos–, sino a la aparición en los medios de algún caso similar al sucedido el 24 de marzo pasado –qué fecha, ¿no?– con esa forma tan peculiar –un estúpido morbo aborrecible– que los informativos tienen de expresar las noticias; pero mejor sigamos con “otro tema”…), y justicia por la propia justicia que parecía que aquella noche, frente al Congreso, era lo único por lo que se podía pedir.

            Luego de que se cantara el Himno Nacional, de que se escuchase el dolor de un padre y los pedidos que manifestó aquel dolor, y de que en todo momento encendidas velas acompañaran con su intermitente fuego al que cada tanto el viento apagaba para que uno las volviese a encender y así volver a acompañar, las lágrimas comenzaban a brotar y el dolor y pedido de la gente se aunaban en un caluroso abrazo invisible al padre de Axel, mientras que el coro Kennedy, que antes había interpretado el himno, cantaba una vez más.

            Pero si bien una palabra es una palabra y una oración podría decirse que es un conjunto de palabras, y que con esas palabras, oraciones y demás símbolos se conforma un lenguaje, hoy por hoy está más que entendido que poco es lo que el lenguaje tiene de transparente y que es imposible contar con la plena presencia de un emisor –y mucho menos que el emisor entienda lo que yo quiero que entienda. Con todo esto lo que quiero decir es que el lenguaje puede ser interpretado de diversas maneras y que nada obsta a que se lo haga en forma peligrosa, por más que lo que se proponga sea algo que uno piense que lo hace con las mejores de las intenciones. Ya Nietzsche dijo que “quien sufre mucho y se siente, en cierta medida, prisionero de su dolor, mira hacia fuera con extrema frialdad. Para él han desaparecido todos los falaces atractivos con los que se adornan las cosas cuando el hombre sano fija su mirada.” Y más abajo agrega: “Nunca como entonces nos sentimos tentados a ser justos en nuestras apreciaciones, pues la injusticia es un triunfo sobre nosotros mismos y sobre el estado más irritable que podamos imaginar, un estado que disculparía por sí solo todo juicio injusto; pero no queremos que nos disculpen, queremos demostrar que podemos ser intachables en nuestros juicios.” (Aurora, aforismo 114).

            Y así es como entonces uno en un petitorio puede solicitar desde la tan esperada (veintiocho años, ni más ni menos) reforma de la Policía Bonaerense (aquella que todavía secuestra, tortura y asesina, con el mismo modus operandi con el que lo hacía en la dictadura), hasta el irracional incremento de las penas y la modificación del régimen de imputabilidad penal de los menores, y todo eso diciendo que debe empezar a respetarse más los derechos humanos de la gente “común” más que los de los delincuentes. Como si cuando se violara cualquier derecho humano de cualquier persona no se estuviese violando a toda la humanidad. Precisamente, porque somos humanos en sociedad es que tenemos derechos y dentro de esos a unos los llamamos “derechos humanos”, es decir, porque existe el otro es que tengo derechos. De qué le servirían los derechos humanos a Robison Crusoe en la isla, o al viejo en el mar peleando con el pez…

            Son vastísimos los estudios y también es vasta la experiencia que la historia nos informa acerca de lo ineficaces que son todas las medidas represivas que intensifiquen los medios represivos del aparato represor. Léase Vigilar y castigar de Michel Foucault, o, incluso, recuérdese De los delitos y las penas de Beccaria, donde al final de la obra dice: “Es mejor prevenir los delitos que las penas”, y luego agrega “Prohibir una multitud de acciones indiferentes no es prevenir los delitos que de ellas puedan nacer, sino crear otros nuevos: es definir caprichosamente la virtud y el vicio, que nos han sido predicados como eternos e inmutables.” Por último agrega: “Finalmente, el más seguro, pero más difícil, medio de prevenir los delitos es perfeccionar la educación.” Y citando a Rousseau concluye: “Un gran hombre que ilumina a la humanidad que lo persigue, ha hecho ver detalladamente cuáles son las máximas principales de educación verdaderamente útiles a los hombres; esto es, las que consisten menos en una estéril multitud de asuntos que en la selección y precisión de éstos, en sustituir las copias por los originales en los fenómenos morales y en los físicos, que el acaso o la industria presentan a los noveles ánimos de los jóvenes; en impulsar a la virtud por la fácil vía del sentimiento, y en desviarla del mal por la vía infalible de la necesidad y de lo inconveniente, y no por la incierta del mando, que no obtiene más que una simulada y pasajera obediencia.”

            Con lo anterior no quise en lo más mínimo parecer un insensible ánima que viaja sin oír las voces de la mayoría actual. Ya Fromm dijo que “el amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos”, y adónde va ese amor cuando la vida de quien era “nuestra preocupación activa” deja de existir; qué se hace con ese amor, ¿se lo tira? ¿Deja de existir? La respuesta es obvia, pero una cosa no quita la otra: acompaño el dolor, me enfurezco ante semejante muerte y ante el estado de impunidad que existe (que no es culpa de las leyes), empero, me alegro de vivir en un país en el que un chico de catorce años no es juzgado como un adulto, más allá de que los lugares a los que se los deriva para “reencauzarlos” sean, muchas veces, peores que las mismas cárceles. También me alegro de pensar que los derechos humanos sean una continua lucha de la cual se beneficia toda la humanidad.


Federico Piedras