Editorial

Universidad, Democracia y Prepotencia
 

    Cuando Ortega, en sus Meditaciones del Quijote (¡qué año ese de 1914, Dios!) dijo aquello (que me parece muy bien dicho) de que somos nuestras circunstancias, creo que no quiso decir que esas circunstancias nos circundan. Eso hubiera sido una estupidez, y a don Rebelión de las Masas no le andaban las estupideces. Una obviedad de Perogrullo. No, lo que Ortega decía, entiendo, es que esas nuestras circunstancias son nosotros. Que mi ser latinoamericano, por ejemplo, es parte de mi yo que soy. Que si retirásemos hipotéticamente esa circunstancia, ya no sería yo. Por eso, no podemos hablar en tanto esto, o en tanto esto otro. Siempre obramos, pensamos, nos proyectamos, desde nuestro ser en circunstancias, nos guste o no. Y hasta cuando jugamos a imaginarnos otro, metido en una piel distinta, lo hacemos desde nuestras circunstancias. No podemos evitarlo.

        Por eso, como soy ex alumno por partida múltiple, y docente desde hace más de un cuarto de siglo (aunque se olvidaron de darme la medalla que le dieron a otros), y quiero a la Universidad de Buenos Aires mucho y sinceramente, no puedo, ni quiero, soslayar desde este humilde espacio el feo espectáculo que está ofreciendo al mundo, con las reiteradas suspensiones de su asamblea electiva para la designación del nuevo rector, debidas a disturbios violentos generados por personas que se han atribuido el derecho de ocupar edificios, impedir accesos y reuniones, difamar profesores sin el menor sustento, y considerarse portadores de una verdad revelada, en aras de la cual desean preservar a la comunidad del resultado de las instituciones democráticas.

        No voy a referirme al Dr. Atilio Alterini, que es el candidato cuya elección desean estas personas impedir. Podría hacerlo, porque tengo el honor de conocerlo bastante y desde hace años. Pero no es al hombre a quien deseo dedicar estas líneas, sino a los hechos. Sólo me limitaré a recordar (porque se lo acusa de carecer de compromiso social y de no defender los derechos humanos), que en estas mismas páginas lo hemos elogiado, creo que con harto merecimiento, cuando a poco de haber asumido por primera vez el decanato de Derecho, impulsó y obtuvo valientemente la Declaración sobre la Ilicitud de la Deuda Externa, llamada también "Declaración de Buenos Aires" o "del 12 de Julio", y de la cual me enorgullezco de ser firmante. También podría evocar que fue el primer decano del mundo que, en respuesta al proyecto de las Naciones Unidas de crear redes internacionales de Bioética, propuso y logró que éstas abarcasen también los aspectos atinentes a la Ecología y al medio ambiente. Y, en otro terreno, que cuando se necesitó un lugar respetable y "neutral" para tratar de llegar a un acuerdo acerca de la situación jurídica de los embriones humanos congelados en Buenos Aires, Alterini de inmediato cedió su propio despacho, donde en efecto se realizó la reunión de marras... Pero no, no voy a hablar de Alterini, aunque la infamia de que ha sido blanco me duela en el alma, sino de la democracia.  

        Conste que estoy lejos de creer en la democracia como un valor absoluto. Democráticamente ganó Hitler las elecciones fatídicas de 1933, y democráticamente acaba de ser reelecto en la noble patria de Lincoln uno de los sujetos más nefastos de la jungla contemporánea. No deja de ser curioso que el arquetipo de las democracias, la Atenas del siglo V, nunca realmente funcionara como tal, y anduviese de susto en susto y de salto en salto, a pesar de ser un club cerrado, donde una selecta minoría detentaba la sartén por el mango. Eso, por no hablar de la caótica República Romana, que sólo anduvo bien en dos sitios: en los libros de Historia y en la mente obsecuente de Polibio, que tenía un problema de miopía política abismal, o bien era un cipayo de aquellos (aunque escribe divinamente, eso es indiscutible).

        No me olvido de las exquisitas ironías de Borges sobre las relaciones entre democracia, alardes y estadísticas, ni se me escapa que la gente de Jerusalén, por alguna razón que en los Evangelios no se explica (y en las iglesias generalmente tampoco), votó por Barrabás en vez de por Jesús, ni que la multitud en el desierto optó por el Becerro de Oro en lugar de esperar el regreso del sufrido Moisés. Los iraníes, democráticamente, han elegido a un señor que parece el hermano gemelo de Bush en musulmán, y entre los dos se las están ingeniando para ver si lo que al final nunca pasó en la Guerra Fría, a pesar de las advertencias de Woodstock y de Bob Dylan, de una buena vez y para siempre lo hacen ahora (mientras tanto, al pasar, George se ocupa de abrir las cartas que le llegan del exterior a los estadounidenses, una por una, para ver qué dicen, y el Ahmadinejad se encarga de vigilar que a las chicas de Teherán no se les vean los tobillos, lo cual al parecer tendría terribles consecuencias en la libido persa).

        Creo, sin embargo, que quien no acepta las reglas de la democracia, necesariamente es porque propone otras. Y esas otras, si no surgen del "alarde de la estadística", han de fundarse en principios proclamados como absolutos. Otra no hay. Yo no digo que tales principios absolutos no existan. No me quiero meter en ese tema aquí y ahora. Pero sí he de recordar que los tíos que se alzaron con el poder en la Argentina el 24 de marzo de 1976, razonaron exactamente de esa manera: eso se ve en sus discursos, en sus resoluciones, en sus símbolos. Imbuidos de "los valores tradicionales", venían a rescatar a sus con-nacionales de los "desvíos" a que la democracia y las instituciones republicanas los llevaran. Otro tanto recuerdo de Pinochet, y de varios más de aquella misma laya.

        Como no me siento portador de verdades cósmicas, sino de preguntas abismales, aunque a veces le temo a la democracia bastante (en general, me asusta la gente junta gritando fuerte, tal vez un recuerdo genético de ghettos y pogromes), creo que no queda mejor alternativa. Sólo quiero arrodillarme ante el Señor, y los que respiran vocación de caudillos me huelen agrio y pesado, así que me quedo con las urnas, con las leyes y con los debates republicanos, y le pido a Dios que humille a los soberbios (y que me humille a mí, muy especialmente, si caigo en la soberbia, también). La democracia, pues, se me presenta como un sistema de convivencia, problemático y harto imperfecto, pero aún así el menos prepotente de cuantos hay en oferta.

        En Latinoamérica, como en otros países del mundo, los quiebres de la democracia nunca se han revelado positivos con el paso de los años. Algunos terminaron, incluso, en baños de sangre, que dejaron heridas de apariencia irreparable, o por lo menos con un pronóstico de curación compleja, difícil y prolongada al extremo. Es el caso paradigmático de la Argentina, donde, como lo expuse en su momento en la revista de Amnesty International, creo que reabrir heridas que se hallan en curso de cicatrización es, cuando menos, imprudente, y dudosamente necesario. Sin embargo, aún el terror es muy reciente, pero no se lo está elaborando con seriedad y autocrítica, como lo hizo, por ejemplo, Alemania, sino con echadas de culpas, escondidas a lo avestruz, y una asombrosa remodelación de los hechos, como si le temiéramos a la verdad. Y, como canta el maestro Serrat, "nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio".

        La Universidad de Buenos Aires tiene sus normas vigentes, y esas reglas establecen un trámite democrático, con el que se puede lícitamente disentir, y reformarlo, para lo que están dados los mecanismos, democráticos también. Hay que tener un poco de paciencia, hacer campañas, convencer a la gente de la validez de las propuestas que se esgrimen. Es cansino y difícil, pero es la vía adecuada. Como lo es conquistar a una señorita en vez de violarla. Lo contrario, que es lo que estas personas que se obstinan en impedir la sesión de la asamblea electoral están haciendo, es mostrar comunión con las actitudes (casi diría "paradigmas", pero no lo hago por respeto de Thomas Kuhn) de los golpistas, militares o no, que tanto declaran criticar. En realidad, me pregunto si están en contra de los gobiernos inconstitucionales, o de los gobiernos inconstitucionales cuyas ideas no comparten. La diferencia es muy importante.

        Si estas personas son realmente estudiantes de la Universidad de Buenos Aires, entonces los profesores de esa Casa debemos poner las barbas en remojo, porque estos asaltos demuestran que estamos fallando en el departamento de la ética, de los valores, y del compromiso republicano y la cultura democrática. Tal vez estemos demasiado concentrados, en medio de esta cultura de lo material y lo intrascendente, en ocuparnos de habilidades técnicas, cuando no de medios de obtención de dinero, en vez de trabajar más en las aulas la maravillosa problemática de la convivencia en paz, que es común a todas las ciencias y a todas las carreras.

        Terminado el triste exabrupto, elegido el rector como corresponde y según las normas vigentes, bueno será que se reflexione sobre estos hechos, porque son síntomas alarmantes. 

 Ricardo D. Rabinovich-Berkman