Editorial


ADIÓS
AL SENADOR
LUIS ALBERTO FALCÓ


Este Editorial, con perdón de nuestros queridos lectores, lo he de escribir de un modo aún más personal de lo que suelo hacerlo. Que sea de estilo o no, me tiene sin cuidado. Es lo que siento, y a veces hay, creo, que dejarse llevar por los dictados del afecto.

Porque el pasado 28 de julio se ha apagado, tras medio año de lucha contra un cáncer devastador, la vida de uno de los hombres políticos más nobles e íntegros que me ha tocado en suerte conocer y frecuentar: el senador nacional argentino Luis Alberto Falcó. 

De larga militancia en el radicalismo, este médico traumatólogo transformado en legislador era, por sobre todo, un convencido creyente en la democracia republicana. Sin falsas estridencias (absolutamente ajenas a su carácter), sin mojigatería (que, por cierto, no tenía en grado alguno), rendía un culto silencioso a la ética política, más notable en sus hechos que en sus dichos.

Falcó era más de hacer, en efecto, que de decir. Desde la asunción de su banca en el Senado, en 2001, no cesó de trabajar, con una intensidad hercúlea, y sólo decayó su labor este último año, mientras la enfermedad impía se iba apoderando de su cuerpo. De inmediato pidió licencia, pero no dejó de concurrir a su despacho, siquiera cada tanto, para activar sus proyectos e impartir instrucciones a su equipo.

Su producción legislativa era verdaderamente impresionante. En 2004, fue el legislador que más proyectos elaboró en todas las categorías, lo que le valió un premio. Al año siguiente, mantuvo la primacía en algunos rubros. Muchas de sus propuestas recibieron respuesta favorable. Otras, se encontraban en pleno trámite cuando le sobrevino la muerte.

Padre de cuatro hijos (dos de ellos en extremo pequeños), este rionegrino ejemplar, que había nacido en General Roca en 1949, mostró en su vasta producción legislativa un claro compromiso con la defensa de la vida, la dignidad humana y el medio ambiente. En efecto, si bien su proyecto más conocido quizás fuera el de promoción de los biocombustibles, Falcó había presentado una infinidad de propuestas más en aquellos sentidos.

Así, por ejemplo, en materia médico-jurídica, introdujo varias propuestas de reformas a la Ley de Trasplantes (manteniendo siempre el criterio del "consentimiento expreso" para la donación de órganos). También un proyecto de Ley de Medicina Prepaga, que se integró con otros, y recibió media sanción del Senado. Sin embargo, tal vez su esbozo más notable en este campo fuera el de Ley de Relación entre los Pacientes y los Profesionales de la Salud, que llegó a motivar la creación de una subcomisión específica dentro de la Comisión de Salud y Deporte. Se trataba de un verdadero código, de decenas de preceptos, que buscaba una regulación integral del tema. La subcomisión, por razones burocráticas, nunca se expidió finalmente.  

Otra de sus preocupaciones eran los derechos de las personas con capacidades disminuidas. En 2003, presentó un proyecto de Ley de Derechos de las Personas Hipoacúsicas, y otro de Reformas al Código Civil en materia de interdicción para personas con patologías psíquicas, estableciendo un sistema personalizado de interdicciones parciales. Este último, que se integró con otro de la senadora justicialista Azucena Paz (pues Falcó no tenía inconvenientes en aliarse con legisladores de otras bancadas en pos de causas nobles compartidas), llegó a recibir dictamen favorable de la Comisión de Legislación General, pero caducó al no ser pasado oportunamente al orden del día.

Falcó no era ni remotamente un hombre religioso. Por el contrario, fluctuaba entre el agnosticismo y el más franco ateísmo. Pero se le imponía su férreo sentido común de médico del interior. Ese sentido de lo obvio, lo llevó a defender arduamente la vida y los derechos del ser humano aún no nacido. En 2003, dedujo un proyecto de Reformas al Código Civil, para que se retirase el circunstancial de lugar "en el vientre materno", en todas sus formas, de modo que resultase absolutamente indiscutible el comienzo de la personalidad desde la concepción, inclusive in vitro. Con coherentes principios, presentó una propuesta de ley prohibiendo la clonación de seres humanos, la fecundación artificial con fines no reproductivos, y la mezcla de gametos humanos y animales. Este proyecto llegó a tener dos despachos favorables sucesivos de la Comisión de Salud. En vistas a la problemática de los miles de embriones congelados que nadie reclama, propuso la Ley de Adopción Prenatal.

Muchos fueron sus proyectos de reformas al Código Civil, involucrando, entre otros, los arts. 369, 383, 954, 1045, 1078. El referente al art. 945, llegó a tener dictamen favorable de la Comisión de Legislación General. Asimismo, propuso reformar el sistema de Intervención del Ministerio Pupilar. Fue suya la sugerencia de unificar la prescripción de las acciones de daños y perjuicios, fijando un límite breve, que obtuvo dictamen favorable, con modificaciones. Finalmente, sugirió modificar las normas atinentes al mandato, a fin de incluir el "poder perdurable", de tanta importancia para las decisiones médicas (y también patrimoniales).

En materia penal, produjo un proyecto extendiendo la prescripción de los delitos perpetrados contra menores, propuso un nuevo régimen contra los actos de discriminación (lo que derivó en una ley ya sancionada). Asimismo, un proyecto de Ley de Defensa del Secreto de la Investigación Policial o Judicial.

Otros proyectos vinculados con los derechos existenciales fueron los de las leyes: de inscripción de nacimientos de recién nacidos fallecidos (2003), de protección a la intimidad (2004), de posibilidad de usar los idiomas autóctonos en instrumentos públicos (2004), de liberalización del régimen del nombre de las personas físicas (que en Argentina es particularmente rígido y con resabios fascistas), de aceptación del "amicus curiae" en los procedimientos judiciales, y de autorización para las decisiones quirúrgicas reproductivas (2006), tomado en cuenta para la redacción de la Ley 26.130.  

Y dejo para el final su Proyecto de Ley de Derecho de los Pacientes a la Preservación de sus Gametos, presentado en 2004, y que recibiera dictamen favorable, en 2005, de la Comisión de Salud. Porque esa propuesta, que procuraba garantizar a los pacientes en edad fértil que iban a ser sometidos a terapias que posiblemente los dejasen estériles, la facultad de congelar material reproductivo propio, estaba directamente inspirada en la experiencia de mi hijo Ricky, el mismo a cuya memoria está dedicada esta revista.

Tuve la dicha de conocer a Falcó por intermedio de mi querido amigo y ex alumno Gustavo Bou Abdo, cuando aquél llevaba ya más de un año como senador, cargo al que había llegado tras una carrera como Secretario de Gobierno en su provincia natal, concejal de su ciudad de General Roca, legislador de Río Negro y Presidente de la Unión Cívica Radical local. Me impactaron su personalidad franca, directa y áspera, su seriedad y su aspecto estoico. De inmediato, surgió la posibilidad de trabajar con él. Me cupo, pues, la alegría de asesorarlo desde ese instante hasta su deceso, sumándome al excelente equipo que había armado en su despacho. Fue una honra y un privilegio. Lejos estuve de concordar con él en todo, pero siempre lo respeté y me sentí más que respetado.

Asombraba su capacidad de concentrarse en un tema, su voluntad de estudiar y aprender acerca de los asuntos de que se ocupaban sus propuestas. Pasaba horas encerrado en su escritorio enfrascado en los libros, revisando reportes, desmenuzando artículos científicos... Nunca firmaba un proyecto sin antes haber mantenido largas y reiteradas entrevistas con los asesores respectivos, a los que colmaba de preguntas tan incisivas como inteligentes, pues se tomaba el trabajo de leer cada línea del material que se le ofrecía.

Era un hombre de placeres sencillos. Un cigarro después de un buen asado (aunque debía cuidarse, por su omnipresente diabetes), una charla desenfadada con amigos, ciertas series televisivas... Soñaba con retirarse de la vida pública, para recluirse en su adorado balneario de Las Grutas, en una casita modesta, con su esposa y sus hijos más chicos, y así poderse dedicar a leer, a leerlo todo, que era su verdadera pasión. Estaba cansado de la arena política. Su salud se notaba deteriorada. Se lo veía nervioso y preocupado. Las arrugas se marcaban en su rostro adusto de buldog, donde rara vez se posaba una sonrisa. Parecía, largamente, diez años más de los que tenía...

En el verano del 2007, se le declaró el cáncer. Lo peleó con la misma garra con que había hecho todo en su vida. Por momentos, semejaba vencer... pero así es esa enfermedad maldita. La última vez que lo vi, estaba muy delgado, demacrado, se movía con cierta parsimonia, como si le fuese dificultoso. Me confió su plena seguridad, certeza de galeno experimentado, en que el fin era inevitable, y que sólo era cuestión de tiempo, y no de mucho. Aún así, me instó a seguir preparándole proyectos... Pero en su mirada triste se iba desdibujando ese futuro anhelado de patagónicas tardes apacibles, de libros esperando ser leídos, de compartir el crecimiento de los hijos... Él ya sabía, con convicción íntima, que nada de eso sería nunca. A las pocas semanas, falleció.

Cultivó permanentemente un perfil bajo, ajeno a la resonancia pública, a los medios masivos. Quizás por eso, a pesar de ser uno de los parlamentarios más activos, era muy poco conocido fuera de su querida Río Negro. Ello, aunque sus proyectos de ley se caracterizaron en general por apuntar a todo el país, y no particularmente a los intereses de la provincia que representaba. Quizás por eso, su partida pasó casi desapercibida, y fueron escasas las líneas que le dedicaron los grandes periódicos nacionales.

En el Senado, sin embargo, se notará su ausencia. Y la República Argentina ha perdido a un gigante. A un coloso sencillo, de andar calmo, de modestia asombrosa y bondad proverbial. A un hombre de honor y de bien, comprometido con la defensa de la dignidad humana y de la vida. A un médico patagónico que entregó su existencia (y no es una metáfora) a su provincia adorada primero, a su patria querida después, y a su ideario político siempre.

Luis Alberto Falcó, Senador con mayúsculas, Médico con mayúsculas, Hombre con mayúsculas, la revista PERSONA, comprometida como usted con la salvaguardia de los derechos humanos, lo despide con lágrimas de orgullo en sus ideales ojos, y ruega a ese Dios sobre cuya existencia abrigaba usted tantas dudas, que lo reciba de brazos abiertos y le otorgue el descanso que, como todo luchador tesonero de causas nobles, usted se merece.

Aunque hacerlo descansar a usted, va a ser difícil...

                                                                       Ricardo D. Rabinovich-Berkman