Señor Director:
He leido con atencion la carta de lectores del Profesor de Derecho
Manuel Trueba (h) en Revista Persona, llamando la atención sobre el problema
que significa la falta de calidad educativa en la proyección estatégica de nuestro país. Considero la observación
oportuna, mas me gustaría sumar como aporte otra visión, complementaria.
En primer lugar, creo que la gravedad del problema es
más profunda aún de lo que parece. Llama la atención que nuestra política de
Estado parezca limitarse a la obtención de recursos mediante retencion a las exportaciones sojeras,
atando nuestro porvenir al precio de este cereal, sin otro plan en mente que el
de sobrevivir lo máximo posible, sin construir verdaderos cimientos
civilizadores, mas bien permitiendo la disgregación de nuestra cultura en una
oleada de barbarie inusitada que desde los medios de comunicación se expande,
principalmente entre los adolescentes y jóvenes, como una contracultura, una
suerte de “moda” de la destrucción. El Papa Juan Pablo II
llamó la atención en reiteradas ocasiones acerca de la “cultura de la muerte”
que con una fabulosa propaganda mediática, nos invade y nos aplasta. Pareciera
que el oponerse al aborto, a la legalización de la droga e inclusive a la
despenalización de su consumo, a la eutanasia y el preocuparse por la creciente
promiscuidad entre los infanto-adolescentes, el
llamar la atención sobre la destrucción del sentido vital que teje el ropaje de
la existencia, se convirtiese en sinonimo de anacronico, viejo, medieval. Si la “mala educación” está de
moda, si los jóvenes son alentados a pensar poco y consumir mucho ¿Cómo
podremos reinsertar la idea civilizadora de la educación como base del
desarrollo humano y social? Si las desigualdades son alentadas por la
propaganda del propio sistema ¿Cómo podemos nosotros hablar con autoridad de
justicia social? Dejar de lado la ideología de fondo pone en peligro
precisamente lo que se intenta defender: la calidad educativa.
Los contenidos educativos ¿Quién los va a moldear?
¿Quién va a velar para que las ideas no se transformen en ideologías al
servicio de las desigualdades y las injusticias que el sistema necesita para
sobrevivir? ¿o acaso es inocente la diferencia entre
educación publica y privada? No, no es inocente ni es ingenua, atrás de la
misma batallan diferentes cosmovisiones que pueden llevar al hombre y a la
sociedad a destinos muy diversos. Si admitimos los conceptos darwinistas y las
diferencias que los propios símbolos del sistema alientan, no nos quejemos
luego de vivir en una sociedad injusta e inhumana, cuando precisamente anulamos
lo que nos distingue y enaltece como seres humanos para reducirnos a meros
entes consumidores en una aldea global en la que en vez de paises
y sociedades solo hay mercados. Este avance desmesurado del mercado que todo lo
ha invadido no ha sido inocente ni casual, siempre hay concepciones del hombre
en combate. Parafraseando a Serrat “existe siempre una razón escondida detrás
de cada gesto”.
Continuando con el problema puntual de nuestro país,
la educación parece haber pasado a un segundo plano, el de proveer de gente
capacitada al mercado, dejando de lado su rol formador, forjador de caracteres
y grandeza, constructor de cultura y civilización. No es casual que las
carreras técnicas hayan avanzado en desmedro de las humanidades, reduciendolas a su minima expresión. En semejante contexto,
debemos primero ponernos de acuerdo sobre qué concebimos como educación, cuál
es su función y su finalidad. Si consideramos que educar es formar al ser
humano para el desarrollo de sus potencialidades y cualidades distintivas,
entonces veremos al hombre como un ser integral: cuerpo, mente, emociones y
espíritu, y buscaremos una educación al servicio del bien común. Por el camino
contrario, solo formaremos herramientas sofisticadas al servicio de un gran
engranaje en el cual lo humano queda reducido, denigrado a nacer, crecer,
trabajar, consumir y morir, en una cultura de lo descartable en la que no nos
deberá sorprender que la eutanasia y el aborto encuentren su lugar. ¿Qué educación
queremos? ¿qué sociedad queremos? ¿Cuáles son los
valores que nos mueven? El relativismo ya ha puesto en peligro la construcción
occidental bajo el auge sofista, y solo la valentía de Sócrates que ha
rescatado a la virtud como el fin del ser humano nos salvaron de una
destrucción inminente, de una disolución en lo bestial. Ahora parecemos estar
en una encrucijada similar, solo que el mundo se ha
sofisticado enormemente desde aquellos días.
Es obvio que apostar el futuro al boom sojero es infantil, precario y absolutamente
contraproducente: ¿Qué ocurrirá cuando los suelos estén desgastados por el
monocultivo y nuestro granero del mundo se transforme en un gran desierto?
Según los entendidos, solo diez años de monocultivo bastan para una destrucción
semejante, ¿cuántos llevamos ya? Esto es lo que ocurre cuando las orejeras de
lo económico nos aislan de las demás variables
vitales. La economía es parte de la vida, pero nunca será “la vida”.
Creo que es fundamental un debate sobre educación,
pero un debate en serio, dejar de lado las soluciones fáciles, mágicas, los
parches que solo dilatan el estallido del problema, y sentarnos a trabajar por
la sociedad que queremos ¿tenemos los argentinos una identidad? La tuvimos en
el pasado, pero desde hace un largo tiempo que las luchas por sobrevivir nos
han llevado al olvido de lo que estamos construyendo, y quien edifica sin tener
idea de lo que busca construir, no edificará nada sensato. Nuestro país se la
ha pasado dilapidando recursos a lo largo de su historia, y nunca ha encarado
con madurez la tarea de construir un sendero estable. Justamente la educación
nos puede preservar de la desintegración, que de otro modo llegará en cualquier
momento. En tiempos tan duros como los que se anuncian en el futuro cercano, solo
la firmeza de una identidad sólida, de un camino trazado, podrán preservarnos
de caer en la desesperación y en el abandono.
Yo creo, particularmente, que la justicia social debe
ser la base de cualquier propuesta educativa. La democracia en este contexto es
una mera ficción, por lo cual, si realmente queremos ser democráticos,
construyamos las condiciones adecuadas para que la democracia florezca en la
realidad y no solamente en la retórica florida pero hueca. La cura de la
esquizofrenia social consiste precisamente en adecuar nuestro hablar y obrar,
manteniendo siempre a la vista el ser y el deber ser.
La función de la educación no debe ser solo la de
permitir un acceso al mercado laboral, esta deberia
ser apenas una de sus consecuencias. La educación debe sembrar las semillas de
una verdadera conciencia social de fraternidad, de justicia, de solidaridad,
donde las virtudes y los valores crezcan, donde la corrupción sea vista con
escándalo y no con indulgencia. Donde el prójimo sea visto como lo que verdaderamente
es: un hermano, creado por Dios a Su Imagen y Semejanza. La educación debe
formar hombres, varones y mujeres íntegros. El acceso al mercado laboral vendrá
luego como un resultado natural. Pero si ponemos primero los caballos y luego
el carro, no nos quejemos luego de que la cosa no marche. Pregunto yo ¿algún
día los argentinos aprenderemos de las sociedades que se han edificado con
perseverancia a lo largo de la historia, o seguiremos siendo adolescentes
espasmódicos dirigidos solo por nuestros impulsos y caprichos del momento? Es
cierto lo que señala el lector, con sus aciertos y errores la generación del
´80 tuvo una política de estado a largo plazo para la educación, y la
consecuencia fue prospera. Luego vino el tiempo de marchas y contramarchas, de egoismos y corrupción, de disolución y naufragio, de salvese quien pueda y barbarie…y aquí estamos.
Y para cerrar este tema, quiero señalar también que
es justamente en el derecho donde podemos observar lo impermeable que ha sido
la educación a los avances de la pedagogía y las ciencias educativas y
sociales. Mantener una estructura prácticamente igual a la del Imperio Romano,
cuando las ciencias de la educación y la tecnología nos ponen tantas
herramientas nuevas a nuestro servicio, lo único que hace es forzar a los
estudiantes de derecho a abandonar nuestra vocación social, para terminar
memorizando leyes. O bien luchar contra la mentalidad arcaica de docentes sin
ninguna preparación para enseñar, pues el titulo de Abogado es insuficiente
para ejercer la docencia.
Dios quiera que logremos sostenernos como sociedad.
No soy optimista acerca del futuro. Con un planeta devastado y un equilibrio
económico roto, con una democracia de juguete y una justicia social avasallada,
con medios de comunicación que propagan la cultura de la muerte entre nuestros
niños y jóvenes, con tantos medios de destrucción masiva al alcance de la mano,
hará falta echar raices muy profundas para resistir
al temporal, hasta que aclare y veamos el amanecer de un nuevo día para la
humanidad, esa humanidad que sobrevivirá y crecerá cuando se reconozca al ser
humano su naturaleza, se la respete, se la eduque integralmente. El amor, en ultima instancia, es la única base firme cuando todo lo
demás tambalea.
Pablo José Funoll Villagrán
Estudiante de
Derecho UNT