Editorial
LA ANTORCHA |
La antorcha olímpica está teniendo un viaje bastante poco feliz a
lo ancho del mundo. En algunas partes se le ponen delante, en otras intentan
apagarla (lo han conseguido ya varias veces). En ciertas ciudades su pasaje
generó desastres, en otras se la hizo discurrir casi en secreto. Quizás la gran
excepción fue Buenos Aires. La prensa internacional, en efecto, destacó el
"suave" (el adjetivo fue empleado en diversas lenguas) periplo de la tea roja
por la capital del Plata. Organizada por el gobierno municipal, que dedicó
ingentes recursos al asunto (mientras se está despidiendo personal por falta de
presupuesto), la procesión involucró a notorios deportistas y a otras
personalidades locales (músicos, intelectuales, etc.). Bajo un inusitado
operativo de seguridad, que requirió 5.700 personas (más del doble de fuerzas
que las empleadas en los más peligrosos partidos de fútbol), y con actos en la
salida y la llegada, la cuestionada llama paseó por la urbe del tango vitoreada
por miles de espectadores. Sólo faltó Maradona, que se suponía que inauguraría
el cortejo. Pero no se crea que el Número 10 estuvo ausente por razones de
fondo: él se ocupó muy bien de desmentir una semejante hipótesis. Un simple
problema de viajes, nada más.
Desde el día anterior a la procesión de la llama olímpica, poco concurridas y escasas manifestaciones de oposición al festejo se observaron. Tres ejes destacaron en tales convocatorias. Por un lado, el "Relevo Mundial de la Antorcha de los Derechos Humanos", que trajo su prédica desde el exterior. Unas lindas jovencitas vestidas de diosas griegas (aún hacía calor en Buenos Aires) y unos muchachos deportistas, llevaron esas teas contestatarias por las principales avenidas porteñas, con muy flaco séquito y generando tibio entusiasmo. Más férreos, ya que no numerosos, se mostraron los seguidores locales de la doctrina budista Falun-Gong, tan horriblemente perseguida en China, y cuyo centro de reclamo estaba, como era de esperarse, en el cese de tales hostigamientos. En tercer término, los adherentes al movimiento "Free Tibet", que se mostraron sumamente activos, y se distinguían fácilmente por llevar la colorida bandera del pobre país del Himalaya.
Faltó toda referencia al gravísimo tema de la intervención china en el genocidio de Darfur. Al asunto de la verdadera máquina de abortar que el imperio comunista ha construido, sólo se dedicaron tímidas menciones (tal vez, porque se lo sintió políticamente poco correcto). En cambio, sí hubo muchas alusiones a los campos de trabajos forzados para opositores, a la sangrienta represión de estudiantes, budistas, musulmanes, católicos (hay cinco obispos presos o desaparecidos), a la venta de órganos de detenidos para trasplantes, a las masacres cometidas en la infeliz Lhasa... Se recibieron algunas adhesiones, no demasiadas, y un escueto apoyo del gobierno nacional, personificado en la Directora del Instituto contra la Discriminación, María José Lubertino, que expuso con fervor en la manifestación conjunta de los tres grupos frente al obelisco. Un diputado habló también. No hubo más personalidades públicas.
Esa manifestación, la única
significativa contra el festejo, dio inicio en la Plaza de la República,
al costado del tradicional obelisco. Amenazadores, grupos de jóvenes,
muchos de ellos parecían chinos, uniformados con gorras rojas y
chaquetas del mismo color, y llevando enormes banderas del país
asiático, formaban en orden y entonaban cánticos y consignas, que
Confucio sabrá lo que dirían, pero no sonaban a canción de cuna. Su
agresividad pasó, mientras tenían lugar los discursos en la demostración
opositora, de las poesías a los puños. Cruzaron la avenida Corrientes, y
atacaron un ala de la reunión contraria, con golpes, empujones e
insultos. Yo estaba allí, con mi cartel en alto, que hacía referencia a
los muertos que carga el régimen de Beijing a sus espaldas, y realmente
fui presa de zozobra. Ver cómo una formación de choque de la juventud
comunista china, o algo muy parecido, se lanzaba encima de un grupo de
budistas de aspecto hippie, con una sensación de absoluta impunidad, en
pleno centro de la ciudad de Buenos Aires, me sobresaltó. Más allá del
surrealismo de la escena (como fondo estaban los carteles del
McDonald's, auspiciante principal de estas olimpíadas), ponía la piel de
gallina. Los organizadores comenzaron a dar gritos, y la policía entró
en acción, alejando a los agresores. |
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Cuando arribamos a la histórica
Plaza de Mayo, otra de aquellas falanges rojas, más numerosa y ruda que
las del trayecto, se colocó delante de la manifestación, para impedirle
el paso. Hubo un rato de incertidumbre, de cánticos cruzados (los
nuestros en castellano, los otros en una lengua distinta, presumo que
mandarín). Luego, la policía (que exhibió en todo momento una conducta
intachable y gran profesionalismo) consiguió que pudiésemos llegar a la
pirámide, para darle una simbólica vuelta. En todo momento nos rodeaban,
amenazantes, las gavillas de uniforme y colosales banderas. En un
momento, escuché a uno de los manifestantes decir: "Caramba, los
argentinos estamos reclamando por los derechos humanos de los chinos, y
los chinos nos atacan..." Claro, no eran todos los chinos. Con nosotros
estaba, por ejemplo, la directora local de Falun Gong, exiliada, que heló
la sangre de los presentes con sus breves y sentidas palabras
(pronunciadas en muy buen español), al recordar la odisea que viven hoy
los practicantes de esta disciplina budista en aquel país. |
A no muchas cuadras de allí, en un festivo escenario, el jefe de gobierno de Buenos Aires, que llegó a ese alto cargo tras haber sido presidente del importante club de fútbol Boca Juniors, recibía oficialmente la tea olímpica, y daba inicio a su fastuoso desfile por las avenidas y parques porteños. Exultante, rodeado de las autoridades olímpicas argentinas (entre ellas la autora de la frase que inicia este editorial) y de funcionarios de la República China, Mauricio Macri llamó al disfrute. “Estamos a favor de los derechos humanos, pero no tenemos que transformarlo en un evento político. No hay que mezclar la violencia con esta actividad que ha estado por encima de cualquier evento en la historia”, había expresado al respecto poco antes, sin aclarar a qué violencia se refería, si a la de las represiones, los homicidios, las torturas y los abortos en China, o a la de los que habían intentado apagar la antorcha en París. Del contexto, sin embargo, surge que hablaba de estos últimos. |
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Las olimpíadas
poseen una carga política e ideológica enorme. Berlín 1936, que tanto se
parece a esto, es un paradigmático ejemplo. La masacre de Munich, desde otro
ángulo, también dice al respecto. La República Popular China ha empleado
políticamente esta edición desde el principio, y lo sigue haciendo. No calculó,
al parecer, que los sucesos del 10 de marzo en el Tíbet acabarían poniendo su
proyecto de show-off en jaque, y desatando un desafío mayúsculo. La cantidad de
banderas rojas y de uniformes comunistas, llamativa más aún ante la ausencia de
banderas olímpicas, en las avenidas de Buenos Aires, resultó elocuente, aunque el señor jefe de gobierno no se percató de ello. Las
brigadas que agredieron, al son de consignas en mandarín, a los pacíficos
manifestantes contrarios al desfile de la antorcha, no habían escuchado los
discursos de Macri y de las autoridades olímpicas argentinas. |