El himno
a Sarmiento

 



Manuel R. Trueba (h)*

 

 

Suscitó recientemente una controversia la decisión de las autoridades de la ciudad de Buenos Aires de autorizar a los establecimientos educativos a entonar el himno a Sarmiento. Aparentemente, sectores ligados con el propio quehacer educativo manifestaron su disconformidad con dicha determinación. En realidad, no podría sorprender esa actitud en la Argentina de hoy, que –más allá de excepcionales esfuerzos- carece de un sistema educativo integral de calidad y que, por eso mismo, no conoce en todos sus alcances el legado de Sarmiento y los logros de su plan educativo.

 

            Partamos de una premisa: abandonar en el examen de la historia y de la obra de Domingo Faustino Sarmiento las filiaciones ideológicas y los revisionismos históricos sesgados o cargados de finalidades sectoriales. Por una vez al menos, como consenso previo, alcancemos el acuerdo de desprendernos a priori en todo lo que sea humanamente posible de las subjetividades o compromisos derivados de ideologías.

 

            Ciertamente, Sarmiento -como todo ser humano- tuvo errores y defectos innegables. Pero a esa atestación –que por muchos años se halló en la base del revisionismo histórico que en gran medida enfatizó aquellos errores y defectos- podría seguir este interrogante: ¿Qué maestro o docente es perfecto?

 

            No pudiendo ni debiendo ocultar los errores y defectos en la medida que las fuentes históricas nos los permitan conocer, de todos modos, tampoco se podría obviar que gracias a Sarmiento y a muchos otros de su tiempo tuvimos por décadas en la Argentina  un sistema educativo digno de un país civilizado y ejemplo admirado en todo el mundo.

 

            En general, hay consenso en cuanto a que sin el plan de Sarmiento de escolaridad, alfabetización y educación, habríamos carecido de un pueblo educado en el siglo XX. Y durante muchos años funcionó con éxito el plan de Sarmiento. Si hoy funciona en alguna medida la educación argentina, ha de ser, evidentemente, más que nada por una fuerza inercial residual que proviene del plan del sanjuanino.

 

            Es usual escuchar el error de que Sarmiento perteneció a un tiempo vinculado con la oligarquía terrateniente. Sin embargo, más allá de la inexactitud cronológica que esa aseveración podría entrañar, todo indica que Sarmiento no era ni oligarca ni terrateniente.

 

Efectivamente, cualquiera que lea Recuerdos de Provincia, libro autobiográfico del propio Sarmiento, se dará cuenta de que el origen familiar del gran sanjuanino distó bastante de la opulencia, la riqueza y la abundancia. Con solo visitar la casa de Sarmiento en San Juan, cualquiera puede ver que se trataba de una residencia normal urbana del siglo XIX en una provincia del ex-virreinato.

 

Allí, se puede ver la higuera bajo la cual la madre de Sarmiento -Paula Albarracín de Sarmiento- "tejía para afuera" y con ello lograba el sustento familiar, porque el padre de Sarmiento prácticamente nada aportó a la familia. Era un hombre bastante irresponsable, al que, formando parte del ejército sanmartiniano, el propio Gral. San Martín tuvo que asignarle tareas subalternas dada su falta de seriedad y responsabilidad. Paula Albarracín trabajó entonces toda su vida, al punto que cuando se tomó unas pequeñas vacaciones y viajó a Chile, pudo decir -ya en edad muy avanzada- que por primera vez sus manos descansaban de tanto tejer.

 

Siendo niño, Sarmiento no pudo asistir a escuelas adecuadas –como las que hubo después de su paso por el gobierno-, y sólo pudo contar con las enseñanzas de un tío cura que tenía en San Luis, de quien igualmente guardó hermosos recuerdos por todo lo que le había enseñado, pese a su simpleza de cura pueblerino. A falta de computadoras como hoy, o enciclopedias, o grandes profesores diplomados, según contó Sarmiento, guardó un cuaderno en donde anotaba los diálogos que tenía con su querido tío.

 

Un poco mayor, debió trabajar en el comercio; no obstante, mientras trabajaba leía incansablemente y estudiaba lo que estaba a su alcance.

 

            Se presentó a una beca para estudiar en el Colegio de Ciencias Morales de Buenos Aires -hoy Colegio Nacional de Buenos Aires-, que había instaurado Rivadavia. Lamentablemente, empató en méritos con su rival más inmediato y, echada la decisión a la suerte, ganó este último.

 

            Pasadas las décadas, no se conocen bienes de propiedad de Sarmiento que permitan tildarlo de oligarca, aun cuando sí los tuvo en proporción a los cargos que fue ocupando para vivir decorosamente. Poseyó una casa en el Tigre en la que, según se sabe, no sólo descansaba, sino que también trabajaba labrando la tierra y difundiendo así la agricultura.

 

            No parece que tales orígenes y desarrollo personal permitan calificar a una persona de oligarca o terrateniente en el sentido con que usualmente se emplean esas palabras en la historiografía argentina o, incluso, en el lenguaje vulgar. Pero vayamos a otras consideraciones sobre algunos logros del Maestro de América.

 

            Sarmiento atacó los latifundios y luchó todo lo que pudo contra ellos. Propuso que la tierra fuera dividida en pequeñas parcelas susceptibles de rendir económicamente para destruir el sistema latifundista, en gran medida armado por Rosas tras su campaña del desierto. Complementariamente, fustigó la política de entrega de tierras de Rosas y propició la instalación de colonias. Llamó “boletos de sangre” a los instrumentos por los cuales el rosismo concedía tierras en propiedad a sus aliados políticos.

 

            Sarmiento fue el primero que habló en la Argentina del impuesto sucesorio -lo llamaba impuesto a las herencias transversales- para destinar los fondos recaudados al fomento educativo. La Corte Suprema de Justicia de la Nación consideró inconstitucional ese impuesto, pero a comienzos del siglo XX, lo pensado por Sarmiento fue la base para destinar las herencias vacantes al financiamiento de la educación pública.

 

            Sarmiento tuvo ideas en materia educativa que, globalmente consideradas, pueden considerarse un plan educativo a largo plazo, sin especulaciones de corto plazo: él decía que un plan educativo debía hacerse a veinte años. Hoy tal vez, ante los cambios culturales y sociales, deberíamos pensar en que esos veinte años se elevaron a treinta o treinta y cinco, que serían los años que actualmente se necesitarían para contar con un potencial humano capacitado y educado en todos los planos de la vida. (¿Hay alguien en la Argentina que piense hoy en un plan educativo a treinta años vista?)

 

             Hubo a instancias de Sarmiento contrataciones de algunas pocas maestras norteamericanas para suplir en la Argentina el faltante de maestros. Habrá sin duda quien califique a Sarmiento de traidor porque el gobierno acudió a maestras de Estados Unidos. Sin embargo, hay que tener en cuenta los siguientes datos: i) el contrato se justificó por la ausencia de un sistema formativo de maestros, en gran medida a causa del desaliento a la educación durante la época de Rosas; ii) fue acompañado de la instalación de Escuelas Normales en todo el país para la formación de las primeras maestras argentinas; iii) las maestras de Sarmiento -algunas de las cuales se casaron en la Argentina y dieron nacimiento a familias argentinas- hicieron grandes aportes a nuestra pedagogía.

 

            Por si todo esto no fuera suficiente, incentivó la educación rural instando la creación de escuelas rurales, de modo que no puede decirse que hubiese preferido a las clases urbanas. Sí quería urbanizar al campo.

 

            Sarmiento, ya muy mayor, visitando Tucumán denunció las condiciones indignas de trabajo en que vivían los cañeros, dando un puntapié inicial a las luchas sociales que harían eclosión sobre el fin del siglo XIX y comienzos del siglo XX.

 

            Todos los sectores sociales y políticos terminaron elogiando a Sarmiento. No se conocen críticas a su legado cultural y educativo de parte de socialistas o comunistas de aquellos años de transición entre los dos siglos. Los comunistas analfabetos -algunos llegados de Europa- estaban muy agradecidos al plan de alfabetización de Sarmiento ya que sus hijos podían ir a la escuela. El bohemio Florencio Sánchez -algo a regañadientes- también admiró el plan educativo de la generación del 80, fruto en gran medida de la energía puesta en movimiento por Sarmiento. No nos podemos olvidar de que la ley 1420 de educación gratuita, gradual y laica fue sancionada durante los años 80 del siglo XIX, bajo la presidencia del Gral. Julio Argentino Roca. Esa ley –que apercibía con el uso de la fuerza pública a los padres que no mandasen sus hijos a la escuela- fue una concreción legislativa que receptó el ideario materializado de Sarmiento.

 

A éste se le atribuye la afirmación de que debía enajenarse la Patagonia. Pero con lo equivocado que pudo haber estado en este punto, podría considerarse que continuó una política de indiferencia del mismo Rosas, tan elogiado por los nacionalistas argentinos. Recuérdese que fue antes del segundo gobierno de Rosas -durante el gobierno de Viamonte- en que fue designado Luis Vernet como Gobernador de las Islas Malvinas. Además, la crítica a Sarmiento durante el siglo XX pareció olvidar el soslayo de los gobiernos argentinos respecto de las islas Picton, Nueva y Lenox, actualmente chilenas tras la resolución del conflicto por el canal de Beagle.

 

En relación con los dichos de Sarmiento en contra de los gauchos, cuya sangre –según él- podía ser derramada justificadamente no fueron, por cierto, correctos. Estamos de acuerdo en que se trató de una manifestación inapropiada. Ahora bien, esa ingrata frase, producto tal vez de un temperamento aguerrido o de la pasión de un diálogo entre los máximos dirigentes de la época, en el contexto que fue dicha, ¿tiene la fuerza suficiente para descalificar por sí sola a una persona y todos sus logros cuando tanta sangre fue efectivamente derramada en la Argentina, incluso, entre otros, por sectores afines a una férrea crítica a Sarmiento?

 

Tal vez haya sido esto último lo que muchos han considerado relevante para menospreciar los logros de Sarmiento. Pero esa crítica no es consistente si no tiene en cuenta o pondera los logros –no pocos logros- de su plan en materia social, económica y educativa.

 

Aceptamos la crítica a Sarmiento en la medida que desde el mismo prisma y con la misma vara sean juzgadas las políticas educativas posteriores, al menos desde el peronismo hasta esta parte. Hay un consenso general en el sentido de que desde la mitad del siglo XX la debacle de la educación argentina es imparable.

 

Aceptamos esa crítica si también se advierte la ignorancia en la que está sumergida gran parte de nuestra población, de nuestros alumnos, que tienen dificultades para hablar y para leer, para pensar y para hacer ejercicios de abstracción.

 

La aceptamos si al mismo tiempo se ve que muchos adolescentes y jóvenes se reúnen periódicamente frente al Ministerio de Educación de la Nación todas las tardes vestidos de negro y maquillados de negro, con sus pelos largos cargados de gel negro, que le rinden culto a lo sepulcral, a la muerte, a las lágrimas, en vez de cantar himnos –si no a Sarmiento- al sol, a la alegría, a la vida.

 

            Sarmiento luchó contra la fuerza bruta y la barbarie cumpliendo la Constitución, que había mandado educar y civilizar.

 

            Seguimos asistiendo en la Argentina a un permanente péndulo o conflicto entre la civilización y la barbarie. Son dos fuerzas en permanente lucha. No nos animamos a optar por la civilización definitivamente y por eso hay aún manifestaciones de violencia social injustificada y quienes denigran a Sarmiento, en vez de rendir homenaje al ilustre sanjuanino, que podría dar lecciones de coherencia a pesar de sus humanas imperfecciones. En la falta de decisión de los argentinos para frenar ese movimiento pendular –que se muestra incontenible- radica el común denominador de muchos de nuestros males como sociedad, que han contribuido a la demagogia, al atraso, a la pobreza y a la exclusión social, que hace que muchos que quieren estudiar no lo puedan hacer por no poder acceder al sistema educativo.

 

* Jurista, Profesor de la Universidad de Buenos Aires, Argentina