El himno
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Suscitó
recientemente
Partamos de una premisa: abandonar en el examen de la
historia y de la obra de Domingo Faustino Sarmiento las filiaciones ideológicas
y los revisionismos históricos sesgados o cargados de finalidades sectoriales.
Por una vez al menos, como consenso previo, alcancemos el acuerdo de
desprendernos a priori en todo lo que
sea humanamente posible de las subjetividades o compromisos derivados de
ideologías.
Ciertamente, Sarmiento -como todo ser humano- tuvo
errores y defectos innegables. Pero a esa atestación –que por muchos años se
halló en la base del revisionismo histórico que en gran medida enfatizó
aquellos errores y defectos- podría seguir este interrogante: ¿Qué maestro o
docente es perfecto?
No pudiendo ni debiendo ocultar los errores y defectos en
la medida que las fuentes históricas nos los permitan conocer, de todos modos,
tampoco se podría obviar que gracias a Sarmiento y a muchos otros de su tiempo
tuvimos por décadas en la Argentina un
sistema educativo digno de un país civilizado y ejemplo admirado en todo el
mundo.
En general, hay consenso en cuanto a que sin el plan
de Sarmiento de escolaridad, alfabetización y educación, habríamos carecido de
un pueblo educado en el siglo XX. Y durante muchos años funcionó con éxito el
plan de Sarmiento. Si hoy funciona en alguna medida la educación argentina, ha
de ser, evidentemente, más que nada por una fuerza inercial residual que
proviene del plan del sanjuanino.
Es usual escuchar el error de que Sarmiento perteneció a
un tiempo vinculado con la oligarquía
terrateniente. Sin embargo, más allá de la inexactitud cronológica que esa
aseveración podría entrañar, todo indica que Sarmiento no era ni oligarca ni terrateniente.
Efectivamente,
cualquiera que lea Recuerdos de Provincia,
libro autobiográfico del propio Sarmiento, se dará cuenta de que el origen
familiar del gran sanjuanino distó bastante de la opulencia, la riqueza y la
abundancia. Con solo visitar la casa de Sarmiento en San Juan, cualquiera puede
ver que se trataba de una residencia normal urbana del siglo XIX en una
provincia del ex-virreinato.
Allí,
se puede ver la higuera bajo la cual la madre de Sarmiento -Paula
Albarracín de Sarmiento- "tejía para afuera" y con ello lograba el
sustento familiar, porque el padre de Sarmiento prácticamente nada aportó a la
familia. Era un hombre bastante irresponsable, al que, formando parte del
ejército sanmartiniano, el propio Gral. San Martín tuvo que asignarle
tareas subalternas dada su falta de seriedad y responsabilidad. Paula
Albarracín trabajó entonces toda su vida, al punto que cuando se tomó unas
pequeñas vacaciones y viajó a Chile, pudo decir -ya en edad muy avanzada-
que por primera vez sus manos descansaban
de tanto tejer.
Siendo
niño, Sarmiento no pudo asistir a escuelas adecuadas –como las que hubo después
de su paso por el gobierno-, y sólo pudo contar con las enseñanzas de un tío
cura que tenía en San Luis, de quien igualmente guardó hermosos recuerdos por
todo lo que le había enseñado, pese a su simpleza de cura pueblerino. A falta
de computadoras como hoy, o enciclopedias, o grandes profesores diplomados,
según contó Sarmiento, guardó un cuaderno en donde anotaba los diálogos que
tenía con su querido tío.
Un
poco mayor, debió trabajar en el comercio; no obstante, mientras trabajaba leía
incansablemente y estudiaba lo que estaba a su alcance.
Se presentó a una beca para estudiar en el Colegio de
Ciencias Morales de Buenos Aires -hoy Colegio Nacional de Buenos Aires-,
que había instaurado Rivadavia. Lamentablemente, empató en méritos con su
rival más inmediato y, echada la decisión a la suerte, ganó este último.
Pasadas las décadas, no se conocen bienes de propiedad de
Sarmiento que permitan tildarlo de oligarca,
aun cuando sí los tuvo en proporción a los cargos que fue ocupando para vivir
decorosamente. Poseyó una casa en el Tigre en la que, según se sabe, no
sólo descansaba, sino que también trabajaba labrando la tierra y difundiendo
así la agricultura.
No parece que tales orígenes y desarrollo personal
permitan calificar a una persona de oligarca
o terrateniente en el sentido con que
usualmente se emplean esas palabras en la historiografía argentina o, incluso,
en el lenguaje vulgar. Pero vayamos a otras consideraciones sobre algunos
logros del Maestro de América.
Sarmiento atacó los latifundios y luchó todo lo que pudo
contra ellos. Propuso que la tierra fuera dividida en pequeñas parcelas
susceptibles de rendir económicamente para destruir el sistema latifundista, en
gran medida armado por Rosas tras su campaña del desierto. Complementariamente,
fustigó la política de entrega de tierras de Rosas y propició la instalación de
colonias. Llamó “boletos de sangre” a
los instrumentos por los cuales el rosismo concedía tierras en propiedad a sus
aliados políticos.
Sarmiento fue el primero que habló en la Argentina del
impuesto sucesorio -lo llamaba impuesto a
las herencias transversales- para destinar los fondos recaudados al fomento
educativo. La Corte Suprema de Justicia de la Nación consideró inconstitucional
ese impuesto, pero a comienzos del siglo XX, lo pensado por Sarmiento fue la
base para destinar las herencias vacantes al financiamiento de la educación
pública.
Sarmiento tuvo ideas en materia educativa que,
globalmente consideradas, pueden considerarse un plan educativo a largo plazo,
sin especulaciones de corto plazo: él decía que un plan educativo debía hacerse
a veinte años. Hoy tal vez, ante los cambios culturales y sociales, deberíamos
pensar en que esos veinte años se elevaron a treinta o treinta y cinco, que
serían los años que actualmente se necesitarían para contar con
un potencial humano capacitado y educado en todos los planos de la vida.
(¿Hay alguien en la Argentina que piense hoy en un plan educativo a treinta
años vista?)
Hubo a instancias
de Sarmiento contrataciones de algunas pocas maestras norteamericanas para
suplir en la Argentina el faltante de maestros. Habrá sin duda quien califique
a Sarmiento de traidor porque el
gobierno acudió a maestras de Estados Unidos. Sin embargo, hay que tener en
cuenta los siguientes datos: i) el contrato se justificó por la ausencia de un
sistema formativo de maestros, en gran medida a causa del desaliento a la
educación durante la época de Rosas; ii) fue acompañado de la instalación de
Escuelas Normales en todo el país para la formación de las primeras maestras
argentinas; iii) las maestras de Sarmiento -algunas de las cuales se casaron en
la Argentina y dieron nacimiento a familias argentinas- hicieron grandes
aportes a nuestra pedagogía.
Por si todo esto no fuera suficiente, incentivó la
educación rural instando la creación de escuelas rurales, de modo que no puede
decirse que hubiese preferido a las clases urbanas. Sí quería urbanizar al
campo.
Sarmiento, ya muy mayor, visitando Tucumán denunció las
condiciones indignas de trabajo en que vivían los cañeros, dando un puntapié
inicial a las luchas sociales que harían eclosión sobre el fin del siglo XIX y
comienzos del siglo XX.
Todos los sectores sociales y políticos terminaron
elogiando a Sarmiento. No se conocen críticas a su legado cultural y educativo
de parte de socialistas o comunistas de aquellos años de transición entre los
dos siglos. Los comunistas analfabetos -algunos llegados de Europa- estaban muy
agradecidos al plan de alfabetización de Sarmiento ya que sus hijos podían ir a
la escuela. El bohemio Florencio Sánchez -algo a regañadientes- también admiró
el plan educativo de la generación del 80, fruto en gran medida de la energía
puesta en movimiento por Sarmiento. No nos podemos olvidar de que la ley 1420
de educación gratuita, gradual y laica fue sancionada durante los años 80 del
siglo XIX, bajo la presidencia del Gral. Julio Argentino Roca. Esa ley –que
apercibía con el uso de la fuerza pública a los padres que no mandasen sus
hijos a la escuela- fue una concreción legislativa que receptó el ideario
materializado de Sarmiento.
A
éste se le atribuye la afirmación de que debía enajenarse la Patagonia. Pero
con lo equivocado que pudo haber estado en este punto, podría considerarse que
continuó una política de indiferencia del mismo Rosas, tan elogiado por los
nacionalistas argentinos. Recuérdese que fue antes del segundo gobierno
de Rosas -durante el gobierno de Viamonte- en que fue designado Luis
Vernet como Gobernador de las Islas Malvinas. Además, la crítica a Sarmiento
durante el siglo XX pareció olvidar el soslayo de los gobiernos argentinos
respecto de las islas Picton, Nueva y Lenox, actualmente chilenas tras la
resolución del conflicto por el canal de Beagle.
En
relación con los dichos de Sarmiento en contra de los gauchos, cuya sangre
–según él- podía ser derramada justificadamente no fueron, por cierto,
correctos. Estamos de acuerdo en que se trató de una manifestación inapropiada.
Ahora bien, esa ingrata frase, producto tal vez de un temperamento aguerrido o
de la pasión de un diálogo entre los máximos dirigentes de la época, en el
contexto que fue dicha, ¿tiene la fuerza suficiente para descalificar por sí
sola a una persona y todos sus logros cuando tanta sangre fue efectivamente
derramada en la Argentina, incluso, entre otros, por sectores afines a una
férrea crítica a Sarmiento?
Tal
vez haya sido esto último lo que muchos han considerado relevante para
menospreciar los logros de Sarmiento. Pero esa crítica no es consistente si no
tiene en cuenta o pondera los logros –no pocos logros- de su plan en materia
social, económica y educativa.
Aceptamos
la crítica a Sarmiento en la medida que desde el mismo prisma y con la misma
vara sean juzgadas las políticas educativas posteriores, al menos desde el
peronismo hasta esta parte. Hay un consenso general en el sentido de que desde
la mitad del siglo XX la debacle de la educación argentina es imparable.
Aceptamos
esa crítica si también se advierte la ignorancia en la que está sumergida gran
parte de nuestra población, de nuestros alumnos, que tienen dificultades para
hablar y para leer, para pensar y para hacer ejercicios de abstracción.
La
aceptamos si al mismo tiempo se ve que muchos adolescentes y jóvenes se reúnen
periódicamente frente al Ministerio de Educación de la Nación todas las tardes
vestidos de negro y maquillados de negro, con sus pelos largos cargados de gel
negro, que le rinden culto a lo sepulcral, a la muerte, a las lágrimas, en vez
de cantar himnos –si no a Sarmiento- al sol, a la alegría, a la vida.
Sarmiento
luchó contra la fuerza bruta y la barbarie cumpliendo la Constitución, que
había mandado educar y civilizar.
Seguimos asistiendo en
* Jurista, Profesor de la Universidad de Buenos Aires, Argentina