Editorial

 

¿DERECHOS HUMANOS

 

CON ABORTO?

 

 

    Ya hemos dedicado varias veces nuestro editorial al tema del aborto, y volveremos a hacerlo. Porque creo es uno de los asuntos más serios que pueden ocupar a quien hoy se interese en los derechos esenciales del ser humano. Es decir: en nuestros días no se puede mirar para otro lado. La aceptación de la interrupción de la gestación como una conducta lícita y normal (y hasta su asunción como un derecho de la madre, cuando no como una conquista femenina), es una realidad en numerosos países, la mayoría de los cuales resultan referentes fundamentales de la cultura "occidental", además de poseer tecnologías sofisticadas, alto nivel de educación pública y de atención sanitaria, y un ingreso por habitante elevado en relación al mundo en general.

 

    Que la tendencia global apunta hacia la difusión de tal aceptación, no parece ser algo dudoso. En los países latinoamericanos que mantienen normativas restrictivas del aborto, el embate legislativo es enorme, con proyectos variados, que proponen desde simples modificaciones reglamentarias en los casos de no punición contemplados por los códigos penales, hasta amplias derogaciones de las respectivas figuras delictivas, y el pasaje a una política estatal de cobertura de la cirugía interruptora del embarazo, reivindicada como prerrogativa de toda mujer. Cada día, la aceptación de estas reformas va ganando terreno. En consonancia, la prédica contraria se va tornando "políticamente incorrecta", fuera de moda y de tono con la visión progresista de las cosas. El que no defiende la liberalización del aborto es estereotipado como un sujeto fundamentalista, religioso (generalmente católico), enemigo de la ciencia y encerrado en un autismo delirante y autoritario.

 

    Insistiré en clamar contra la caída de este debate, que es complejo y debe ser encarado como tal, en la superficialidad, en lo pedestre, en los maniqueísmos reduccionistas. Una vez más, he de sostener que la transformación del dilema en una lucha entre estereotipos pueriles, en nada ayuda. Todo lo contrario. Sólo acaba siendo instrumental a la evasión de la verdadera y honda discusión que el asunto exige. Por eso, se debe partir, a mi modesto entender, de algunos puntos que parecen difíciles de negar.

 

    Ante todo, que aborto significa muerte. Por lo tanto, aborto deliberado significa muerte deliberada. Es decir, una muerte realizada a propósito, con predeterminación, con la intención de concretarla. Es un "¡vamos a matar!" Como cuando entran al coto los cazadores, o salen al mar los pescadores, o van al matadero los matarifes. Como cuando los integrantes del pelotón de fusilamiento marchan en dirección al paredón donde espera el condenado. Como cuando el verdugo se prepara, junto a la silla eléctrica estadounidense, para accionar la palanquita que abre el flujo de la descarga.

 

    En segundo lugar, que si lo que se mata es un ser humano, entonces esa conducta se llama "homicidio" o "asesinato". En los casos en que se realiza en cumplimiento de una orden judicial, dada en virtud de las normas vigentes, le cabe el nombre de "ejecución". O sea que, si lo que se matase al abortar fuese un ser humano, entonces el aborto sería, necesariamente, una forma de homicidio, de asesinato o de ejecución. Un subconjunto, definido por el hecho de que el ser humano matado no habría nacido todavía. Del mismo modo que, cuando se mata a un niño, hay "infanticidio", cuando se mata a un padre se comete "parricidio", y así. Sin embargo, el infanticidio y el parricidio son homicidios, porque en ambos casos se matan seres humanos. ¿Y en el aborto?

 

    Forzoso es reconocer que si nos convirtiésemos en seres humanos con el nacimiento, o en un determinado momento de la gestación, habiendo sido hasta ese momento otra cosa diferente, constituiríamos la única especie animal del universo en que tal cosa sucede. Un embrión de ser humano no es confundible con el de otra criatura. Tampoco un feto de nuestra especie. Es un embrión o un feto de ser humano. En otras palabras, sería un ser humano en estado de embrión o de feto. Pero no está completo. Es cierto, y el niño recién nacido tampoco (pensemos, por ejemplo, en los dientes). Es totalmente dependiente. Es verdad, y los bebecitos también. Y muchas personas lo serán durante toda su vida (las que padecen severas patologías mentales, por ejemplo).

 

    Tal vez el ordenamiento jurídico pueda definir cuándo algo es "persona". Es decir, qué entes y en qué circunstancias poseen derechos. En tal sentido, por ejemplo, una ley podría considerar persona a un orangután, o negar ese carácter a un enfermo con síndrome de Down. Eso, si adoptásemos el criterio de "persona" que sostenía el austríaco Hans Kelsen, uno de los juristas más notables del siglo XX. No tanto si siguiéramos las ideas del genial civilista brasileño de la decimonona centuria, Augusto Teixeira de Freitas, que tendía a la identificación básica entre persona y ser humano. Y, según creo, ni remotamente en la Roma clásica, donde esa equiparación, plasmada en el Libro I Título V del Digesto de Justiniano, parece bien afincada.

 

    Sin embargo, las leyes no pueden realmente alterar la naturaleza. Una norma podría decir que los elefantes deben ser llamados conejos, pero igualmente seguirían siendo elefantes. Los decretos no poseen el poder de transformar la noche en día, ni el invierno en verano. Un código puede quitar derechos a uno o más seres humanos, pero no convertirlos en entes de otra especie, o en cosas diferentes. El ser humano lo es por su biología y por su esencia, no porque un artículo lo defina como tal. Una ley puede negar a un embrión humano los derechos comunes a los miembros de su especie, pero no tornarlo en algo distinto de lo que biológicamente es: un ser perteneciente a la humanidad.

 

    Por lo tanto, hay que asumir una alternativa de hierro en la cuestión de la aceptación del aborto. Ésta implica retirar derechos humanos (especialmente el derecho a la vida, que para muchos es el principal) a un ser humano. Es decir, negar humanidad a un humano. Porque, de lo contrario, toda la teoría de los derechos humanos caería por tierra. Claro que, para negar esa humanidad se debe adoptar un criterio diferente del biológico, porque éste indica claramente que se trata de seres humanos. El supuesto es semejante al de algunos grupos "negros" en ciertas líneas neo-darwinistas (inspiradas en la Descendencia del hombre, la obra de Darwin de 1871) y de los judíos en la cosmovisión del nazismo más ortodoxo.

 

    En consecuencia, la aceptación jurídica del aborto importa una de dos respuestas: o bien se admite la existencia de humanos sin derecho de vivir (por ejemplo, como el condenado a muerte), o bien se consiente en considerar a algunos miembros de la especie humana como no humanos. Cualquiera de ambas soluciones resulta aberrante a toda teoría de los derechos humanos.

 

    ¿Se puede afrontar el tema del embarazo no deseado en forma coherente con la defensa real de los derechos humanos? Creo que sí, aunque es muy difícil. ¿Cómo? Por empezar, tratando de evitar los embarazos involuntarios, por medio de técnicas anticonceptivas eficaces, al alcance de todos, incorporadas a la cultura general por medio de serias campañas de difusión. En segundo lugar, reconstruyendo una visión profunda de la sexualidad, que lleve a la autoestima, que inspire el cuidado y el respeto del cuerpo propio y ajeno, y que procure instalar una asunción responsable de las conductas eróticas. Algunos prejuicios carentes de asidero deberían ser desterrados, como por ejemplo los concernientes a la masturbación.

 

    Finalmente, y por encima de todo, se debe luchar contra la hipocresía, máximo flagelo social. Si una sociedad ama la vida de cada uno de sus miembros, debe demostrarlo no con arengas ni con declamaciones, sino con hechos concretos. ¿Cómo podría creerse en un sistema que se anuncia a los cuatro vientos defensor de los humanos que aún no han nacido, cuando ese mismo sistema se desentiende de los humanos que ya nacieron? Si prohibimos a una mujer abortar, tenemos que hacer lo imposible para ayudarla a llevar adelante su gestación en forma feliz, y después, si libremente desea quedarse con el niño, el Estado debe apoyarla, en serio, en tal decisión. Que el embarazo sea un motivo de felicidad y no de tristeza o desesperación, debe constituir una prioridad, si realmente existe un compromiso con la vida humana. Y no sólo el embarazo: las perspectivas vitales posteriores también.

 

    No parece que pueda, por lo tanto, hablarse del aborto como objeto de un derecho, salvo en el concreto (y muy extraño) supuesto en que esté en juego la vida de la mujer encinta. Tampoco parece que exista compatibilidad entre la aceptación del aborto como práctica lícita y la defensa de los derechos humanos. Sin embargo, por fin, no parece que sea mediante meras proclamas y simples normas penales que podrá construirse una cultura del amparo de la vida naciente.

 

    Mientras vivamos en sociedades hipócritas, injustas y escandalosamente desiguales, mientras el hambre de unos coexista con el hartazgo de otros, mientras la explotación y la mentira social reinen, mientras el capital continúe siendo venerado como un becerro sagrado, y los medios de producción estén destinados a una ciega acumulación de poder económico, mientras el ser humano no ocupe su sitio sagrado y solar en la cosmovisión compartida, será muy difícil luchar contra el aborto.

 

    Humildemente creo que sólo un sincero y verdadero amor a la vida podrá combatir la visión banal de la muerte.            

   

                                                                                                                                                                                                                            Ricardo Rabinovich-Berkman