Editorial

 

¿POR QUÉ
SE ESTÁ ARMANDO
SUDAMÉRICA?

    "Igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum", deslizó, en el Prefacio al Libro III de sus Epitoma rei militaris, el escritor romano Flavio Vegecio Renato, a fines del siglo IV de la era cristiana, época de grandes cambios y terribles turbulencias. Vegecio acababa de recordar dos "clásicos" militares de la historia antigua: Atenas contra Esparta y Cartago contra Roma. "Por lo tanto, quien desee la paz, que prepare la guerra", concluía. La frase, casi poética, se insertaba dentro de un contexto, y no era tan horrenda. Sin embargo, siglos más tarde, en esa manía de generar refranes en latín a partir de reflexiones antiguas, la expresión fue transformada en un seco imperativo: "Si vis pacem para bellum". Ahora sí era terrible: "Si deseas la paz, prepara la guerra" (o, en una traducción más literaria, "prepárate para la guerra", pero la verdadera es la otra).

    Un historiador francés, Louis Antoine Fauvelet de Bourrienne, en sus célebres Memorias de Napoleón (1836), le dio al lema un giro inquietante: "Todos conocen el adagio Si vis pacem para bellum. Si Bonaparte hubiera sido un estudioso del latín, probablemente lo hubiera dado vuelta diciendo: Si vis bellum para pacem". Es decir: "si deseas la guerra, prepara la paz". Y explica: "Mientras procuraba establecer relaciones pacíficas con los poderes de Europa, el Primer Cónsul estaba preparándose para dar un gran golpe en Italia". Finalmente, en suprema ironía, la fábrica alemana de armamentos DWM (Deutsche Waffen- und Munitionsfabriken Aktien-Gesellschaft), denominó "Parabellum" a un tipo de cartuchos para armas automáticas. De allí, el neologismo, formado con las dos últimas palabras del dicho latino ("prepara la guerra"), pasó a designar corrientemente la pistola Luger P08, tan vinculada a la imagen de los nazis.

    Esta vinculación con la Alemania de Hitler no es ociosa. No sólo Napoleón se llenaba la boca de paz mientras en realidad se aprestaba para lanzar ataques demoledores. Quien recorra los discursos del líder nacional-socialista en los años inmediatamente previos a la invasión de Polonia, recientemente recordada, se asombrará por la frecuencia con que aparece el tema de las intenciones pacíficas germanas. Mientras los arsenales del flamante Reich se abarrotaban de equipos sofisticados, y los desfiles militares se hacían cada vez más desenfadados e imponentes, el Führer insistía en su compromiso inalterable con la paz mundial. Sin embargo, el buen lector percibirá sutiles condicionantes en las alocuciones hitlerianas. Condicionantes que suenan a amenazas. Amenazas que se respaldan en los tanques, en los aviones, en los submarinos y acorazados. "Si vis bellum para pacem".

    Del otro lado de Polonia, el Zar Rojo no le iba en zaga al histérico caudillo austríaco en sus hipocresías. Se diría que ambos imperios, los antepasados de cuyos habitantes supieran más de un siglo antes de las pisadas de la bota napoleónica en la espalda, habían aprendido del maestro corso. Hablar de paz, predicar la vocación pacífica y tranquila, y generar cañones tras cañones, fusiles sobre fusiles, carreteras y trenes que sirvan para transportar tropas más que para llevar cereales o tractores. Y tantas, tantísimas veces ha visto la pobre humanidad invasiones, destrucciones y saqueos, hasta genocidios, en nombre de la paz... ¿Acaso no echaron los Estados Unidos sus dos innecesarias bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki para lograr la paz? ¿Y no fue la búsqueda de la paz mundial la razón aducida por el nefasto George W. para arrasar con Irak en busca de armas de destrucción masiva que se probaron inexistentes?

    Por eso, los seres humanos hemos aprendido, a golpes, en latín y en latón, a creer en lo que vemos y no en lo que escuchamos decir. A dar poca atención a los discursos de los líderes (especialmente de los que hablan mucho y lindo, y sobre todo cuando el poder les encanta a todas luces), si peroran sobre sus ansias de paz y de hermandad. Por eso, estamos preocupados en Sudamérica. Porque se declaman vocaciones fraternas, pero se están cargando los arsenales de una manera espantosa, y sin precedentes. Venezuela está comprando armas y equipos a Rusia como si se previera un conflicto a gran escala. Su alianza con el problemático Irán, que el propio presidente Chávez llamó significativamente "eje", abre la puerta a emprendimientos atómicos que introducen una nueva y ominosa dimensión en el subcontinente. Brasil, potencia militar de primer nivel mundial, ha sellado un compromiso con Francia que importa un incremento sideral de su fuerza operativa. Y prosigue en la tenaz empresa de construir un submarino nuclear, el primero de la región. Colombia, país poderoso siempre en pie de guerra por sus eternos conflictos con la guerrilla interna (¿realmente interna?), refuerza sus lazos castrenses con los Estados Unidos, en una cooperación renovada cuya expresión más notable es el acuerdo para la presencia de efectivos yanquis en puntos estratégicos, la mal llamada cuestión de las "bases" norteamericanas, que tanto revuelo (justificado) está causando. Chile, tal vez la economía más exitosa de esta parte del planeta, no se queda atrás, y retoma su equipamiento guerrero.

    Insignes recursos son destinados en estos países a la compra de armamentos, mientras alto porcentaje de sus poblaciones carece de los recursos esenciales para llevar adelante una vida digna, o simple y sencillamente se muere de hambre. Con el valor de uno de esos aviones franceses, se da de comer a los niños de una favela entera. La relación entre el dinero gastado en pertrechos y las necesidades pendientes en materia de hospitales, escuelas, casas, fuentes de trabajo, es insoportable. Ninguna de las naciones sudamericanas, ni siquiera Chile, ha erradicado el problema de la pobreza grave, ni está siquiera cerca de conseguirlo. En toda la región se mueren personas, especialmente niños, de enfermedades que hoy son absolutamente prevenibles o curables. En todos nuestros territorios hay analfabetismo y exclusión. Tristeza y falta de esperanza. Una lacerante desigualdad de realidad y de oportunidades que empuja la espiral de la violencia social. Pequeños que fallecen en brazos de sus padres, los ojitos desmesuradamente abiertos en una punzante pregunta sin respuesta, de inanición, DE HAMBRE, en medio de vergeles paradisíacos, de campos donde todo crece, a metros de mansiones principescas.

    ¿Qué podría ser tan importante, tan urgente, tan decisivo, como para llevar a estados cuya población necesita de los recursos con desesperada urgencia a dedicarlos a municiones en vez de a pan, a misiles en lugar de vacunas, a bombas en vez de pizarrones? ¿Qué es lo que están viendo esos gobernantes que los demás no conseguimos ver? ¿Qué es lo que los asusta tanto? ¿Se trata de espejismos, de delirios generados por dormir la siesta en palacios presidenciales? ¿Son meras maneras de crear oportunidades para el negociado, la coima, la dulce corrupción que tantas alegrías aporta a la árida existencia del que manda? ¿Son alardes de testosterona, de machismo de opereta, con perdón de la señora presidente de Chile? ¿O hay de verdad algo? ¿O varios algos, por así decirlo?

    ¿Qué tienen en común desde el punto de vista estratégico Venezuela, Colombia, Brasil y Chile? Muchas cosas, pero la primera es el agua dulce. Los tres primeros comparten extensas regiones del Amazonas (junto con otros países) y el último se reparte con Argentina los "campos de hielo" australes. En conjunto, Sudamérica posee las mayores reservas de agua potable del mundo. Además, por supuesto, de los recursos incalculables de la selva amazónica. El agua bebible será probablemente la más importante riqueza del mundo que se aproxima. El petróleo es fundamental, pero se puede vivir sin él. Es más, dentro de no mucho tiempo, vamos a tener que acostumbrarnos a no tenerlo. Va a ser complicado, pero la vida va a seguir igual, quizás hasta mejor. Pero sin agua, eso es imposible. En su momento, destaqué desde estas mismas humildes páginas mi visión de que los Estados Unidos invadieron Irak mucho más por el control del Éufrates y del Tigris que por el petróleo. También he hecho referencia en estos editoriales a la firme, aunque solapada, difusión que en el Norte está teniendo la idea de que es necesario "internacionalizar" el Amazonas, porque es el pasaporte de la humanidad al futuro, y está, como le vi escrito a un destacado profesor universitario europeo, "desgraciadamente en manos de países que no pueden ni siquiera mantener su propia estabilidad interna".

    ¿Favorecen las compras de armas una disuasión frente a eventuales planes invasores? Difícilmente. El ejército de Irak, fuertemente pertrechado y preparado por décadas por Occidente, era uno de los más poderosos del mundo, y fue destrozado en pocos días. Por mucho que Brasil se arme, y aunque se aliase con Venezuela y Colombia, y otros estados de la región, no podría frenar un ataque masivo de una fuerza "internacionalizadora". Con razón, los oficiales brasileños desde hace años barajan como alternativa frente a ese hipotético desastre la guerrilla, especialmente selvática, que sería muchísimo más efectiva contra un ejército invasor que una conflagración abierta a gran escala.

    ¿Qué podría ayudar a Sudamérica a salvar su integridad territorial, si no es la fuerza militar? Parece haber una sola salida: el fortalecimiento a ultranza del Derecho Internacional Público. Es decir, la concreción de un sistema de organismos judiciales respetados, con una jurisprudencia y una doctrina sólidas, que cimienten la idea de que existen límites que no pueden ser traspasados. Como bien lo preveía el tan injustamente vilipendiado Thomas Hobbes, un ordenamiento normativo obedecido es la mayor seguridad del débil, del que no posee la fuerza física para imponerse. El sistema jurídico mundial se ha resentido mucho con la invasión estadounidense a Irak, porque al agresor no le pasó nada, nadie dejó siquiera de saludarlo en los organismos internacionales. Pero también se resquebraja cuando el presidente de Sudán se niega a responder a los cargos que se le formulan por el genocidio de Darfur, cuando Israel no permite ingresar a la comisión encargada de investigar las denuncias de agresiones a civiles durante la incursión en Gaza, y cuando Irán designa ministro a un hombre requerido por la Argentina para responder por el terrible atentado perpetrado en Buenos Aires en 1994.

    Desgraciadamente, en la región no parece entenderse demasiado esta importancia que posee para la propia salvaguarda hacer una religión del Derecho Internacional Público, del respeto a los tribunales que funcionan en la órbita de la OEA y de las Naciones Unidas. No parece entenderlo el presidente Chávez cuando defiende las posturas de sus pares de Sudán y de Irán. No parece entenderlo el presidente Lula cuando, tras el discurso del señor Ahmadinejad, tenaz negador del genocidio nazi, cargado de un antisemitismo de folletín que se creía superado ("una minoría que controla las finanzas y la cultura del mundo"), lo invita a visitar Brasilia, y anuncia su visita a Teherán (¿y la relación con Argentina, a quien Irán acaba de insultar públicamente?). No parece entenderlo el presidente Uribe, cuando estrecha sus vínculos con un país que aún no está dando muestras concretas y efectivas (a pesar de las grandes y justificadas expectativas que ofrece el señor Barak Obama) de rever su política internacional (léase, por empezar, Irak y Guantánamo). Parece que, en cambio, ha renacido la confianza en las armas.

    Pero esas armas son muy peligrosas, porque la región dista de ser estable. Hay conflictos internos gravísimos latentes, como el de Bolivia entre sus dos regiones, y el de Chile con los indígenas australes. Otros son menos serios, pero allí están, como el litigio Guayaquil - Quito en Ecuador, o las discrepancias entre el Norte y el Sur brasileños. La guerrilla sigue fuertemente presente en Colombia, y el narcotráfico controla zonas urbanas vitales de Brasil. La Argentina exhibe inquietantes indicios de conflicto, que se evidencian en los reiterados cortes de sus vías de comunicación terrestre. La violencia social no cesa (ni tendría por qué cesar), las políticas represivas aumentan, muchos gobiernos se mantienen porque no se siente que haya ninguna opción real de reemplazo, pero con hastío y sin respeto.

    Las fronteras son calientes por doquier. Ecuador y Colombia estuvieron a un tris de entrar en guerra pocos meses atrás. Venezuela y Colombia mantienen una relación signada por permanentes sobresaltos. Brasil ha aumentado su presencia militar en la selva próxima al país de Chávez. El conflicto generado por el malhadado golpe militar hondureño ha puesto en evidencia muchas cosas. De inmediato hubo acusaciones de desplazamiento de tropas y alertas castrenses. Las desmentidas fueron cálidas, poco creíbles, como en los casos previos de Ecuador y Colombia y de ésta última con Venezuela.

    Subsisten heridas abiertas por doquier, porque los latinoamericanos tenemos para estas cosas una memoria prodigiosa, que solemos reavivar con cada partido de fútbol. En Argentina se recuerda el agradecimiento de doña Thatcher a Pinochet por la esencial ayuda prestada por Chile en la Guerra de las Malvinas. Además, todos los argentinos mayores de cuarenta años se acuerdan de cuando los dos países australes estuvieron a punto de entrar en guerra (con una carga de odio impresionante de ambas partes). Y el laudo arbitral del papa Juan Pablo II es considerado por muchos como una calamidad para el país del Plata, que habría perdido el Canal de Beagle y sus hermosas islas (yo las estudiaba en la escuela como parte del territorio nacional).

    En Perú se habla de la ocupación chilena como si hubiera sido ayer, y no ciertamente con simpatía. Y Bolivia se revuelve en su ira insatisfecha por haber perdido a manos de Santiago su preciosa salida al mar. Es muy común que, cuando un ecuatoriano muestra a un extranjero el mapa de su país, pase el índice sobre una vasta región de la Amazonía peruana y murmure: "y ésta es la parte que nos sacaron". Paraguay, pasados ya casi ciento cuarenta años de la lamentable Guerra de la Triple Alianza, no ha dejado de sufrir las consecuencias de la pérdida de la mayor parte de su población masculina y de enormes territorios, así como no ha dejado de llamar despectivamente "curepa" (cuero de chancho) a los argentinos ni de sentir poco afecto por los brasileños. Uruguay y Argentina se han demostrado incapaces de resolver sus conflictos bilaterales, en el episodio de las plantas de fabricación de pasta celulósica. Además de haber debido recurrir a los tribunales internacionales (lo que no sería tan grave) vienen sobrellevando un gravísimo problema fronterizo de fuerza, con prolongados y muy perjudiciales cortes de los puentes entre ambos países.

    Quienes trabajamos con los ojos y los ánimos puestos en la integración latinoamericana, estamos seriamente preocupados, y no sin razón. El trabajo paciente de los últimos lustros parece peligrar. Están asustados quienes laboran en el campo diplomático, y estamos inquietos quienes abordamos este horizonte desde el ángulo de la cultura. Todos los que nos sentimos comprometidos con la exaltación y la defensa de los derechos humanos, estamos obligados a hablar, a gritar, sin importar las consecuencias que ello pueda traernos. Algo inútil, feo y peligroso está pasando. No es un fantasma: está en todos los diarios, es reconocido, es público. No podemos hacer la vista gorda, mirar para otro lado, seguir como si nada. Si lo hacemos, seremos cobardes responsables de lo que ocurra mañana, si estas malditas armas alguna vez en efecto son usadas.

    El principal compromiso estratégico de Latinoamérica es con la unidad, con la integración. Su defensa debe basarse no en la fuerza, vana competencia perdida desde el vamos, sino en la defensa acérrima del orden jurídico internacional. Su agenda debe estar ocupada obsesivamente por otra guerra: la Guerra contra la Pobreza. Nuestra lucha debe ser la lucha contra la exclusión, contra la marginalidad, contra la muerte ridícula, contra el hambre. Nuestros combates deben dirigirse a brindar salud, letras, justicia, igualdad de oportunidades reales, dignidad efectiva. Nuestras armas deben ser jeringas, panes y tizas, techos y fábricas, no misiles y submarinos nucleares.

    "SI VIS PACEM, PARA PACEM"

                                                                                                     Ricardo D. Rabinovich-Berkman